Por. Mariana Aragón Mijangos
A mitad de julio, oaxaqueña que se respeta tiene en la cabeza los aires de Guelaguetza, la bien llamada máxima fiesta de oaxaqueñas y oaxaqueños, para disfrute de México y el mundo. Es el tiempo de subir al Cerro del Fortín el segundo y tercer lunes de julio para comer empanadas de amarillo y, si hubo la suerte de conseguir boletos, para asistir al gran espectáculo multicultural. Son las noches de la Leyenda de la Princesa Donají, y las tardes de bailar y mezcalear en el andador turístico al ritmo de los convites.
Las mujeres sacamos nuestros mejores huipiles y aretes de filigrana, para lucirlos en todo su esplendor bajo el intenso sol de verano. Todo julio pasa rápido en Oaxaca, entre sones, colores y sabores. Incluso la agenda se organiza para asistir a las múltiples y variadas actividades culturales que van desde presenciar la elección de la Diosa Centéotl, escuchar sones y jaranas a un costado del atrio de Santo Domingo, o asistir con los amigos a conciertos masivos como los de Lila Downs o Los Ángeles Azules en 2018.
Pero la Guelaguetza es mucho más que un calendario lleno de eventos, o un high light turístico. Es un sentir, es un vivir y un gozar, en el que la pluriculturalidad de las 16 etnias que habitan territorio oaxaqueño, conviven para hacernos recordar que las coincidencias humanas, como la necesidad y gusto compartido por la cultura y las artes, son mucho más trascendentes que las diferencias ideológicas y de grupo.
Lo sé, ahora nos toca vivirlo de manera diferente y lo peor es que no sabemos por cuánto tiempo más. Afortunadamente para la economía del estado, las playas y ciudades oaxaqueñas mantiene gran afluencia turística, con grandes esfuerzos por parte del sector hotelero y restaurantero para garantizar las medidas de sanidad necesarias, gracias a lo cual el año pasado Oaxaca fue nombrada Mejor Ciudad 2020, por la revista Travel + Leisure y este año tiene cuatro nominaciones en los World Travel Awards.
También el Gobierno de Oaxaca está haciendo un gran esfuerzo por conservar el espíritu de la fiesta de manera virtual para este tiempo de pandemia, aunque lo cierto es que no sabe a lo mismo, porque julio llegaba cada año para irrumpir la monotonía rutinaria, y para confortar los corazones que, aunque carentes de grandes riquezas materiales, se aliviaban con el regocijo de nuestra riqueza cultural que ahora se ve desdibujada como efecto colateral de la crisis sanitaria en la que aún estamos.
A un año y medio de confinamiento intermitente, nos sigue faltando todo eso que no se transmite por pantalla. Todo lo espontáneo que ocurría alrededor de cada evento, esa pareja de ancianos que se paró a bailar sin desparpajo en medio de un recital, la danzante que perdió la sandalia en pleno zapateado y a la que el público aplaudió, las risas compartidas con las picardías costeñas, en fin, falta y seguirá faltando esa vibración que sólo se transmite con la presencia de las personas.
Este año la variante Delta llega paradójicamente en julio, para recordar que, con vacunas, y aún más sin vacunas como todavía estamos en varios municipios del país, hay que seguirnos cuidando. Que por más ganas que den de salir a la calle e ir a lugares concurridos, no conviene exponerse, y que estamos en una época en que lo único cierto, es el incierto devenir.
La Guelaguetza 2021 tiene un sabor ambivalente, más allá de las intensas notas de nostalgia que imprimo en estas líneas, me viene a la cabeza lo poco que hemos reparado en la crisis cultural derivada de la COVID 19. Sí, la salud y la economía son lo primordial, y con esas batallas de recuperación tenemos bastante, pero es importante también poner sobre la mesa que la cultura alimenta el espíritu humano, y hoy también se encuentra vulnerada.
Pero este texto no es sólo para hablar de Oaxaca, podemos cambiarle el nombre y ponerle el de cualquier otra ciudad, de cualquier otro país, que en este tiempo de pandemia está tratando de encontrar la forma de preservar su idiosincrasia y tradiciones que ahora compartirán la modalidad En línea, como común denominador; pero habrá que documentar, observar y reflexionar sobre las implicaciones humanas que de ello deriven, pues los derechos culturales también son derechos humanos.