Gracias, Regina - Mujer es Más -

Gracias, Regina

Por. Ivonne Melgar  

Regina Santiago Núñez no está más aquí llamándonos a una comunicación comprometida con la paz y el entendimiento. Porque esa era su pasión, su tarea, su misión, su entrega, su tema, su obsesión. 

Por eso conocí a Regina, cuando coincidimos en alguna reflexión de coyuntura y nos vimos para platicar en el Matisse de la Roma. Entonces inició nuestro diálogo, con apuestas siempre riesgosas y divertidas de por medio. Y es que Regina también era una excelente analista de escenarios y jugadas políticas.  

Y una ser humana enorme, generosa, siempre dispuesta a la construcción de la felicidad y las sonrisas compartidas. Porque su pasión temática nunca le fue personalmente ajena. Es más, diría que la obsesión profunda de Regina era la pelea contra el pesimismo y la amargura. No le gustaban las advertencias fatídicas ni las conclusiones fatalistas y menos las moralejas desoladoras.  

Regina era una optimista por definición, una amante de la vida y la convivencia y la diversidad. Y así lo demostró cuando amorosa, paciente y de manera ejemplar hizo de la discapacidad de su madre, una enseñanza de la inclusión y la resiliencia con la que debemos afrontar la enfermedad y sus secuelas. “Todos nos enfermamos, la discapacidad nos va a tocar alguna vez y debemos aprender a vivir con dignidad”, pedía. 

Ella había padecido la exclusión cuando su madre quedó afectada por la parálisis y doña Martha, impecable y sonriente, era la prueba del afán cotidiano de Regina por desafiar la marginación de quien ya no puede hablar y emprende otras maneras de comunicarse. 

Confieso que en estos días de encierro pandémico, cuando he añorado la fiesta, el baile, el canto, los brindis y el abrazo compartido de algún momento pleno, se me agolpan las imágenes de un viernes de fin de año en casa de Regina, en la avenida del Valle, celebrando la vida de su bellísima Madre y la suya, mientras la dulce Arcadia entona el “disfruta las cosas buenas que tiene la vida… abre los ojos… mira hacia arriba”. 

Ahí, con ellas, con su padre, con sus amigas, amigos, colaboradores, con Juan, con Norma, con Paloma, con Jovita, Martín y yo pasamos unas veladas inolvidables que he llorado de nostalgia en tardes sabatinas de encierro porque también Arcadia se nos ha ido.  

Gracias, Regina por esas horas de gozo pleno y gratitud. Gracias porque en el velorio de tu amadísima Madre cantamos Coincidir y porque nadie como tú para abrir en mi vida el gran pendiente de la ruta de Santiago, Don Quijote y el entendimiento de la evangelización como encuentro.  

Gracias, Regina, por La Sandunga, por la admiración a Andrés Henestrosa, las alertas prendidas sin tregua por los juegos nunca unidireccionales de los estadounidenses, la metáfora del ablandador y sus mensajes, las crónicas juchitecas, la solidaridad en hechos concretos con su gente cuando la tragedia los enlutó, la confianza en el poder de las palabras y tu deseo nunca cumplido, perdón por eso, de llevarnos a la Guelaguetza y a la fiesta de las velas a Juchitán.  

Tengo que decirlo: estoy enojada. Sigo tu testimonio de vida en la lección de que hay que pronunciar el sentimiento. Y, sin embargo, te voy a deber la mesura. Estoy enojada porque luchaste nueve largas semanas, y mucho, para vencer al COVID y sus secuelas, porque quise leerte el libro que mi adorada editora Ana Laura Jasso me prestó para ti, y nunca pudimos ir más allá que de una llamada telefónica en la que pude percibir tu dolor por no poder responder. Sí, Regina, estoy muy enojada porque tenemos que despedirnos de ti.  

Me quedo con tanto y lloro por no haberlo podido decir mientras peleabas por la vida. Pero también escucho cómo nos reprendes por sufrir en vez de disfrutar el saxofón que invade la terraza en una tarde de sábado, reír entre lágrimas a carcajada suelta con las películas de Disney, o armar un programa de radio para la inclusión, como el que tuviste en el IMER. 

Gracias, Regina, por invitarnos a tantas travesuras, como tú le llamabas a las convocatorias a las que nos sumaste: incursionar a un debate electoral vía streaming, pugnar por el derecho al voto para las personas que viven con alguna discapacidad; descifrar, en el mensajero de Compartiendo la noticia, las declaraciones y los anuncios de los personajes del tablero en turno; enterarnos de la creatividad literaria que desataba en ti la maestría virtual  con tus maestros y compañeros españoles que tanto te gustó tomar… 

Ya no supiste, y qué bueno, porque lo habrías padecido en el alma, cómo se desplomó un tren del Metro, ni que este sábado el terrorismo hizo de las suyas en Reynosa. Y lo recuerdo, justo ahora mismo, porque gracias a ti, hubo una vez, un intento serio, desde la Secretaría de Gobernación, de emprender en las escuelas del país de las zonas azuzadas por la violencia, una cultura de paz que fuera la extensión de los esfuerzos coordinados de todas las autoridades. Todo eso ha empeorado.  

Pero con la esperanza de parar esa pesadilla fuimos, a Ciudad Victoria, Tamaulipas, el 10 de junio del año 2014. En la secundaria Rigoberto Castillo, al sur de esa ciudad, se hizo el lanzamiento de la campaña #elbullyingnoesunjuego. 

Estabas muy feliz ese jueves. Porque el primer paso es dejar de decir que no se puede, me decías. Y, sí, Regina, gracias por tantos caminos abiertos y por la amabilidad como disciplina. Yo no quiero dejar de tenerla. Quiero seguir esa tarea tuya cumplida con creces y, en tu nombre, brindar en zapoteco por la fe, la inquebrantable fe en que siempre, como nunca te cansabas de repetirlo, siempre hay rutas para construir entendimiento y escapar de la renuncia a la voluntad.  

Gracias, Regina. Y que ahora, en la otra dimensión en que siempre creíste, Arcadia toque la guitarra y haga contigo el coro de la Llorona.  

  

 

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