Por. Bárbara Lejtik
Uno de esos días terrible, tal vez semana o quizá año para no querer recordar.
Todo pareciera estar enojado, el clima, la gente, la suerte.
La rispidez con la que los partidos políticos llenan sus campañas de vituperios e insultos en vez de propuestas y soluciones, el ambiente electoral se vuelve más denso conforme pasan los días y al menos en lo particular la publicidad mediática no me deja casi ninguna duda sobre sus aspiraciones deshonestas y claramente sedientas de poder de los partidos y sus candidatos.
Los mexicanos igual que todos los demás ciudadanos del mundo creemos tener siempre la razón, llevamos siglos pelando por lo mismo y acusando al contrario de corrupción e ineficiencia.
La única verdad la tenemos en la nariz y no la queremos ver, todos somos corruptos, los partidos políticos están conformados por ciudadanos en muchos casos mal intencionados o confundidos de la misma comunidad egoísta; lo que pasa es que no es lo mismo la corrupción personal que la del prójimo, la corrupción molesta cuando no nos beneficia a nosotros. Cada sexenio hay inconformidad con el tipo de gobierno, lo que a unos les parece correcto e históricamente justo y necesario, a otros les parece un error y un despilfarro de recursos y así nos podríamos ir sexenio tras sexenio, caso por caso.
Somos egoístas y tramposos, queremos obtener beneficios con el mínimo esfuerzo y sabernos dominantes, somos clasistas de arriba para abajo y de abajo para arriba no es necesario que alguien haya llegado a dividirnos, aunque así nos esforcemos en hacerlo parecer.
Es difícil conservar el positivismo en un clima de tanta incertidumbre y rivalidad, de tantos errores y comentarios fuera de lugar, de accidentes por negligencia y de indiferencia a los más afectados que son usados, como siempre, únicamente como proyectil en este eterno combate.
A mi casi medio siglo me resulta imposible creerme ya ningún cuento, quisiera de verdad ser ese tipo de persona que cree en promesas y en buenas intenciones.
He visto lo que han visto la mayoría de mis contemporáneos, no sé si mucho o poco pero suficiente para dudar de todo y de todos.
Es más, no solo creo que somos la especie más perfectible que camina sobre la faz de la tierra, en ocasiones me cuestiono si no fuimos un experimento fallido de la naturaleza.
Dopaminosa como afortunadamente soy, suelo muchas veces evadir o disociar la realidad para no amargarme la vida, he cultivado la costumbre de distraerme con la belleza de lo simple y lo cotidiano, y escuchar los problemas sociales y políticos como un molesto ruido de fondo.
Prefiero atender temas más gentiles como el florecimiento de las jacarandas o la belleza que existe en lo cotidiano.
Hoy por ejemplo, la vida me regaló una imagen hermosa, fuera de la escuela de la ceguera que se encuentra en la calle de Berlín del Barrio del Carmen Coyoacán nos encontramos Nicolás y yo con una señora, ya la habíamos visto durante la pandemia, no debe tener menos de 85 años y todos los días lleva un guiso hecho de croquetas e hígado picadito a los gatos que están en los jardines de la escuela.
Rodeada de una veintena de gatos reparte cucharadas de su banquete y saludos, los llama por diferentes nombres y les pide que dejen comer a los más tímidos, al final les pone recipientes con agua limpia y fresca y sube al coche de su hijo que es quien la lleva todos los días a su cita ineludible.
Le pregunte desde cuando lo hacía y la verdad es que estaba tan concentrada en su tarea que no mostró interés en platicar conmigo.
Seguí mi camino con una sonrisa y una gran enseñanza en el corazón.
Señoras que alimenten gatitos en condición de calle, que tengan el compromiso de ir todos los días, aún en pandemia y el cuidado de procurar comida saludable para los animalitos, hacen que aunque el resto de la humanidad me haga pensar lo contrario, hay alguien por quien vale la pena creer que si merecemos un mundo mejor.