Por. Bárbara Lejtik
¿No les pasa?
¿No se preguntan a cada rato cómo es que llegué hasta aquí?
O más bien, ¿qué estoy haciendo aquí?
Cuando nuestros hijos o sobrinos nos dicen que ya quieren ser adultos para poder hacer tal o cual cosa (manejar, casarse, ir de fiesta, usar tacones), te dan ganas de decirles que todo fue una estafa, pero es peor cuando nuestros padres o tíos nos vienen con la cantaleta de que disfrutemos la vida porque estamos en el mejor momento y pasa demasiado rápido.
Y tú no logras entender de qué hablan, a qué se refieren con la mejor etapa, es más, cómo es que llegarás a las nueve de la noche sin enloquecer o ya lo hiciste hace tiempo, enloquecer, lo de las nieve de la noche fue metafórico.
¿Cómo vas a llegar a fin de mes, o al fin de semana?
No confías en tus decisiones, dudas de cada uno de tus pasos, quisieras tener una máquina de tiempo para reparar lo que hiciste hace diez años y lo que hiciste hace 10 minutos.
Eres consciente que estás a la mitad del camino, en la mediana edad pero no estás seguro hacia dónde te diriges, si de verdad querías ir allí o solo has caminado como autómata todos estos años siguiendo al resto de la manada o pretendiendo caminar hacia el sentido opuesto para sentirte original y diferente.
Vivir es sin duda lo más complicado que tiene vida según Alejandro Sanz, yo coincido; pero es sin duda cuando empieza a atardecer, cuando ya te sientes cansado y todavía falta un buen trecho por caminar y de subida, este hartazgo es lo que te distrae y te impide darte cuenta que es la hora de los mejores colores, cuando el cielo se vuelve un holograma mágico y los sonidos de la vida son como una sinfonía llena de matices, es a la hora que las aves vuelven a sus nidos, que el viento suena entre las ramas, que las madres llaman a sus hijos, es el clímax de cualquier canción, un bistec a término medio, el punto exacto de dulzura y madurez de la fruta.
Pero nuestra mente está tan llena de cuestionamientos que nos agobian, de reclamos y de problemas que nos atormentan todo el día y toda la noche.
Cuentas que pagar, compromisos que cumplir, relaciones complicadas, vacíos y resentimientos que trabajar, miedos sin resolver.
Pensé que a esta edad tendría una casa linda y una pareja estable, medio mapamundi palomeado, una buena cuenta en el banco, una autoestima a prueba de balas y nada de eso.
Siempre me dijeron que mal de muchos consuelo de tontos y tal vez no sea cierto, no alegran los problemas de los demás, pero si consuela saber que no soy la única que vive con incertidumbre cada día, que debe más dinero y favores que los que recuerda haber pedido o necesitado, que es consciente que lo mejor de la vida es gratis y sin embargo gasta mucho más de lo que gana, que se relaciona cada vez de manera más compleja, que sigue preocupándose por cada gramo y por cada cana y cada arruga, por cada error, que se enamora a lo tonto, que no ha entendido cómo es el juego de la seducción y sigue equivocándose como en la adolescencia, o peor aún.
Que difícil es vivir en el ojo del huracán, competir por todo, compararse todo el tiempo, añorando los tiempos de donas y chocolate caliente antes de dormir.
Lo mejor de la vida viene con los años, es resultado del tiempo y la experiencia, me lo repito todo el tiempo y sin embargo no dejo de agóbieme por tonterías tanto como por problemas graves, me enoja la injusticia social y pienso buena parte del día en lo egoístas y absurdos que somos los seres humanos, sin embargo me emociono como niña cuando voy a ver a mis amigos y me divierto siempre como si no hubiese un mañana, atesoro utensilios de cocina y recuerdos de los 80’s, versos aprendidos en libros y diálogos de películas, cuentos escuchados por allí, boletos de avión, chocolates, recuerdos, secretos.
No entiendo por qué si estamos en el mejor momento de nuestras vidas tenemos que escondernos ahora de nuestros hijos, nos escondemos todo el tiempo, para tomar y fumar, para enamorarnos y hacer el amor, para contar nuestras mejores anécdotas y para llorar cuando no podemos más.
Somos los dueños del balón y jugamos todo el partido, los jefes de nuestra vida y los empleados más explotados de la misma, más parecido a esto último.
Hartos de los términos: responsabilidad, buen ejemplo, crédito, sensatez, intereses, calorías, antioxidantes, culpas y nostalgias.
Solo queremos un día no pensar, no existir, no ser necesarios en ningún lado, no necesitar justificaciones ni pretextos para no hacer nada, para equivocarnos a lo grande, para bostezar sin pena, dormir desnudos, tomar agua de la llave, como cuando éramos niños de verdad y no niños en cuerpos adultos pretendiendo parecer formales y perfectos.
Queremos cambiar las reglas del juego que nosotros mismos apostamos, ya no queremos ser indestructibles ni disciplinados, ineludibles ni corruptos, queremos solamente ser, sin deber, sin añorar y sin temer.
Ver la vida como la ven los niños, sin filtros, solo destacando lo bonito de cada persona y de cada lugar, devorarnos cada momento sin aderezos ni endulzantes, bailar sin pena como si fuésemos campeones de baile, recordar solo lo agradable y olvidar lo que nos lastimó el alma, no volver a permitir que nadie nunca nos diga que no somos suficientes, no volver a herir a una sola persona y querer a todos por lo que son, sin reservas, sin advertencias.
Ser como niños que hacen amigos en el parque y vuelven a casa con una sonrisa, seguros de que emplearon su tiempo de la mejor manera posible, aunque hayan olvidado sus juguetes, ahora tienen algo mucho mejor, un nuevo amigo.
Ser adultos es muy difícil, tanto que tenemos que aligerar el peso con placebos y ansiolíticos, porque no estábamos listos, nunca lo estaremos, tampoco los niños que sean adultos mañana lo estarán y allí estaremos nosotros vengándonos de la vida, diciéndoles que no desperdicien las oportunidades y que vivan al máximo porque la vida se va como un suspiro.