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Benito Juárez antiimperialista

  • De teniente a presidente de la República

Por. Raúl Jiménez Lescas

Le tocó a Benito jugársela por la Nación ante las invasiones: española de Barradas en 1829; la Guerra de los Pasteles o primera invasión francesa de 1838-1839; la invasión gringa de 1846-1848 y la franco-belga para imponer el Imperio de Maximiliano (1862-1867). Por eso fue un antiimperialista antes de que existiera el imperialismo del capital financiero. Antiimperialista porque luchó contra los imperialistas que buscaban retomar su antigua colonia o imponer un nuevo dominio colonial.

Como ya sabemos, Juárez era un joven cuando se Consumó la Independencia de México en 1821 y, luego, de 19 años cumplidos vio cómo se erigió la Primera República Federal con los antiguos insurgentes al mando: Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero, Nicolás Bravo, Carlos María de Bustamante (su paisano) y fray Servando Teresa de Mier. De ahí su gusto y simpatía por las obras e ideas de don Vicente Guerrero, que traicionado por un tal Picaluga, fue fusilado en el exconvento de Cuilapan, cerca de la capital oaxaqueña el 14 de febrero de 1838.

Juárez ante la invasión de Barradas y la primera de los franceses

De puño y letra Benito lo heredó a sus hijos: “En 1829 se anunció una próxima invasión de los españoles por el Istmo de Tehuantepec, y todos los estudiantes del Instituto ocurrirnos a alistarnos en la milicia cívica, habiéndoseme nombrado teniente de una de las compañías que se organizaron para defender la independencia nacional.”. Tal fue el ambiente que se respiró en México que como Nación estaba en pañales, pero firmemente conducido por el presidente Vicente Guerrero.

Cuando los francés bloquearon el puerto de Veracruz (Guerra de los Pasteles), Benito Juárez estaba defendiendo a los nativos de Loxicha o preso. Sigamos el relato del mismísimo Benito: “Quedaban pues cerradas las puertas de la justicia para aquellos infelices que gemían en la prisión, sin haber cometido ningún delito, y sólo por haberse quejado contra las vejaciones de un cura. Implacable éste en sus venganzas, como lo son generalmente los sectarios de alguna religión, no se conformó con los triunfos que obtuvo en los tribunales sino que quiso perseguirme y humillarme de un modo directo, y para conseguirlo hizo firmar al juez Feraud un exhorto, que remitió al juez de la Capital, para que procediese a mi aprehensión y me remitiese con segura custodia al pueblo de Miahuatlán, expresando por única causa de este procedimiento, que estaba yo en el pueblo de Loxicha sublevando a los vecinos contra las autoridades ¡y estaba yo en la ciudad distante cincuenta leguas del pueblo de Loxicha donde jamás había ido!

“El juez de la Capital que obraba también de acuerdo con el cura, no obstante de que el exhorto no estaba requisitado conforme a las leyes, pasó a mi casa a la medianoche y me condujo a la cárcel sin darme más razón que la de que tenía orden de mandarme preso a Miahuatlán. También fue conducido a la prisión el licenciado don José Inés Sandoval a quien los presos habían solicitado para que los defendiese.”.

Juárez se doblaba pero no se rompía. Su sólida formación liberal y sus ideales lo llevaron a seguir su lucha saliendo de la cárcel: “Estos golpes que sufrí y que veía sufrir casi diariamente a todos los desvalidos que se quejaban contra las arbitrariedades de las clases privilegiadas en consorcio con la autoridad civil, me demostraron de bulto que la sociedad jamás sería feliz con la existencia de aquéllas y de su alianza con los poderes públicos y me afirmaron en mi propósito de trabajar constantemente para destruir el poder funesto de las clases privilegiadas. Así lo hice en la parte que pude y así lo haría el Partido Liberal; pero por desgracia de la humanidad el remedio que entonces se procuraba aplicar no curaba el mal de raíz, pues aunque repetidas veces se lograba derrocar la administración retrógrada reemplazándola con otra liberal, el cambio era sólo de personas y quedaban subsistentes en las leyes y en las constituciones los fueros eclesiástico y militar, la intolerancia religiosa, la religión de Estado y la posesión en que estaba el clero de cuantiosos bienes de que abusaba fomentando los motines para cimentar su funesto poderío. Así fue que apenas se establecía una administración liberal, cuando a los pocos meses era derrocada y perseguidos sus partidarios”.

De tal forma que entre 1839-1843 se dedicó a su profesión y, se casó con doña Margarita Maza en 1843, a los 33 años cumplidos.

Además de su sólida formación política y académica, su experiencia política fue creciendo: diputado local de Oaxaca, magistrado interino, “exiliado” en Tehuacán, Puebla y preso político. Su maestro, el general Antonio de León (consumador de la independencia en Oaxaca) lo llamó a su gobierno. Dice Benito en sus Apuntes: “En 1844, el gobernador del Estado, Gral. don Antonio León, me nombró secretario del despacho del Gobierno y a la vez fui electo vocal suplente de la Asamblea Departamental. A los pocos meses se procedía a la renovación de los Magistrados del Tribunal Superior del Estado, llamado entonces Departamento porque regía la forma central en la Nación y fui nombrado fiscal segundo del mismo”.

Al año siguiente, 1845, fue electo por unanimidad de votos para ocupar una curul en la Asamblea Departamental, misma que fue disuelta al año siguiente por la “sedición militar, acaudillada por el general Paredes, que teniendo orden del Presidente don José Joaquín de Herrera, para marchar a la frontera, amagada por el ejército americano, se pronunció en la hacienda del Peñasco del Estado de San Luis Potosí y contramarchó para la Capital de la República a posesionarse del Gobierno, como lo hizo; entregándose completamente a la dirección del Partido Monárquico Conservador. El Partido Liberal no se dio por vencido. Auxiliado por el Partido Santanista trabajó activamente hasta que logró destruir la administración retrógrada de Paredes, encargándose provisionalmente de la Presidencia de la República el Gral. don Mariano Salas.”.

Juárez ante la invasión gringa

Recordó Benito que “En Oaxaca fue secundado el movimiento contra Paredes por el Gral. don Juan Bautista Díaz; se nombró una Junta Legislativa y un Poder Ejecutivo compuesto de tres personas que fueron nombradas por una Junta de Notables. La elección recayó en don Luis Fernández del Campo, don José Simeón Arteaga y en mí y entramos desde luego a desempeñar este encargo con que se nos honró. Dada cuenta al Gobierno general de este arreglo resolvió que cesase la Junta Legislativa y que sólo don José Simeón Arteaga quedara encargado del Poder Ejecutivo del Estado. Yo debí volver a la Fiscalía del Tribunal que era mi puesto legal, pero el Gobernador Arteaga lo disolvió para reorganizarlo con otras personas y en consecuencia procedió a su renovación nombrándome Presidente o Regente como entonces se llamaba al que presidía el Tribunal de Justicia del Estado.”.

La Patria estaba invadida por el ejército de conquista y “El Gobierno general convocó a la Nación para que eligiese sus representantes con amplios poderes para reformar la Constitución de 1824 y yo fui uno de los nombrados por Oaxaca, habiendo marchado para la Capital de la República a desempeñar mi nuevo encargo a principios de diciembre del mismo año de 46. En esta vez estaba ya invadida la República por fuerzas de los Estados Unidos del Norte: el Gobierno carecía de fondos suficientes para hacer la defensa y era preciso que el Congreso le facilitara los medios de adquirirlos. El diputado por Oaxaca don Tiburcio Cañas hizo iniciativa para que se facultara al Gobierno para hipotecar parte de los bienes que administraba el clero a fin de facilitarse recursos para la guerra. La proposición fue admitida y pasada a una comisión especial, a que yo pertenecí, con recomendación de que fuese despachada de preferencia. En 10 de enero de 1847 se presentó el dictamen respectivo consultándose la adopción de la medida que se puso inmediatamente a discusión. El debate fue sumamente largo y acalorado, porque el partido moderado, que contaba en la Cámara con una grande mayoría, hizo una fuerte oposición al proyecto. A las dos de la mañana del día 11 se aprobó, sin embargo, el dictamen en lo general; pero al discutirse en lo particular la oposición estuvo presentando multitud de adiciones a cada uno de sus artículos con la mira antipatriotica de que aun cuando saliese aprobado el decreto tuviese tantas trabas que no diese el resultado que el Congreso se proponía. A las 10 de la mañana terminó la discusión con la aprobación de la ley, que, por las razones expresadas, no salió con la amplitud que se deseaba.”.

Año fatídico el del 47, como diría el historiador michoacano don Luís González y González. Benito luchando contra los invasores desde su trinchera. Por cierto, ahí en el Congreso Federal y en la Ciudad de México, Juárez conoció a otro liberal destacado, el tapatío don Mariano Otero y Mestas (1817-1850), diputado por Jalisco, el mismo que, señaló la historiadora Doralicia Carmona (Memoria Política de México): “En el congreso constituyente de 1847, participó en la formulación del Acta de Reformas que restauró la Constitución federal de 1824, como una manera de conciliar a los grupos políticos mientras el ejército mexicano enfrentaba la guerra que le impusieron los Estados Unidos. En el artículo 25 de dicha Acta se encuentran las ideas de Otero acerca del amparo, esto es, se otorga a los tribunales de la federación competencia para proteger a cualquier habitante de la República en el ejercicio y conservación de sus derechos constitucionales y leyes respectivas, contra todo ataque de los poderes legislativo y ejecutivo federales o estatales, limitándose dichos tribunales a impartir su protección en el caso particular, pero sin ninguna declaración general respecto de la ley o acto que la motivara.”.

Los diputados federales hicieron su chamba, pero Benito, sin recursos para sostenerse en la capital de la República invadida, regresó a su tierra en agosto de ese año. Por su parte, su colega de armas: “Firmado el Tratado de Guadalupe Hidalgo, Otero votó, junto con otros tres diputados, en contra de su aprobación porque el Ejecutivo carecía de facultades para negociarlo, y porque se despojaba a México de vastos territorios que no eran materia de disputa al comenzar la guerra (la materia era la disputa sólo por Texas, no más), lo que mostraba con claridad que la invasión norteamericana era exclusivamente una brutal guerra de conquista para despojar de todo el territorio que pudiera ser arrebatado; por eso, propuso que el Congreso se negara a reconocer cualquier acuerdo que implicara enajenación alguna del territorio nacional.”.

El carácter de Benito Juárez se mostró con todo su esplendor al tomar las riendas del gobierno oaxaqueño y prohibió al general Antonio López de Santa Anna que cruzara el territorio en su huida a Centroamérica, tras renunciar a la presidencia luego de la toma de la capital de México por las tropas del general Winfield Scott en septiembre de 1847, el año funesto para la República.

Por su parte, el general Antonio de León, maestro y tutor político de Benito, decidió encabezar el batallón de oaxaqueños que defendió Molino de Rey en Chapultepec y, ahí, cayó en combate el 8 de septiembre de 1847. Según la memoria de la SEDENA: “Las defensas del Molino del Rey quedaron reducidas a un efectivo aproximado de 4,000 elementos integrados por la Brigada del General Antonio de León, el 4/o. Batallón Ligero, el 11/o. Batallón de Línea y los Batallones de Guardia Nacional Libertad, Unión, Querétaro y Mina, este último comandado por el Coronel Lucas Balderas.

“A las primeras horas de la mañana del 8 de septiembre, la Artillería Norteamericana comenzó con el ataque. A pesar de la superioridad de las armas del ejército norteamericano, las tropas mexicanas lograron rechazar una y otra vez al invasor, causándole numerosas bajas. En tan críticas circunstancias para el enemigo, se ordenó que una División de Caballería al mando del General Juan Álvarez que se encontraba en las cercanías de ese lugar cargara con sus dragones sobre el flanco estadounidense, sin embargo no lograron entrar en acción.

“La llegada de refuerzos extranjeros provocó que el enemigo ganara posición sobre el Molino del Rey y que paulatinamente las tropas mexicanas se dispersaran hacia Chapultepec. El saldo de esta batalla fue de aproximadamente 800 bajas nacionales entre ellas el General Antonio León y el Coronel Lucas Balderas, mientras que el enemigo sufrió poco más de 700 bajas.

“A pesar de la derrota sufrida en el Molino del Rey, este hecho de armas es recordado debido a la valentía, arrojo y patriotismo que mostraron los soldados mexicanos al defender a su nación y la soberanía nacional.”.

Alumno y maestro, Benito y Antonio, Juárez y De León, jugaron su papel en la lucha contra las invasiones extranjeras: de tal palo, tal astilla.

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