«BRUJAS, HADAS Y VALKIRIAS» Un día cualquiera - Mujer es Más -

«BRUJAS, HADAS Y VALKIRIAS» Un día cualquiera

…pero a la fusca, a esa sí que le tiene respeto.

Por. Liliana Rivera

4:30 de la mañana, Ángel se levanta, tiene que prepararse para salir a trabajar. Se baña, se viste y se peina; mientras, Sandra, su mujer ya le ha preparado dos huevos con jamón, una taza de café y lo que nunca puede faltar, una concha de chocolate en la mesa. Ve la hora y se apura a desayunar, ya se le hizo un poco tarde; tiene que estar antes de las 6:00 si quiere que le toque un buen pasaje, y que el microbús vaya lleno. Se lleva su pan en mano, le da un beso a su mujer y se dirige a la base.

Al llegar, ve con agrado que es el primero. Hay muchos pasajeros, seguramente hoy completará rápido la cuenta y pronto podrá irse a casa: ¡Súbale, súbaaleeee! Grita el cacharpo con gran entusiasmo; y empieza el desfiladero de personajes. El primero en subir un señor muy trajeado: “se nota que es todo un Lic.” -piensa Ángel-; suben dos chamacos bien chamagosos: “o son mariguanos o se les hizo tarde” –intuye-; una hermosa damita: “pásele mi reina”; y así con cada uno de sus pasajeros, inventa, imagina sus problemas, sus profesiones, sus alegrías, sus historias; para Ángel es un juego que todo el día le agrada hacer.

Antes de arrancar se asegura que esté bien repleta la micro: “cabe uno más” le dice al cacharpo: “¡uno más! ¡uno más!”- grita en automático el escuincle. Sintoniza en la radio su estación preferida, por supuesto La Z, y a todo volumen con un Vete ya de Valentín Elizalde inicia su recorrido.

Como todo un buen chofer de microbús de la gloriosa CDMX se le cierra a cualquier automovilista que se le cruce; baja y sube pasaje desde el segundo carril; se pelea con uno, con otro; mentadas de madre, en fin, el pan nuestro de cada día.

Foto. Emilio Villalobos

En uno de esos arranques, le pega a un carro, para su mala fortuna un Mercedes. Ángel enfurecido baja del microbús, ningún riquillo lo va a intimidar, dispuesto a todo, y de ser necesario, llegar hasta los trancazos; está seguro que el culpable fue el auto farol.

Ricardo el conductor del Mercedes baja, igualmente enojado, reclamando que el error fue del microbusero: “¡imbécil bajaste personas desde el tercer carril!”. Ángel no acepta tal calumnia del burgués. Entre groserías y empujones se empieza a calentar la situación. No tardaron en darse de golpes, el griterío de la gente, el tránsito hecho de los mirones que se detienen; un golpe en la cara, otro en el estómago, patadas, insultos. Ricardo al ver que el chofer va ganando el agarrón, en su enojo saca una pistola; Ángel mira el arma, de inmediato para la bronca. Ahora sí tiene miedo; está acostumbrado a escuchar de todo, a las friegas, es más a uno que otro macanazo, pero a la fusca, a esa sí que le tiene respeto.

Trata de tranquilizarlo, pero Ricardo está tan exaltado que no escucha nada ni a nadie: “ahora sí desgraciado, chofercito de segunda, ¿no qué muy valiente?”, berrea. En su locura dispara una, dos y tres veces. Ángel se paraliza aprieta los ojos, empieza a rezar, baja del cielo a todos los santos, vírgenes conocidas y no conocidas, sus oídos por los disparos se encuentran en silencio absoluto…

El tiroteo cesa. El microbusero despega lentamente los ojos, piensa que ya está en el paraíso; se observa todo, está completo, ni un rasguño: “¡¡uff!! ¡¡La libré!!” piensa. Sin embargo, su compañerito, el gritón, le tocaron los plomazos; el pobre chamaco aúlla del dolor, su pierna izquierda sangra sin parar. Los gritos de terror de las personas, los ojos desorbitados del burgués, la cara cada vez más sin color del cacharpo.

A lo lejos se escuchan las sirenas; la ambulancia y la policía están a punto de llegar. Ricardo sube de inmediato a su auto dando una huida impresionante. Ángel no quiere más problemas, le da su bendición al chiquillo, le dice:” mijo, vas a estar bien, mañana te busco; si preguntan, ya sabes”; y sin tardar más de lo que el riquillo arrancó, él también se hace humo.

Nuestro microbusero llega sin parar a su casa. Antes de entrar, se arregla un poco y se limpia la cara. Sandra lo saluda con un cálido beso de bienvenida, al que él corresponde sin pensarlo. Su mujer pregunta: “¿qué tal tú día?”, Ángel no responde, pasa de largo y se sienta en el sofá frente al televisor, detrás de él, nuevamente pregunta su mujer: “Ángel, ¿y tú día?, pensativo le contesta: “si te contara… pero, creo que fue como un día cualquiera.”

 

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