- 190 años han pasado y no hemos claudicado
- Guerrero, un trigarante
El bien para todos, el mayor bien para la patria.
Vicente Guerrero
Raúl Jiménez Lescas
En la crisis del Imperio Mexicano, Vicente Guerrero se adhirió al Acta de Casa Mata y sus adhesiones, sellando una alianza con las fuerzas de Veracruz bajo la comandancia de Antonio López de Santa Anna, destacando su papel militar para fortalecer a las diezmadas fuerzas de Nicolás Bravo. Guerrero se pronunció contra el emperador Agustín I, mientras que su aliado, el general mixteco, Antonio de León conformó una Junta de Gobierno, la Diputación Provincial y el Estado Libre de Oaxaca. El naciente Imperio Mexicano proclamado el 28 de septiembre de 1821 entró en crisis por un conjunto de circunstancias y los errores políticos del emperador Agustín I (Agustín de Iturbide). Vicente Guerrero, junto a otros insurgentes y algunos generales trigarantes, jugaron un papel fundamental en la transición del Imperio Mexicano a la Primera República Federal de 1824.
Don Agustín de Iturbide propuso el Plan de las Tres Garantías, mismo que suscribió Vicente Guerrero y, en una rápida y efectiva campaña militar, sumaron diversas fuerzas, ocuparon la ciudad de México el 27 de septiembre de 1821, pero las propuestas y decisiones de Agustín de Iturbide no le permitieron consolidar la monarquía constitucional moderada que pretendió con los Tratados de Córdoba y el Plan de Iguala. El Emperador enfrentó al Congreso, poder constituyente y legislativo, comprometido con el plan libertador, arrestó hasta el diputado Milla proveniente de Guatemala y disolvió el Congreso el 31 de octubre de 1823; el desarrollo de los poderes civiles y a la naciente opinión pública, en una monarquía acostumbrada a la disciplina, lealtad, al Rey y a Dios. Así, los acuerdos y fuerzas sumadas en la exitosa campaña libertadora se desarreglaron en una “pareja dicotómica”, que terminó resolviendo sus problemas políticos a balazos, amotinamientos, encarcelamientos y en una campaña regular entre las fuerzas beligerantes.
Se comparó al emperador Agustín I con Fernando VII, señaló en su Diario el perspicaz periodista y diputado depuesto, Carlos María de Bustamante. En efecto. La antítesis Constitución de Cádiz-Rey se resolvió con el golpe del monarca a su retorno a España, inaugurando lo que se ha llamado el “sexenio absolutista” (1814-1820), pero la historia no se repitió dos veces con la dicotomía entre el emperador Agustín I y el Congreso. Tanto Fernando VII como Agustín I fracasaron cómo líderes políticos en esa complicada transición del nacimiento de las dos naciones modernas, reflexionó Jaime E. Rodríguez.
Los diputados constituyentes y los “pronunciados” terminaron derrotando al emperador para abrir el camino a la República. De tal forma, que el sentimiento o anhelo de que algún miembro de la Casa de los Borbones estuviera al frente de la nueva nación quedó imposibilitada, como se demostró con la invasión del brigadier español Isidro Barradas en el Golfo pocos años después (26 de julio de 1829) durante la presidencia de Vicente Guerrero.
La Nación Española emanada de la Constitución de Cádiz, miró desde 1819 la pérdida irremediable de sus provincias y capitanías americanas con los triunfos insurgentes en Venezuela y Colombia. Sus últimos reductos (San Juan de Ulúa en Veracruz, Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, se perderían en 1889 con la guerra contra Estados Unidos de América. El imperio español, llamado “nación española” por los gaditanos, terminaría su largo dominio en América, el Caribe y las Filipinas. Como señaló Robert J. Ward:
El interés en las posesiones de España en América del Norte, por parte de las grandes potencias, existía desde el descubrimiento del Nuevo Mundo. Lo alentaba el deseo de disfrutar de las riquezas de las nuevas tierras. Más tarde se convirtió en el conflicto de dos culturas colindantes y se agravó con el afán expansionista de los Estados Unidos. La situación de la colonia a fines del siglo XVIII y principios del XIX, el desánimo de muchos de los moradores de esta parte del reino con el gobierno de la metrópoli propiciaron los planes y conjuras de intervención.
Denomino “cuatrienio liberal” a los años que corrieron entre 1820 y 1824 y, con Luis Jáuregui, de transición política. ¿Transición a dónde? Es una pregunta obligada. Fue una transición compleja, porque los monárquicos empujaron al absolutismo, al menos como el sexenio de Fernando VII en Iberoamérica; los liberales españoles hacia la Nación Española gaditana (restablecida en 1820); la insurgencia con el proyecto de Miguel Hidalgo y José María Morelos, pero sin posibilidades de triunfar. Debió aparecer una fuerza alternativa de las entrañas de lo “viejo” para emprender el Plan de las Tres Garantías con un realista de viejo cuño vallisoletano, Agustín de Iturbide, que por razones involuntarias, voluntarias, conscientes e inconscientes, se erigió como la figura política de la “transición” de la independencia en el marco del gaditanismo, pretendiendo además la bendición de los Borbones. Don Agustín la definió en sus Memorias como una “época delicada”.
Por su parte, Carlos María de Bustamante, que lo conoció bien y estuvo en los momentos críticos de la crisis del primer imperio, con su pluma característica dejó las siguientes notas en su Diario:
Es un problema para muchos ¿si convendrá o no a beneficio de la Nación que Iturbide quede en México? Para mí es de fácil resolución, porque aquí ya le conocemos, y si sale a fuera, seguramente seduce a muchos incautos, se hace de partido y nos prolonga los males, haciéndonos una guerra cruel. El posee el arte de persuadir, su figura es interesante; se acomoda y pliega a todos, y sus razonamientos, pocas veces dejan de surtir su efecto. Muchas nos ha engañado con destreza, y si ya no lo creemos, es porque ha repetido sus embustes y perdido el derecho a nuestra confianza.
En ese “cruce de caminos” entre el viejo orden, el gaditano y la invención de una nueva nación, Vicente Guerrero y, el entonces coronel mixteco, Antonio de León y sus fuerzas, jugaron un papel importante en la breve, pero eficaz campaña militar Trigarante para consumar la independencia en 1821. Por ser en ese entonces un coronel del sur o menos destacado que coroneles, generales y sus tropas de la Trigarancia, se le reconoce menos a De León, ya que su estrella no brillaba como la de ex oficiales realistas (Antonio López de Santa Anna o Anastacio Bustamante o insurgentes como Vicente Guerrero y Nicolás Bravo, o de los personajes que signaron el “Acta de independencia del Imperio Mexicano, pronunciado por su Junta Soberana en la capital de él 28 de septiembre de 1821”.