Adriana Luna
Amamos mucho a nuestros padres y abuelos envejecidos, llenamos las redes sociales con fotografías acompañados de ellos. Admiramos sus cabezas blancas, aseguramos que la vida sin ellos no sería igual y que sus enseñanzas nos han mostrado el camino a seguir.
Pero en realidad nos aterra llegar a la vejez, invertimos enormes sumas de dinero para que no se nos note la edad en el rostro o en la cabellera. En los hechos les hemos discriminado, les decimos que valen menos, que su etapa productiva está mermada, que no tienen derecho de entrar a una tienda a comprar alimentos, ni medicamentos. Los estamos haciendo a un lado, los desechamos. ¿No me cree?
En fin de año, poco importó la salud de los abuelos. Muchos de ellos murieron durante los meses de enero y febrero tras ser contagiados por sus hijos y nietos que no pasaron por alto, la tradición navideña de reunirse en familia. Algunos ni siquiera se habían cuidado durante las posadas y siendo portadores asintomáticos, llevaron al virus como invitado incómodo a la casa de los abuelos.
Seamos sinceros, en la pandemia mundial de COVID-19 ¿Cuántas veces ha llamado a sus padres y abuelos para conocer cómo se sienten, no solo si están bien de salud? ¿Cuántas veces se ha ofrecido a surtirle todos los productos del supermercado para que ellos no corran ningún riesgo? ¿Cuántas veces ha levantado la voz cuando le han impedido ingresar a una farmacia para comprar el medicamento?
Las personas de 60 y 70 años, todavía activos económicamente, sintieron la frustración de intentar ingresar a comercios y farmacias para comprar víveres y medicinas, pero enfrentaron la prohibición de hacerlo, “porque ya son viejos”, “porque son población vulnerable al virus”, cuando en realidad todo humano está en riesgo de contagiarse.
Les estamos mandando un mensaje equivocado de que al ser personas de la tercera edad no pueden tener libertad, movilidad, ni autonomía. Cuando ellos nos ponen el ejemplo con el pago de impuestos, son los primeros en levantarse para barrer las banquetas, para salir a caminar en el parque, los que mantienen viva la economía barrial.
Imagine a esos hombres y mujeres enteros física y emocionalmente que se sintieron relegados de una sociedad a la que han dado todo. ¡Es una vergüenza lo que les hemos hecho! Ellos que fueron educados en la valiosa independencia, esa generación activa que aprendió entre las calamidades a poder de salir adelante siempre, sin importar cuantas adversidades enfrente.
55% de esa población de adultos mayores son mujeres, muchas de ellas solas, jefas de familia incluso, eso tiene varias implicaciones. A todas ellas les dijimos: “No vales más porque ya no eres joven”. Nunca nos pusimos a pensar en sus condiciones económicas, muchas de ellas son incluso abuelas que todavía cuidan de sus nietos, como si fueran sus hijos.
En el discurso, los ancianos son vulnerables. En la realidad, nos valen un cacahuate porque la hermosa juventud es más valiosa y es prioritaria. Somos descaradamente hipócritas. Se nos olvida que ¡Como te ves, me vi y como me ves, te verás!