Por. Gerardo Galarza
El proceso electoral del 2021, el más grande en la historia de México, arrancó ya en el ánimo popular con las mediáticas precandidaturas de cómicos, comediantes, cancioneros, deportistas, reinas de belleza, artistas (es un decir, claro) que serán postulados a cargos de elección popular por todos los partidos políticos.
Como siempre ocurre aquí: comencemos por el principio. Todos los ciudadanos mexicanos, en goce de sus derechos, tienen derecho a votar y ser votados para cargos de elección popular, sin importar la actividad (lícita, claro está) a la que se dediquen, de acuerdo con la Constitución. Tampoco es requisito constitucional poseer algún grado académico, por lo que un analfabeta podría ser presidente de la República, gobernador o legislador.
En México la vía más fácil para ser candidato a un cargo de elección popular es través de un partido político. Se puede ser candidato independiente, pero el trámite es muy complicado y costoso.
Los partidos políticos lo saben y también saben que necesitan de candidatos populares que les garanticen votos, que a su vez les garanticen la conservación de su registro y, con él, el acceso al financiamiento y a las prerrogativas públicas. No es poca cosa. Los partidos grandes saben que a mayor cantidad de votos también será mayor el financiamiento. Es decir, la continuidad del “negocio”. (Hoy existen versiones de que algunos de esos candidatos populares cobran por ser postulados y los partidos pagan con tal de obtener votos. De haber alguna evidencia, el INE debería investigar).
Bien, creamos que todo es limpio y legal. Entonces, los ciudadanos cómicos, comediantes, cancioneros, deportistas, reinas de belleza, artistas (es un decir, claro) y demás tienen derecho a ser postulados, y los partidos políticos tienen el derecho de postularlos.
No es un práctica nueva. El PRI lo hizo, aunque justo que reconocer que hay diferencias: generalmente se trató de candidaturas reservadas al pago de cuotas de los gremios afiliados a su sector popular (¿nombres?, sí: Ignacio López Tarso, Silvia Pinal, Carmen Salinas, León Michel, Gamaliel Ramírez, así de rápido y más o menos recientes) o a otros de sus sectores, incluyendo al empresarial que oficialmente no existía. Nadie recuerda ninguna acción legislativa de ellos, aunque fue un verdadero lujo, para presumir, que el gran poeta Jaime Sabines fuera diputado priista. Hoy, es muy probable, que ningún partido postule a un poeta o a un intelectual: no atraen votantes, no son negocio.
Hace unos días, este escribidor hizo una provocación en las redes sociales que era más o menos así: si en una boleta electoral aparecieran sólo los nombres de Layda Sansores, Yeidckol Polevnsky y Paquita la del Barrio, por quién votaría. La respuesta, usted la sabe por obvia.
Sí, en México los cómicos, comediantes, cancioneros, deportistas, reinas de belleza, artistas (es un decir, claro) tienen mayor popularidad y credibilidad que cualquier político. Por eso ganan las elecciones. Un exfutbolista, del América para mayor escarnio, fue alcalde de Cuernavaca y es gobernador de Morelos.
Pero, la culpa no es del indio (el candidato) ni quien lo hace compadre (el partido); la culpa es de quien lo vota. No nos quejemos, luego.