«BRUJAS, HADAS Y VALKIRIAS» Calzada Acoxpa esquina con… - Mujer es Más -

«BRUJAS, HADAS Y VALKIRIAS» Calzada Acoxpa esquina con…

Por Liliana Rivera

¿La cosa más rara que me ha pasado?… bueno… pues… si se lo digo no me lo va a creer… me va a tirar de a loco… o de drogado, y la neta, yo no le hago a esas cosas. Esa vez confieso que sí andaba algo tomado… así estuve dándole… si no trabajo, pues no como. Sigo viviendo con mis jefes, ellos no me dan pa’nada, solo un techo. Esa vez me dijo mi mamá que eso me sacaba por andar por ahí de vago y borracho.

¡Uy! lo que no he visto a través de esos cristales. De todo… de todo, ¡eh! Normalmente me encuentras en el crucero de Acoxpa y las Torres, aquí estoy casi todos los días, antes siempre estaba con mi cuate, el “Quesillo”. Así le decíamos porque se estaba quedando bien pelón, y peinaba sus tres únicos pelos largos güeros de manera que, según él, disimulaba su pelona. Siempre le decía que se rapara, pero él nunca quiso, que eran parte de su personalidad…

Salgo a trabajar desde las 10 de la mañana hasta como a las 5 o 6, por muy tarde. Pero ese día cómo andaba con el “Quesillo”, pues empezamos a tomar desde temprano, y entre la flojera y el desmadre, nos agarró la noche. Necesitaba dinero para llegar a mi casa, porque ahí donde ve, y con todo lo que se quejan mis jefes de que no tengo trabajo, pues les doy para gastos de la casa. Solo que si no llego con dinero, pues al otro día no me dan ni media tortilla. Así que mejor decidí quedarme más de lo normal, y el “Quesillo” por no dejarme solo también se quedó ahí conmigo.

Eran las 11 de la noche, y no pescábamos nada, y el calor estaba sabrosón, el “Quesillo” y yo jugábamos a rociarnos con el poco jabón que nos quedaba, se sentía bien chido porque nos quitaba todo el sudor del día. Entre el juego y el chupe pues nos la estábamos pasando a todo dar.

Foto. Emilio Villalobos

En eso se puso la luz roja del semáforo. Corrimos entre los carros a ver quién quería nuestro humilde servicio. Empezamos a aventarles agua, (ya no teníamos jabón por el relajo que traíamos), pues para obligarlos, pero se ponen bien perros a esa hora, y nadie quería; pero hubo uno que no. Un viejo muy raro, como de 70 años, llevaba una peluca color castaña, brillaba como de esos pelos de muñeca nueva, además llevaba puestos unos lentes obscuros, que no sé cómo demonios veía con esos lentes, su camisa de color rosa, la traía desabrochada y se le veían todos los vellos del pecho. Parecía sacado de una cápsula de tiempo, como de los años 60. Su carro hasta eso era un BMW, bien bonito, no nuevo, en color gris.

Al echarle el agua al parabrisas el viejo primero hizo la señal de que no. Pero después se acercó el “Quesillo” y le dijo: patrón lo que nos quiera dar. Entonces el viejo lo dejó que limpiara, y a mí me dijo que si limpiaba el parabrisas de atrás, en corto me fui para atrás. Cuando vi hacia dentro del carro me di cuenta que en la parte trasera estaban sentados dos maniquíes, parecían reales, como dos jóvenes, arreglados como si fueran a ir a un antro o algo así. Sinceramente me dio miedo, sentí cómo los muñecos me observaban. Igual era mi borrachera, no lo sé.

Como ves, soy bajo de estura, normalmente me tengo que subir en el toldo del carro para poder lavar bien el cristal, y esta vez no fue la excepción. En cuanto me subí a la cajuela, sentí cómo se me quedaban viendo esos monigotes, y mientras limpiaba la ventana, me sentí uno de ellos, me vi ahí adentro observando, mudo, sin poder moverme, ni parpadear, pensé en la vida de un maniquí. Un simple muñeco que te visten como se les antoje y te ponen en la posición que quieran.

Mientras estaba en mi alucín, el BMW arrancó como loco, ni me di cuenta en el momento que el semáforo se puso en siga, me agarré muy fuerte para no caerme, pero el pobre “Quesillo” salió volando, y sin más ni más el carro pasó por encima de él. Solo sentí el crujir de los huesos de mi carnal. Miré hacia atrás y al ver a mi cuate todo ensangrentado me solté del carro haciéndome bolita para no pegarme tan feo y no tener el mismo destino que él, me puse una madriza que me llené de raspones.

El auto frenó de golpe. El vejete se bajó en chinga, ignorándome completamente corrió hacia donde estaba mi amigo. Se lo juro por mi madrecita que lo que voy a decir es verdad, vi claramente cuando el viejo cargó al “Quesillo” como si fuera un muñeco de trapo, me quedé sin aliento ni palabras, no supe qué decirle de lo atolondrado que me sentía. Solo vi cuando lo subió al auto, abrió la puerta trasera y lo recibieron unas manos más tiesas y blancas que la muerte, totalmente plastificadas. El viejo cerró la puerta, y en seguida se metió al auto y arrancó. Yo me quedé ahí tirado, sin saber qué hacer.

Una noche reconocí el carro del don de la peluca, era él, el mismo auto, pero ya no eran dos, si no tres maniquíes, y usted me dirá que estoy loco, pero no me importa, estaba seguro que uno de ellos era el “Quesillo”. Corrí desesperado por la calzada Acoxpa, hacia Miramontes, para alcanzar el BMW. Mi corazón estallaba de lo rápido que iba, solo veía destellos de luces por todos lados. Afortunadamente llegando a la esquina de Prolongación División del Norte, se puso el semáforo en rojo. Me le paré enfrente y todos los de ahí adentro se me quedaron viendo, hasta el “Quesillo”. El auto arrancó y… pues, ahora ya no puedo ni moverme. Hasta rechino un poco si lo intento, ¿ya vio? La neta me preocupan mis jefes, quién les va a decir dónde estoy.


Liliana Rivera. Contadora Pública egresada del Instituto Politécnico Nacional, amante de las letras y su caos. Editora y autora de Cajita de Cristal y otros cuentos, vol. I,II, III. Coautora de tres antologías de cuento: Pandora (2016), Brecha (2017) y El viaje a través de los sueños (2019). Ha colaborado en diversas revistas digitales, así como dado ponencias en espacios culturales. Desde 2016 escribe historias que las Brujas, Hadas y Valkirias le cuentan entre sueños.

 

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