Louise Michel, bastarda, maestra, anarquista y no sé qué tantas cosas más… (I) - Mujer es Más -

Louise Michel, bastarda, maestra, anarquista y no sé qué tantas cosas más… (I)

“L’Empire, c’est la paix».
Louis Napoleón Bonaparte .
Octubre de 1852.
Ellas iban pálidas, maravillosas,
bajo un sol de amor marchando
junto al bronce de las ametralladoras
a través de aquel París alzado.
Arturo Rimbaud

Por. RAÚL JIMÉNEZ LESCAS

“La la sublime explosión” de marzo de 1871 fue lo que vio y sintió la profesora Louise Michel aquella noche estrellada del 17 de marzo para amanecer el 18. Fue espontánea y no planeada por ninguna organización, ni pronosticada por Carlos Marx y Federico Engels, “cabezas” de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT).

Al parecer, fue resultado, por un lado, de la derrota franco-belga en México, la posterior guerra Franco-Prusiana y, por otro, del crecimiento del movimiento obrero francés: es, pues, hija espiritual de la AIT, fundada en septiembre de 1864 por sindicalistas franceses e ingleses.

Barricada de la Comuna de París, 18 de marzo de 1871.

El ciclo de luchas y resistencias, revueltas, revoluciones y contrarrevoluciones en Francia arrancó en 1789, que abrió toda una nueva etapa no sólo en Francia sino con ondas expansivas al resto del planeta. Antonio Gramnsci, desde la cárcel, le llamó la crisis orgánica de larga duración. Ya en plena Revolución Francesa, durante el Directorio, surgió en 1796 la Conspiración de los Iguales inspirada por François Nöel Babeuf, mejor conocido como Gracchus Babeuf, nacido en una cuna humilde de Saint-Quentin. Más tarde, surgieron sindicatos, mutualidades y organizaciones revolucionarias. En 1864, fueron sindicalistas franceses, junto a los ingleses, quienes constituyeron la Internacional. Así que para la década de 1870, Francia y, en especial, París, era un hervidero de grupos sociales, revolucionarios, clubes, periódicos y sindicatos.

Ese ciclo de 1789-1871 no fue lineal, sino complejo, combinando revoluciones y contrarrevoluciones, períodos de reacción, Monarquías y Repúblicas, duros años de represión y de libertad de expresión. De elecciones y de dictaduras. Nada más complejo que la realidad.

La tradición revolucionaria de los franceses data de la Toma de la Bastilla, pero saldría a flote en diversos ciclos como la Revolución de 1830, la Revolución Continental de 1848 y, por supuesto, la Revolución de Febrero y la Comuna de París de 1871.

La historia de la Comuna ha sido motivo de muchos ríos de tinta y papel. Desde el silencio oficioso de la contrarrevolución versallesa hasta las historias románticas y épicas. Al cumplirse su Centenario, en 1971, fue motivo de muchas conmemoraciones y festejos. Para marxistas y anarquistas de la segunda mitad del siglo XIX fue motivo de agrias disputas y, laboratorio, de sus teorías socialistas y anarquistas. Muchos académicos del siglo XX consideraron que no fue para tanto. Mientras que algunos comuneros escribieron libros brillantes de su experiencia. En fin, la Comuna ha sido sometida a innumerables interpretaciones políticas y académicas. Yo, intentaré ver “Los Acontecimientos” desde los ojos verdes y dulces de una comunera: Louise Michel, una mujer de abajo.

La maestra Louise Michel tenía esa herencia revolucionaria transmitida por muchas formas desde la Toma de la Bastilla. Como docente, trabajaba de sol a sol en su escuela de 150 alumnos. Durante la Guerra Franco-Prusina, fue activista social y hasta vistió con el uniforme de la Guardia Nacional. Aquí presentamos un daguerrotipo. Vio y participó en la Revolución de Febrero que terminó con el Segundo Imperio e inició la República. El 17 de marzo de 1871, corrió a ver cómo se instalaba, frente a sus mismos ojos verdes y dulces, el sueño que soñaba de día y de noche, dormida y despierta: La Revolución. La Comuna.

Vivía en París hace muchos años. Era maestra. Tenía una Escuela. Activa y activista de los derechos del pueblo. Miembro de la Guardia Nacional. Vestía, algunas veces como hombre. Mujer solidaria… una comunera en potencia. La historia de la Comuna, es también, la historia de Louise Michel. Ayudó a instalarla. La defendió. Fue procesada y deportada muy lejos de Montmartre: hasta Nouvelle-Calédonie.

No muy cerca de la ciudad de las luces, ya no tan joven, Don Frederich Engels, opinó:

“Gracias al desarrollo económico y político de Francia desde 1789, la situación en París desde hace 50 años ha sido tal que no asumiese en seguida un carácter proletario, es decir, sin que el proletariado, que había comprado la victoria con su sangre, presentase sus propias reivindicaciones después del triunfo conseguido”.

Y, su compadre, amigo, socio y camarada, Karl Marx afirmó:

“He aquí su verdadero secreto: la Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta que permitía realizar la emancipación económica del trabajo”.

Plaza del Hotel de Ville.

Cuando en la noche del 17 de marzo de 1871, Adolphe Thiers intentó desarmar a los obreros de la Guardia Nacional, estalló una segunda revolución, esa sublime explosión que vio Louise Michel: la bandera roja fue izada en la Plaza del Hotel de Ville y en el Ministerio de Guerra, casi sin choques violentos en la mañana radiante del 18 de marzo.

Louise Michel, presidenta del Comité de Vigilancia del Distrito XVIII de París, organizó aquella manifestación femenil para evitar que los cañones fueran tomados por los “versalleses”. Por el contrario, buscó la fraternidad entre soldados, guardias y el pueblo parisino. Louise no fue una espectadora, sino activa propulsora de la Comuna. Desde el primer momento fue una comunera.

París fue tomado por las manos callosas de la ciudad y, se puede considerar, como la primera revolución obrera que tomó el poder en sus manos en la segunda mitad del siglo XIX. Ahí en París, Eugenio Pottier escribió el himno de La Internacional:

Il n’est pas de sauveurs suprêmes :
Ni Dieu, ni César, ni tribun,
Producteurs, sauvons-nous nous-mêmes !
Décrétons le salut commun !

(“Ni en dioses, reyes ni tribunos,
está el supremo salvador.
¡Nosotros mismos realicemos
el esfuerzo redentor!”).

Partitura original de La Internacional.

Los comuneros, ni tardos ni perezosos,  declararon:

“El proletariado, frente a la amenaza permanente de sus derechos, la negación absoluta de todas sus legítimas aspiraciones, la ruina de la patria y de todas sus esperanzas, ha comprendido que era su deber imperioso y su derecho absoluto tomar en sus manos los destinos de la patria y asegurar el triunfo apoderándose del poder”.

Los comuneros resolvieron no perseguir a las tropas derrotadas de Thiers en la ruta a Versalles, por el contrario, convocaron a las elecciones el 26 de marzo. Mediante el sufragio universal, secreto y directo, se eligieron a los miembros que proclamaron legal y legítimamente, dos días después, el 28 de marzo, la Comuna de París. Los diputados electos en los barrios residenciales, pronto dejaron ese gobierno del pueblo y para el pueblo. Mucho tiempo después, el viejo Frederich Engels escribió:

“Mirad a la Comuna de París. Era la Dictadura del Proletariado”.

Cuando el yerno de Marx, Paul Lafargue visitó a Louise Michel en la cárcel de Saint Lazare, la maestra le dijo de entrada:

—Pero, ¿qué pasa con usted? Te ves todo molesto, como si te pesaran los problemas de la cárcel, sonriendo, me dijo Louise Michel, al entrar.

Tenía la mirada firme Louise. Ojos verdes y dulces y una coqueta sonrisa de satisfacción. La calma necesaria para no amargarse. Satisfecha por encontrar la libertad en la prisión, sí, la libertad en la prisión. La felicidad en la celda. Era maestra y aprender algo nuevo le hacía feliz. En la cárcel, estudió. Leyó. Escribió. Regó la Memoria todos los días con el agua de la repetición para que no se fuera a secar: Era su planta preferida. Aprendió por su cuenta el inglés, el tal amigo “G” le enseñó ruso y, hasta escribió libros para niños, además de soñar con volver a la escuela. Amaba la escuela, la educación, pero sobre todo amaba a su amiga: La Revolución.

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