Estamos a punto de cerrar el año más terrible para la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial, pero lo peor es que es un fin simbólico. Aun cuando las vacunas están llegando poco a poco al planeta y hay esperanza, no se puede cantar victoria sobre el coronavirus. Ha sido un año de una sacudida violenta. No solo por las miles de muertes, sino porque sacudió con fuerza a los sistemas políticos y económicos, a los científicos, a la alta tecnología a cada uno de nosotros desde nuestras zonas de confort. Pasará un buen tiempo para regresar a la vida que teníamos, quizá para cambiar lo que estamos haciendo mal. Finalmente todas las crisis tienen efectivamente esa posibilidad: ayudarnos también a mejorar, ¿qué tanto? Dependerá de cada uno de nosotros; para salir fortalecidos o para desquebrajarnos. Tomé la decisión de no dejar de trabajar ni un solo día a lo largo de la pandemia por la sencilla razón de que cedí mi lugar a mis compañeros que utilizan el transporte público. En mi caso, soy muy afortunada porque hasta ahora no puedo hablar de confinamiento, pero si de cambiar usos y costumbres: caminar con el perro y hacer yoga virtual, dejar las reuniones con amigos -uno de mis máximos placeres- disfrutar más mi soledad, mis lecturas y películas. Demasiadas e invaluables cosas bellas, frente a la enfermedad y la muerte a mi alrededor. Porque he aprendido a ser mucho más agradecida con la vida y la oportunidad que da a muchos de no pasarla mal frente a otros. El contacto telefónico lo he hecho siempre con la gente que quiero. Las charlas siguen siendo igual de intensas con mis amigos. Con mi familia en Veracruz tengo constantes videollamadas y en cada una de ellas la oportunidad de decirle a cada uno de ellos cuánto los quiero y los valoro. Leyendo la prensa internacional me doy cuenta de que las críticas a los políticos por el manejo de la crisis, es casi similar en cualquier país, salvo contadas excepciones como Alemania, Australia, Nueva Zelanda o Japón. Claro, ya vendrá el juicio de la historia para cada uno de ellos, algunos más tarde, otros más temprano, pero vendrá. 2020 es un año de una sacudida violenta y sin precedentes en las últimas décadas. Empezando por nosotros, seres diminutos ante la fuerza de la naturaleza. La pandemia ha sido más violenta con gente vieja, enferma y pobre, pero nadie estamos exentos. La sacudida violenta debe también ser interna en cada uno de nosotros: ¿qué tan agradecidos, solidarios y generosos hemos sido? Con esta reflexión deseo a todos ustedes un mejor año y un muy abrazo fuerte para mi Taconcito -Francisco Barradas-.