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Nuestro Quijote 2020: Andrés Manuel y los goles de la prima Felipa

 

Ya hemos señalado en este espacio que contra el autogol no hay defensa. El lunes 7 de diciembre, tuvimos oportunidad de comprobarlo. El control de daños que intentó Andrés Manuel ante las denuncias contra su prima Felipa, fue muy desaseado. Quizás se deba interpretar como señal del nerviosismo que se ha apoderado del Presidente y su aparato de gobierno ante un cierre de año que no responde a las expectativas creadas. Tal vez responda a los conflictos que han aflorado con la salida del gabinete de Alfonso Romo y la impresión de un proyecto que se está resquebrajando. Tal vez haya mucho más de fondo.

Detengámonos un momento en la imagen que da título a este comentario: La de los goles que, según la propia narrativa presidencial, la prima Felipa metió a Pemex. Hay dos mensajes sumamente graves. En su narrativa mañanera, el Presidente reconoció que dio instrucciones al director de Pemex para que no se le otorgaran contratos a su prima Felipa Obrador ante el posible conflicto de interés. Luego el propio Presidente acusó a su prima de haberse puesto de acuerdo con otras empresas para participar en las licitaciones prohibidas, evitando que su nombre apareciera. Además de eso, el Presidente señaló luego que por ineficiencia o porque “fue omiso”, Pemex sí otorgó otros contratos a la prima Felipa camuflajeada. Mucho, mucho qué pensar de un Presidente que se precia de tener todo bajo control, pero luego tiene que reconocer que no lo tiene. Un Presidente que ha dicho para juzgar y condenar en el patíbulo mañanero a sus antecesores que resulta increíble que se hicieran cosas de las que no estuvieran enterados y que, por ende, no fueran cómplices.

Pero vale la pena detenerse en una frase que no viene en la trascripción de la conferencia matutina, pero que fue retomada por diversos reporteros asistentes. Después de que el Presidente diera los detalles sobre cómo la prima Felipa logró burlar a Pemex, alguien le preguntó: ¿Entonces le metieron un gol? Andrés Manuel respondió: “A Pemex. (Ellos) debieron cuidar eso. Afortunadamente tengo la tranquilidad que cuando me lo plantean respondo que no y eso me da tranquilidad de conciencia porque no soy corrupto. Ese es el problema que tienen mis adversarios, que le pueden buscar y buscar y no me ha interesado el dinero, no es como ellos, tienen la deformación o el gusto de vivir en residencias, tener departamentos en el extranjero, su dios es el dinero.”

México, como país, tiene un problema cuando a el centro del interés de su Presidente está en quedar bien con su conciencia y no hacer cumplir sus órdenes (hubo otros ejemplos en la conferencia del lunes que dejaron ver que el Presidente propone, pero el aparato burocrático o el “pueblo sabio” dispone y no dispone de acuerdo con sus instrucciones, sea la instrucción de solucionar el conflicto en Notimex o la de no salir a las calles de la Ciudad de México). Andrés Manuel ha insistido una y otra y otra y otra vez en que no es un Presidente “florero”. Sin embargo, con días como el que tuvo el lunes 7 de diciembre, tendrá que esforzarse mucho por demostrarlo.

Terminado mi reporte sobre la conferencia matutina me fui a tomar la siesta, pensando en otras imágenes perturbadoras. Recordé la forma en que el Presidente soltó la carcajada el viernes 4 de diciembre, cuando la reportera sonorense, Martha Obeso, le preguntó sobre el caso de la prima Felipa. Primero, el Presidente dijo que él no tenía conocimiento, pero que seguramente ese mismo día habría una respuesta por parte de Pemex (respuesta que no llegó sino hasta el domingo por la tarde). Luego dijo que si un familiar hacía cosas indebidas, se le debía castigar. Luego recordó que para cuando hay este tipo de señalamientos él siempre hace referencia al memorándum que ha distribuido en su gobierno en el que les dice a todos sus subordinados que deben tener en cuenta que él no recomienda a nadie y no deben hacer caso de quien busque obtener ventajas hablando en su nombre. La reportera le dijo hizo notar, con un dejo de sarcasmo, que parecía que tenía una respuesta de “machote” (quizás con un involuntario juego de palabras). Fue entonces cuando el Presidente tuvo la ocurrencia de preguntar también con un dejo de sarcasmo, quién había dado a conocer la información. “No me digan que fue el Reforma o El Universal“, indicó, refiriéndose a sus villanos favoritos. Cuando le dijeron que había sido Carlos Loret fue cuando Andrés Manuel soltó la carcajada y se aplaudió. Cuando el Presidente dejó de reír, la reportera le hizo notar que lo que publicó Loret era información obtenida vía transparencia, así que era muy importante que se hiciera la aclaración pertinente.

No es nuevo que Andrés Manuel se aplauda y se ría de sus propios chistes, para luego buscar la complicidad de los asistentes a la mañanera y de su red de cuentas aplaudidoras en Twitter y Facebook. Es una imagen preocupante, aunque cada vez más frecuente y, quizás por eso, se ve toma cada vez con más naturalidad, como algo inherente a estilo personal de gobernar. A mí no deja de sorprenderme, quizás porque no quiero que deje de sorprenderme.

El diálogo con nuestro Quijote 2020

—La imagen de un Presidente “florero” no es una buena compañera para este año tan complicado, le dije a nuestro Quijote para iniciar la conversación.
—Creo que juzgas a Andrés Manuel injustamente si lo consideras como alguien paralizado por el miedo o la falta de voluntad para imponer sus decisiones, me dijo nuestro personaje. Sabes muy bien que no es su estilo. Su trayectoria avala que siempre le ha gustado la sensación de tener todo bajo su control.
—No pongo en duda que Andrés Manuel quiera controlar todo y a todos, respondí genuinamente preocupada. El problema es que no es lo mismo tratar de controlar a la gente desde la posición de “aspirante a la presidencia”, que tratar de hacerlo desde la silla presidencial. Andrés Manuel no percibe la diferencia y de ahí derivan muchos errores de juicio, respondí.
—¿Realmente crees que no percibe la diferencia entre ser candidato y ser Presidente de la República?, preguntó nuestro Quijote.
—Estoy segura de que lo suyo, lo suyo, es cuestionar el ejercicio del poder, respondí lanzando la mirada al infinito. Luego le recordé a nuestro Quijote diversas anécdotas de cuando Andrés Manuel era jefe de gobierno y eludía cualquier responsabilidad relativa al ejercicio del poder. Mucho delegaba en Marcelo Ebrard. Cuando había problemas, culpaba a la mafia del poder (Carlos Salinas, los banqueros, los empresarios, etc.) y cuando el entonces presidente Fox le recriminaba sus críticas y lo señalaba como un “peligro para México”, él simplemente respondía gritándole en cualquier foro: “¡Cállate chachalaca!”. Ese fue el nivel de infantilismo político que se alcanzó en el proceso electoral del 2006.
—¿Qué te preocupa ahora?, preguntó nuestro Quijote con una mirada triste.
—Me preocupa que Andrés Manuel siga eludiendo las responsabilidades del ejercicio del poder, respondí igualmente preocupada.
—¿Qué piensas hacer?, preguntó nuestro Quijote.
—Seguir escribiendo con la esperanza de que alguien en su entorno nos escuche; alguien que tenga posibilidades de decisión, alguien que le pueda decir que no debe seguir eludiendo las responsabilidades porque ya no es el jefe de Gobierno de la Ciudad de México ni el presidente de un partido político; ahora es el Presidente de la República y no puede ser un Presidente florero que permite que no le hagan caso o que se escude en ese tipo de pretextos. México necesita un Presidente que lo guíe para enfrentar los grandes retos actuales y por venir.
—Es bueno confiar en que haya voces prudentes que intenten influir en los gobernantes, dijo nuestro Quijote. Lo peor sería acostumbrarse a que ese es el estado natural de las cosas y pensar que nada puede ya cambiar.
Me preocupa que Andrés Manuel se esté quedando cada vez más solo, le dije con un tono melancólico.
—Algún día tendrá que entender que muchos de sus críticos dentro y fuera de su gobierno lo que buscan es advertirle sobre los riesgos no sólo para él, sino para el país.
—No creo que Andrés Manuel pase por alto esas presiones, me dijo nuestro personaje. Creo más bien que es un ejercicio de propaganda para no preocupar a la gente.
—Ojalá tengas razón, respondí. Temo que en su afán por convencer a los otros, esté creyendo sus propias salidas retóricas. Si es así será imposible que solucione los problemas.
—Confiemos en que mantenga vivos los ideales que alguna vez lo guiaron, fue la respuesta de nuestro Quijote.
—El idealista eres tú, le dije con una sonrisa. Confiaremos entonces, respondí sin gran convicción.

 

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