Por Raúl Jiménez Lescas
Estábamos tan a gusto con el tío Casi y a la sombra de la granadina, que nos sentíamos como niños del Siglo Diecisiete. Ya veíamos a Sor Juana leyéndonos un poema o contándonos un cuento. El primo Atanacio decía que de la mano Juana y Casi. Siempre imaginaba más de la cuenta.
– Un día–, dijo mi tío Casi. Criticó un sermón dominical del jesuita portugués Vieyra, y el obispo de Puebla, disfrazado de Sor Filotea le respondió en verso. Pues, en esos años se hablaba y se escribía en verso. Casi se cantaba. Sor Filotea le pidió que se dejara de cosas y mejor, se consagrara a los hábitos.
Aguda, como siempre, la prima Tita, lanzó un dardo a los ojos del tío Casi.
– ¡Dinos un verso! ¡Habla cantando, tío!
El tío ya tenía un verso y lo había memorizado. Era el momento de hablarnos en verso como en el siglo de Sor Juana. Bueno en el diecisiete, pues Juanita se adelantó a su siglo.
–“El Mar la admira Sirena,
Y con sus marinas Ninfas
Le da en lenguas de las Aguas
Alabanzas cristalinas:
Pero Fabio que es el blanco
Adonde las flecha tira,
Así le dijo, culpando
De superfluas sus heridas:
No dupliques las armas,
Bella homicida,
que está ociosa la muerte
Donde no hay vida”.
“Sópatelas”… pensé: La Muerte está de ocio, que gran vicio, sino no hay vida. Repliqué.
Se daba vuelo el tío Casi ondulando con su boca los versos y entonándolos como si estuviera en los labios de Juana… ni La Loca, ni la del Arco… sino la mujer que se adelantó a su siglo… Juana Inés de la Cruz.
–Escribía y escribía en su Convento. Recluida estuvo en el de Santa Teresa La Antigua y, luego en el de San Gerónimo. Dominaba las letras. Soñaba con las letras. Hacía la siesta con las letras. Leía las letras. Hablaba en verso. Y cocinaba sopa de letras. Oía con los ojos… y veía con la boca, por eso escribió:
“Óyeme con los ojos,
Ya que están tan distantes los oídos,
Y de ausentes enojos
En ecos de mi pluma mis gemidos;
Y ya que a ti no llega mi voz ruda,
Óyeme sordo, pues me quejo muda”.
– ¡Zaz! Dijo Tita.
– ¡Que vieja! Exclamó Pablo, el más adolescente de todos. Inundado de hormonas.
“Soy Juana, la Musa de tú tío Cuasi”, dijo Juana. “Nunca soñé estar viva tantos siglos después”. Mi majo Cuasi, me invocó y aquí estoy, mientras bajaba del árbol de la granadina.
Cortó una granada, por si acaso. Nunca sabes sí hay que hacer chiles en nogada.
Cuasi había logrado transportarnos en un tren del tiempo hasta el lejano Siglo Diecisiete y, veíamos, todos atónitos, bajar a Sor Juana. Hermosa. Fresca. De Blanco y negro. Su traje de Sor arrastrando el piso. Sus ojos, en efecto, negros y redondos, nos miraron y dijeron:
“Cogióme sin prevención
Amor, astuto y tirano:
con capa de cortesano
se me entró en el corazón.
Descuidada la razón
y sin armas los sentidos,
dieron puerta inadvertidos;
y él, por lograr sus enojos,
mientras suspendió los ojos
me salteó los oídos”.
Sor Juana fue una mujer que se adelantó a su Siglo. Con más de 4 mil volúmenes no se cansó de leer. Menos de escribir. Veía el mundo desde sus ojos y sueños. Dicen que tuvo un amor platónico, la dama X. Otros, que un amor secreto. Unos más, no faltan los chismosos, que a escondidas. Lo cierto es que Juana amó la poesía. Amó la vida, su único y principal amante, para mi… fue la Vida, las letras, servir al prójimo.
–El tío Cuasi, perdón Casi… suspiró. Levantó su vaso con agua de maracuyá y bebió sorbo a sorbo, como el uno a uno del tránsito de las ciudades. Me miró. Yo me estremecí. ¿Algo me va a preguntar? No. Nada qué ver. Y dijo, para recordar esa descripción, tan sutil, tan Cuasi, tan Casi…
– Sus ojos eran tan grandes como redondos. Negros. Como bajando de la Sierra. No ves su pelo suelto porque está cubierto, pero son caireles que lentamente caen con un paracaídas hasta su cinturita. Su mirada es fija…como diciendo: Hola, qué tal, pero en latín, en griego o francés. No estaba de moda el “Hello” de los ingleses. Armada hasta los dientes: Traje de Sor de punta a rabo. Tiene la ventaja… de alimentar la imaginación. Sólo los ojos descubiertos.
– ¿Con los ojos negros que ves los libros ves las palabras?, le inquirí a la Musa de mi tío Cuasi, Casi.
–Yo no veo…, siento– dijo la Musa.
–Lo que no ves, lo ve el corazón.
Atanacio, como siempre, tan impertinente, dijo, “que desperdicio de Monja….”. Pero… yo me adelanté y, dije: ¿Tío?
–Sí, contentó Cuasi.
– ¿Qué fue de Juanita la monja que se adelantó a su siglo?
Nunca olvidaré los ojos expresivos del tío…. se mojaron… y contestó:
– Atendiendo enfermos… se infectó… y murió…. el fatídico 17 de abril de 1695… pero creo que está tan viva como cuando dijo su frase eterna:
“Hombres necios….”.
Seguimos siendo necios los hombres. Pero, yo creo que ya vamos a cambiar.
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¹ Manuel Fernández de Santa Cruz.