Por RAÚL JIMÉNEZ LESCAS
La Leona fue liberada. Estaba presa. No era cualquier Leona… ni su prisión cualquier jaula. Ni sus ojos cualquier ojos… eran negros como la noche. Como la noche en que fue liberada. La Leona estuvo encerrada en el Colegio de Belén de Las Mochas de la capital del virreinato de la Nueva España, la populosa ciudad de los palacios y los canales, México. Todos la conocemos como la Leona Vicario.
—Tío: ¿Es cierto que a Doña Leona la liberaron como de película?
— Ay sobrino… Sí, déjame contarte. — Me dijo el tío Don Genaro 1.
Doña Leona Vicario fue rescatada una noche apacible, estrellada y, un tanto calurosa del 22 de abril de 1813. Tres soldados insurgentes, tres, armados con valor y armas de fuego, la rescataron de su prisión por órdenes del Presidente de la Suprema Junta Nacional Americana, el Licenciado Ignacio Rayón 2, mejor conocido como López Rayón. La ciudad estaba en santa calma. El sereno se paseaba y gritaba con su lámpara de aceite en mano: ¡Es de noche y todo sereno!
Tocaron tres veces la puerta del Colegio de Belén. La monja abrió la puertecilla y, los intrépidos insurgentes, se las arreglaron para rescatar a la Leona. ¡Qué gran iniciativa!… ¡Cuánto valor! Doña Leona salió de su prisión y, cabalgó con sus jinetes al sur… No la volvieron a ver.
— Tío: ¿Pero cuéntame más de la Leona? ¿Es cierto que era una Leona muy bonita?
— Ay sobrino… Fue la flor más bella, rica y decidida de la Insurgencia — Me dijo serenamente el tío Genaro. Suspiró. Hizo una pausa y me clavó sus pupilas en las mías:
“Leona era de estatura regular, robusta y bien formada; movimientos graciosos; rostro lleno, afable y sonrosado; frente ancha, alta y vertical; cejas muy delgadas; ojos grandes, negros, de mirar luminoso, firme y enérgico; nariz fina y correcta, y boca pequeña y sonriente”.
“Leona vestía con elegante distinción […] usaba gorras de raso blanco y listones morados; sobre túnicas de gasa azul de Italia, guarnecidos de fleco y lentejuela de plata; guantes grandes y chicos de tafilete; medias con botín bordado, y zapatos de raso, bordados también” 3.
— ¿Y adinerada, dijiste?
— Al morir sus padres, le dejaron una fortuna de 160 mil pesos de los de antes y, varias propiedades. Fue de una familia pudiente de la ciudad de México. Tenía una hacienda en los Llanos de Apan. Tres casas en la ciudad de México 4.
— Supongo—, dijo el sobrino, —que sabía leer y escribir—.
—Ay sobrino: ¡Claro que sabía leer y escribir! Tuvo una gran educación y, hasta hablaba y entendía el francés, muy en boga en esos años.
La Leona nació en una cuna de oro de la ciudad de México. —Si… no… mal recuerdo— me dijo el tío Genaro, el día del Señor del 10 de abril de 1789. Ese fue el año de la Revolución Francesa, que tantos cambios aportaría al mundo con su grito de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”.
En esa época todos eran… Católicos… Apostólicos… y… Remochos. La Leona fue bautizada a la usanza de la época. Quizá el agua fría pero bendecida, la hizo reaccionar. La fiesta con tamales y atole fue deliciosa. Los padres de la Leona, el castillo Don Gaspar Martín Vicario, nacido en Castilla la Vieja, España, vino a probar fortuna a la Otra España, la de piel morada y olor a tierra mojada y maíz. Su madre… no cantaba mal las rancheras: Doña Camila Fernández de San Salvador y Montiel, nacida en Toluca la Bella, en su sangre nativa corría sangre de la nobleza indiana. Una familia de abolengo. Respetable. Próspera. De la alta alcurnia citadina.
La Leona creció en un ambiente familiar aristocrático. No faltaba nada en la mesa. Iban a Misa todos los días. La Leona fue inteligente, recta, educada, inteligente y, sobre todo, sensible, sensible a la vida que la rodeaba. Desde su balcón, quizá, miró con sus ojos negros, los volcanes de Don Goyo y la Mujer Dormida al oriente de la ciudad. Se paseó por las calles, cuando éstas se comunicaban con los canales del Lago de México.
Pero sus padres murieron. El calendario marcó el año del Señor de 1807. Sus ojos negros derramaron lágrimas sinceras. Entonces, quedó al amparo de su tío materno, que también era su padrino, el nada más y nada menos, Licenciado Agustín Pomposo Fernández de San Salvador… así de pompo como suena. En juventud, la Leona leía, estudiaba, gozaba de la pintura y de la lengua francesa. Fue toda una señorita de sociedad, de la alta sociedad.
La Ciudad de México vivía momentos tensos. La Conspiración de 1808. Los rumores de otra Conspiración en 1809, luego en Querétaro en 1810… España invadida por los franceses de Napoleón Bonaparte. ¡Qué Mundo, el Mundo de aquellos años!
Un día de 1811, la Leona visitó el despacho del Licenciado, su tío y su padrino, además de su protector. Entró sigilosa, como una Leona de 22 años. Y, algo miró, un joven apuesto que ayudaba a su tío, padrino y protector. Era el joven Andrés… la historia lo conoce como Don Andrés Quintana Roo. El galante Andrés, era yucateco pero no tenía la cabeza muy grande. Viajó a México a estudiar y ser Licenciado. Tuvo la enorme suerte de caer en el Despacho de Pomposo. El joven Andrés… dejó lo que estaba haciendo. Suspiro como cuando el viento suspira para seguir soplando. Miró aquellos ojos negros, pero no sabía que eran de la Leona Vicario. Fue amor a primera vista.
Por las calles llenas de polvo y basura de México, circulaban rumores y chismes: Que se desató la Leona. Que Quintana Roo quiere ser Estado. Que si, que no… En el Año del Señor de 1812, cuando la Revolución de Independencia, cabalgaba en la silla del caballo del cura Morelos, el joven Andrés y la bella Leona, se unieron a la causa de la Independencia. Los apodaron “Los Lupitos” en la ciudad. La Leona tuvo correspondencia con los Insurgentes. Su fortuna la gastó en el apoyo a la causa de la Independencia. Su primo Manuel, hijo de Don Agustín Pomposo, también se unió a los insurgentes. Su amado Andrés, también.
Con su fortuna, la Leona, pagó a algunos armeros citadinos para que fabricaran armas para la Revolución de Independencia. Los mandó al pueblito minero de Tlalpujahua, dominado por los Hermanos Rayón. Los gachupines la cacharon y la tomaron presa en el Colegio de Belén de Las Mochas. La Real Junta de Seguridad y Buen Orden la enjuició. Pero… la Leona no soltó la sopa. El reloj marcaba la hora: 1813.
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1 GARCÍA, Genaro, Documentos Históricos Mexicanos, t. I, 1ª ed. Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, México, 1910, ed. Facsimilar, INEHRM, 1985.
2 GUZMÁN Pérez, Moisés, Ignacio Rayón, México, INEHRM, 2009. GUZMÁN Pérez, Moisés, La Junta de Zitácuaro. 1811-1813. Hacia la Institucionalización de la Insurgencia, Morelia, IIH-UMSNH, 1994. GUZMÁN Pérez, Moisés, La Suprema Junta Nacional Americana (1811-1813). Soberanía, Representación y Gobierno durante la Independencia, Morelia, LX Legislatura, UMSNH, 2008.
3 RUIZ Ham, Emma Paula (Investigadora del INEHRM), El carácter insurgente de una “Leona”, México, Archivos Digitales del INEHRM, 2013.
4 Testamento, ciudad de México, 30 de marzo de 1839. Leona Vicario, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana, 1985. (Serie de Cuadernos Conmemorativos, 22), p. 41-44.