Muchos en el mundo y en México han recibido la derrota de Donald Trump en Estados Unidos como el principio del fin del neopopulismo y el escribidor cree, contra sus propios deseos, que están equivocados.
Al contrario, el número y el porcentaje de votos del todavía presidente de los Estados Unidos ratifican la vigencia de populismo del siglo XXI como corriente política creciente.
En nuestro país, el triunfo de Joe Biden en la carrera por la oficina principal de la Casa Blanca ha hecho suponer que el neopopulismo mexicano (ya había habido populistas acá) será derrotado en las próximas elecciones federales de junio del 2021.
El escribidor cree que es improbable y que si ocurriese esa derrota el gobierno federal ya prepara desde ahora un discurso que arrope una denuncia de fraude, del que se acusará al desde ahora ya atacado Instituto Nacional Electoral (INE). La negativa del gobierno de México de reconocer públicamente el triunfo de Biden, es parte de ese discurso.
Como siempre hay que empezar por el principio: las elecciones no se resuelven en las redes sociales ni tampoco en las encuestas. En las primeras cada uno tiene su “time line” que más le agrada, y de las segundas se sabe que, en México, generalmente quien las paga resulta el ganador pronosticado.
La elecciones se resuelven en las urnas, el día de la votación. Y hoy por hoy en México el oficialismo sigue teniendo ventaja y enfrenta en la mayoría de los estados a una oposición pobre en su oferta frente al neopopulismo, en comicios intermedios tradicionalmente con menor participación de los votantes, aunque ahora haya 15 estados en los que habrá elecciones para gobernador, congreso estatales y presidencias municipales, lo que podría resultar atractivo en esas entidades federativas, tanto para los electores del partido en el poder como para sus opositores.
Los oposición, desarticulada y todavía sin una propuesta creíble, no sólo deberá enfrentar el voto contra la “democracia neoliberal”, sino el del rencor contra un sistema que no resolvió sus problemas, pese a que se le entregó su sufragio, el del resentimiento social, el de la confrontación y la polarización impulsadas todos los días desde la presidencia de la República, sino el de la compra votos a través de los programas sociales del gobierno con una inversión de más de 190 mil millones de pesos.
Nadie vota contra quien le da dinero sin esfuerzo alguno; nadie vota por quienes en el imaginario social podrían acabar con el ingreso mensual de estudiantes, jóvenes en su primer empleo, madres solteras, ancianos y que se les ocurra con las “tarjetas del bienestar”. Esa es la ventaja de Morena y ese el reto de la oposición. Imagine a una oposición promotora del fin de cualquiera de las “becas” del gobierno. El neopopulismo sabe muy bien lo que quiere, cómo lo quiere y cómo conseguirlo.
En el siglo pasado, en una parte de la oposición circulaba un frase atribuida a Manuel Gómez Morín: que no haya ilusos para que no haya desilusionados. Hoy sigue vigente.
La oposición tiene todavía siete meses para construir su discurso electoral. Tal vez debería empezar a edificarlo en la agenda local, ahí donde comienza la relación de los electores con candidatos y partidos.