Por ITZEL ARCOS
¿Cómo no habría deseado yo escribir? Puesto que los libros se apoderaban de mí, me transportaban, me hacían sentir su poder desinteresado; puesto que me sentía amada por un texto que no se dirigía a mí, ni a ti, sino al otro; atravesada por la vida misma, que no juzga, que no elige, que toca sin señalar; ¿agitada, arrancada de mí por el amor? Hélène Cixous, La llegada a la escritura
En octubre se celebra el Día de la Escritora. Una conmemoración que nació con el fin de visibilizar autoras en un mundo donde el archivo y la memoria han sido negados para las letras de las mujeres. Un mundo donde muchos planes de carreras literarias tienen un 15% de escritoras frente a un 85% de escritores. La escritura hecha por mujeres es un universo prolijo de apropiaciones, la mujer que escribe no sólo se apropia de su voz, también se apropia de su cuerpo. Un cuerpo que siente, piensa y se habita.
En los años que llevo dando talleres de escritura a mujeres, he comprobado que las palabras de Virginia Woolf eran más que reales pero incompletas. No sólo hace falta tener una habitación propia física y la metáfora que implica: tener comida, tener gas, tener los pasajes cubiertos, la ropa necesaria y zapatos calientes. Sin duda tener hijas o hijos siempre es un “a pesar” para la mujer que escribe, no imposible pero sí “a pesar”. Es necesario dejar de preocuparse por la vehemencia de hacer el “quehacer” y estar lo menos cansada para escribir unas líneas. Además falta también una “habitación propia” espiritual y mental: creerse que puede una escribir, aceptar que lo que tiene que decir es trascendente y que no quedar inédita es una consigna permanente, más allá de las formas literarias porque las palabras registradas son testimonios de la realidad transformable o memorable. He visto muchas mujeres escribir con miedo, escribir con flojera, escribir con trabajo. Leer sus escritos con orgullo, leerlos temerosas y temerarias. Es super común verlas huir de sus propias palabras, negar lo que dijeron una y otra vez, desdecir frases contundentes y darle vueltas a una idea que no se creen. La mayoría tiene “mil cosas” que hacer , y de nuevo: lavar la ropa, trapear el piso, pagar el teléfono, las cosas de la “chamba”, la demandante pareja mujer u hombre, tomarse una cerveza, subir unas fotos a instagram. Nunca hay tiempo para escribir, porque es un tiempo mental que no estamos dispuestas ni acostumbradas a darnos. Un tiempo para ti. He visto mujeres llorando después de oírse una frase o una palabra con la misma intensidad que cambian sus ojos cuando se enorgullecen de oír contada su propia historia. Algunas acostumbran meter su tema a un laberinto que se inventan en donde prefieren hablar de otras personas para no hablar de sí, sin saber que hablando de las otras, tampoco se escapan de juzgarse a sí mismas. De vez en cuando le quitan párrafos al tiempo con el pretexto de no tener tiempo para escribir más párrafos, pero la triste de todas las eficientes realidades es que la escritura es una matria de justicia y nunca puede engañar lo suficiente para escapar de sí mismas. Escribir requiere una habitación propia como propia comida y propios zapatos. Requiere dejar a los niños y las niñas encargadas, dejar de hablarle a la novia, al novio o le novie por un rato con la misma firmeza de olvidarse de trapear, o dejar tantito de lado ese ineludible compromiso social, pero sobre todo exige aceptar el derecho impostergable de plasmar la vida propia.
Los días para escribir son todos, los días de ser escritoras llegan cada vez que nos hacemos preguntas sobre nuestra vida y nuestra esencia. Que vivan las escritoras y todos los días que les faltan.
Itzel Arcos. Standupera, actriz y escritora, se dedica a impulsar las artes escénicas y narrativas a partir de la autobiografía con enfoque feminista.