ÓSCAR H. MORALES MARTÍNEZ
La educación en México, tristemente, nunca ha sido la misma para todos y mucho menos en esta época de aislamiento.
Aunque en mayo de 2019 se reformó el artículo 3º constitucional para imponer la obligatoriedad prácticamente de todos los niveles educativos, desde la educación básica hasta la educación superior, eso no significa que esté garantizado que el matriculado estudiantil pueda completar el proceso.
La falta de escuelas y maestros en muchas poblaciones y comunidades rurales, así como la situación económica que empuja a los estudiantes a cerrar sus mochilas para trabajar y apoyar en casa, son algunos de los motivos por los cuales muchos niños y adolescentes no pueden continuar sus estudios.
La situación en las ciudades no es tan dramática, sin embargo, los elevados costos de colegiaturas en las escuelas privadas crean un embudo en el que pocas familias pueden darse el lujo de tener a sus hijos en ellas, quedando la educación pública como la única alternativa viable.
Pese a los grandes esfuerzos de miles de docentes, lamentablemente el nivel educativo de la enseñanza en las escuelas públicas no puede compararse con el que ofrecen las instituciones privadas, tanto en calidad como en la diversidad de materias y clases extracurriculares que ofrecen las últimas, así como en el uso de herramientas tecnológicas.
El Presupuesto de 2020 destinado a educación básica tuvo un recorte de 10.1% en términos reales con respecto al aprobado en 2019. Los programas de Desarrollo Profesional Docente México y Escuelas de Tiempo Completo tuvieron una disminución de más de 50% en su financiamiento con respecto a 2019 (62% y 51% respectivamente).
Este era el escenario antes de que se decretara la emergencia sanitaria por razón del COVID-19, pero ahora la situación ha empeorado drásticamente y golpeado a todo el sistema educativo.
El último trimestre del ciclo escolar 2019-2020 fue un total desastre, porque ninguna escuela estaba diseñada para brindar un sistema educativo en línea, ni el personal docente y administrativo estaba capacitado en el uso de plataformas y sistemas digitales, ni la inmensa mayoría de los hogares contaba con las herramientas y equipo de cómputo para hacerlo.
Las escuelas privadas tuvieron problemas de cobranza al no recibir el pago de sus colegiaturas, que como efecto dominó afectó a sus proveedores, provocando el cierre temporal y en muchos casos definitivo de sus operaciones, perdiéndose con ello empleos y un espacio para la educación de muchos alumnos que se quedaron sin escuela.
En nada ayudó la falta de planeación adecuada de la Secretaría de Educación Pública (SEP), que estaba esperanzada en regresar al modelo presencial estableciendo fechas de reapertura de clases que evidentemente no se cumplirían y que, a salto de mata, modificaba un día antes, ocasionando mayor daño, ya que las escuelas no pudieron hacer planeaciones y estrategias sólidas.
De último momento, la SEP decidió que el curso escolar 2020-2021 empezaría en línea (no presencial) sin establecer una fecha estimada de regreso a las aulas y, justo en ese momento, se dividió profundamente el modelo educativo público del privado, como cuando Moisés separó las aguas del Mar Rojo.
Es claro que las posibilidades económicas, la logística, la falta de recursos presupuestarios, la inmediatez del regreso a clases y la necesidad de brindar educación a miles de estudiantes, derivaría en adoptar diferentes modelos educativos para las escuelas públicas y las privadas: la decisión fue clases por televisión para las primeras y clases en línea para las segundas.
La educación por televisión no es un modelo nuevo en México, desde hace 52 años existe la Telesecundaria que cubre, según datos del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) de 2017, el 48% de los planteles educativos de secundaria en México. Sin embargo, pese a su importancia sobre todo en comunidades rurales, ha demostrado que cuenta con carencias que limitan las funciones de apoyo y seguimiento de los docentes con sus alumnos, tanto en las áreas académicas como en las sociales, sicológicas y afectivas, aspectos necesarios para construir una verdadera educación integral, lo que se traduce en un bajo nivel de aprovechamiento que limita oportunidades de acceso a mejores condiciones laborales, de salud y educativas en esos alumnos.
El modelo televisivo que ahora se aplica a la educación pública también presenta los mismos inconvenientes, ya que el problema radica en que no existe un programa de cierre de proceso de aprendizaje que permita asegurar el nivel de comprensión de los estudiantes.
Tampoco hay métodos de seguridad que acrediten que no hay suplantación del alumno en las evaluaciones. En el método presencial es posible que los padres u otras personas hagan las tareas de los alumnos, pero existen mecanismos para detectarlo o contrarrestarlo con otros trabajos o evaluaciones. Lastimosamente en un esquema de enseñanza donde no hay vigilancia ni monitoreo eficaz, hasta las pruebas podrían ser ejecutadas por terceras personas con tal de que el alumno avance y no pierda el ciclo escolar.
Todo esto es equivalente a dar una misa en latín, donde los feligreses están presentes, cumplen el mandato divino, pero hay una incompleta o diferente comprensión del mensaje.
Si la idea era dar cobertura masiva a la educación, se cumplió con el cometido, pero esto solo abrirá la brecha del nivel educativo que existe entre los alumnos cuyas familias tienen menos recursos económicos, con las que son más favorecidas en ese aspecto y que cuentan con el apoyo de tecnología, acompañamiento de estudio y material didáctico para explotar todas las habilidades cognitivas.
Pero en cualquier escenario, todos los alumnos se enfrentan a un grave y todavía desconocido efecto: el exceso en el uso de pantallas, ya sea de televisión, computadoras o dispositivos móviles.
El nivel de concentración no es el mismo cuando las clases son a distancia, existen muchos factores de distracción. Los espacios de descanso, tanto físicos como de tiempo, también son diferentes en un lugar cerrado. Hay un mayor agotamiento visual y auditivo, con el consecuente cansancio. La socialización virtual indudablemente perjudicará las habilidades y herramientas sociales y de comunicación personal o al menos las modificará.
Desde luego dependerá de la personalidad de cada alumno, de su nivel de disciplina y de su propia capacidad, alcanzar un mejor rendimiento, pero en la ecuación de éxito debe integrarse, ahora más que nunca, un mayor nivel económico para tener las mejores herramientas educativas que hagan integral su desarrollo.
Es por ello que el Estado mexicano debe preparar un programa educativo para el ciclo escolar 2021-2022 que contenga cursos remediales e integre elementos de cursos previos con los del periodo actual, haciendo una especie de regularización y avance, para aminorar las diferencias académicas y brindar mejores oportunidades de vida para todos, evitando así dos realidades, dos Méxicos, que solo generarían más discriminación, violencia y distanciamiento social del que ya existe.