Los pueblos originarios […] son, simultáneamente,
herederos de las antiguas civilizaciones mesoamericanas
que ocuparon el mismo espacio,
y expresiones contemporáneas de la modernidad mexicana,
parte de la rica diversidad que constituye a la nación[…]
Andrés Medina
En teoría, la pandemia de COVID-19 no discrimina. Es por eso que ha podido extenderse por todos los territorios. Ni el continente europeo ni los rincones más pobres de Asia ni nuestra golpeada Latinoamérica han sido inmunes al nuevo coronavirus. Pero eso no significa que su rigor castigue a todos los pueblos por igual. Por el contrario, las muchas desigualdades se han manifestado a cada segundo de este nuevo episodio de la historia. Los estragos económicos no son uniformes en todos los países. Los sistemas de salud no reciben el mismo impacto aquí y allá. La injusticia se planta frente a nosotros en cada nuevo día de la pandemia y lastima con mayor severidad a los grupos ya de por sí marginados.
En México, a lo largo de los siglos, las víctimas han sido una y otra vez las personas pertenecientes a los pueblos y comunidades indígenas. No se trata de un destino inevitable ni de un asunto “cultural”, como quisieran pretextar algunos. Se trata de una serie de injusticias que hemos reciclado y perpetuado desde la Conquista hasta nuestros días. El reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas es más bien reciente y está siempre en entredicho. El término mismo de “indígena” es polisémico y, como alguna vez lo señaló Lourdes Arizpe, revalorarlo es “una necesidad que resulta cada vez más imperativa dadas las nuevas dinámicas y formas de relacionarse que los pueblos o culturas originarias han establecido con el resto de la sociedad nacional durante la década pasada”.
Frente a graves fenómenos, como esta pandemia, los atropellos de los que han sido blanco una y otra vez se hacen patentes. Y es que los derechos humanos no significan solo la defensa frente a las violaciones emergentes; significan la reivindicación de libertades y el acceso a servicios como la salud y el trabajo. Significa también asimilar la multiculturalidad, la heterogeneidad y la diversidad. ¿Cómo se protegen de la crisis y del contagio las personas a quienes el sistema ha colocado en el punto más bajo de la pirámide?
La idea del progreso que nos ha vendido el sistema económico no incluye a las personas pertenecientes a los pueblos y comunidades indígenas, que representan el 6 por ciento de la población mundial. Si no las incluye, no significa que no las considere importantes, sino que las sabe poseedoras de tierras y de recursos de las que quiere despojarlas. El olvido de los marginados por parte de un sistema depredador ocurre en dos sentidos: la expulsión de quienes considera fuera de la norma y la opresión de quienes necesita explotar para mantener intacto su funcionamiento.
Toda esta voracidad del sistema de consumo tiene sus consecuencias. Para los pueblos y comunidades indígenas, estas se ven reflejadas en la mayor vulnerabilidad que tienen hacia las pandemias. No es un asunto de genética ni de biología ni de ninguna ciencia natural. Las personas pertenecientes a pueblos y comunidades indígenas tienen tres veces más probabilidad de vivir en extrema pobreza. La causa son todos los obstáculos estructurales que encuentran para su desarrollo.
Ya se ha dicho que el nuevo coronavirus traerá muchos retrocesos. Algunos, en el tema económico; otros, en materia de género; otros tantos, en los precedentes violatorios a derechos humanos que algunas medidas restrictivas han dejado en diversos países. Para los pueblos indígenas, el peligro también está latente, pues el poco avance que iba lográndose en la reivindicación de sus derechos peligra frente a un panorama económico adverso y la falta de acceso a los servicios básicos que deberían proveer los Estados. Las acciones que hoy se tomen tendrán repercusiones en el futuro.
Hacia donde sea que el mundo decida ir en adelante, no puede olvidar a los pueblos indígenas. Resulta, incluso, un buen momento para reevaluar este término y decidir si sigue siendo el mejor para dirigirse a estos diversos grupos humanos que son agrupados bajo este concepto desde una perspectiva que los ve como “los otros”, pero que no puede entender las diferencias entre esos otros. Quizás ello implique cambiar toda nuestra concepción de la diversidad, de las identidades, pero ¿qué, no se suponía que la crisis iba a ser ese momento de cambio?
Durante las primeras semanas del confinamiento vimos muchos golpes de pecho, muchos deseos de que el planeta fuera un lugar mejor y de avanzar, ahora sí, todos juntos. Ojalá que esos deseos no se olviden ahora que el mundo ya va de una fiesta COVID a la siguiente. Ojalá que de verdad tengamos la voluntad y la energía de cambiar el rumbo del planeta.
Manchamanteles
Es mediante la nostalgia que nos conectamos con lo que da sentido a nuestro futuro, pues ha sentado las bases de nuestro pasado. Estudios del psicólogo Constantine Sedikide aseguran que la nostalgia está ahí para que podamos dar nuevos pasos sin miedo y para conectar con otros tiempos y personas, caminando más firmemente por los senderos del hoy. En tiempos de pandemia, esta teoría puede sentirse vívidamente. La nostalgia de lo que fuimos nos permite atravesar el túnel aunque todavía no podamos ver lo que hay delante. Volveremos a ser aquello que añoramos, nos promete la nostalgia.
Narciso el obsceno
El narcisista cree en el progreso como una fuerza unívoca de superioridad. Ignora que, para el otro, ese progreso únicamente constituye una aporía.