La semana pasada circuló un video inquietante de un grupo fuertemente armado exhibiendo armas, uniformes de tipo militar y vehículos con apariencia de guerra, todos ellos con emblemas del CJNG. Formados en fila, todos los protagonistas del video gritan ¡Pura gente del Mencho! A la par que algunos disparan sus metralletas al aire. La duración de las imágenes superan los dos minutos. El video lo recibí por whatsapp con el comentario satírico de “Bejos y abrajos para todoj.” En clara referencia a la frase y acento tabasqueño con que el Presidente sintetiza su nueva política de combate al crimen.
Muchos se exaltan y manifiestan su angustia por la aparición de estos testimonios que dan cuenta de una realidad social violenta que busca competir en fuerza con las instituciones de seguridad del Estado Mexicano. Y claman por la mano dura que debe ejercerse en contra de esta delincuencia organizada y armada que controla grandes zonas del país.
La retahíla de argumentos se descargan en frases contundentes: “¡Hay que hacer algo contra esos! ¡Mano dura es lo que falta en este país! No hay organización: mira cómo se han armado con toda impunidad. Falta estrategia. ¡Estamos en una guerra! ¡El viejito no puede con eso! ¡Que no le saque!”.
Y todas las emociones que provocan las imágenes como la inseguridad, la sensación de impotencia, el temor, las ganas de ejercer la violencia y poner un ¡hasta aquí! Contundente, definitivo para que de una vez por todas recuperemos nuestro México, el de la tranquilidad y la paz, se queda enfrascado en la “indignación de celular”, aquella que sentimos y expresamos por las redes sociales bajo el control seguro de nuestros dedos que tocan la pantalla y ejecutan aplicaciones o escriben mensajes en los grupos sociales. Quizás no haya algo tan inútil, pero tan emocionante y excitante como participar en estos debates virtuales.
¿Y si hiciéramos un intento imaginario por penetrar en el video y conocer a esas personas detrás de los antifaces y los gogles? ¿Si pudiéramos ver sus ropas reales, sus rostros, a sus familias? O incluso más allá y penetrar en su mente y en sus emociones para descubrir ¿qué hay detrás de esta muestra de poderío tribal y macho? Quizás nos diéramos cuenta de muchas cosas: la primera, que el uso del lenguaje es diferente, lleno de violencia y sentidos dobles “¡Su puta madre!”, se repite una y otra vez. “¡Se mamó el wey!” Y estallan las carcajadas. “Aquí tengo la matraca y el cuete, para el cabrón que se quiera pasar de verga!”. Y muestran sus armas que les dan poder de sometimiento.
Pero lo que encontraremos detrás de las frases temerarias y las mentadas de madre, es a muchas personas violentadas por la pobreza y por otras personas que los han enganchado a esa vida de oportunidades ilícitas que existen en México desde hace cientos de años. Desde que las autoridades de la Corona Española que gobernaban el virreinato dividieron en dos a la sociedad: la de los españoles (blancos y privilegiados) y la del resto en donde cabían los indígenas y los distintos grupos mestizos que solo podían dejar la marginación a través de un proceso de españolización o blanqueo gradual al mezclarse con los güeros.
Y claro, como la mayoría de los recursos económicos se concentraba en el grupo español, el gobierno virreinal cedía espacios de soberanía y control a esos mestizos en tianguis y mercados donde se podía comprar lo robado, lo chueco, lo pirateado, lo imitado, a precios accesibles a las posibilidades de los pobres. Y esos territorios eran “tierra de nadie”. O del poderoso delincuente que organizaba a la población marginal para realizar lo ilícito.
A pesar de los siglos transcurridos, la sociedad mexicana sigue dividida de la misma forma.
En su amplio y cuidadoso estudio sobre la delincuencia organizada en México, Karina García Reyes (https://theconversation.com/
¿Habría que agarrar a todos ellos y matarlos a balazos? ¿Comportarnos con la misma violencia que nos asusta e intimida? ¡Drogadicto! Balas. ¡Pandillero! Balas. ¡Narco! Balas. ¡Policías corruptos! Balas. ¡Gobernantes corruptos! Híjoles, ahí si quién sabe. Alguien debe pactar con estos bárbaros para que no se pasen de lanza con nosotros.
¿Hay opciones que no sean los balazos para evitar esta descomposición gradual de nuestra sociedad? Si. La de reconstruir un Estado Mexicano sólido que marque una nueva visión social que desdibuje a las heredadas por el poder colonial y que dividen tajantemente a los grupos en las categorías de privilegiados y desechables. Somos un solo México. Y solo con la fuerza de un Estado con vocación social podremos revertir los lastres de una desigualdad que es violenta y lacera.
La respuesta de las Fuerzas Armadas en Palacio Nacional a la aparición del video fue sólida: identificó el armamento, los vehículos y el lugar probable donde se filmó. Luego se mencionó la amplia capacidad de recursos e infraestructura con la que cuenta el Estado y que tienen desplegada en el país. Y el Presidente no cedió en su posición: debemos atacar las razones de la violencia y de la delincuencia. Y repitió: ¡Abrazos, no balazos!
Y muchos detractores que no han podido humanizar a las víctimas y protagonistas de la violencia volvieron a exclamar “¡No le saques!”.
Pues no le metan.