TODO LO PUEDE ESPERAR EL HOMBRE MIENTRAS VIVE.
-SÉNECA-
“Esperar sin desesperar”.
¿Hace cuánto perdimos esta habilidad?
Tal vez nunca la aprendimos y muy probablemente, si nos la enseñaron con los años la olvidamos.
Haciendo un gran esfuerzo por no caer en el cliché que sucumbe a la mayoría de la gente después de cierta edad, de comparar el tiempo actual con el tiempo en que fuimos jóvenes y condenar con toda seguridad que: “Nuestros tiempos fueron mejores”, quiero traer al presente mis recuerdos no tan lejanos (sin risas por favor).
Las personas de aquella época teníamos siempre la buena costumbre de esperar; esperábamos pacientes toda la semana por nuestro programa favorito, esperábamos sin problemas la salida del nuevo fascículo de nuestra historieta preferida, que germinará nuestra semilla; nuestras madres y nuestras abuelas esperaban con maestría un buen hervor, que levantaran las claras para que esponjaran los pasteles, que reposara la masa, que se macerara la carne, que agarrara color la salsa, etc.
Esperábamos las chicas de entonces que el chavo que nos gustaba se armara de valor y nos invitara a salir. Esperaba el momento adecuado para aquel primer beso y eso lo hacía más especial e inolvidable. Esperábamos a que la medicina hiciera efecto; que una carta llegara a su destinatario; esperábamos ese proceso mágico y misterioso de revelar una imagen en un cuarto oscuro, para saber al fin si habíamos tomado bien la foto a sabiendas que no habría oportunidad de repetirla.
Esperábamos que llegara nuestro papá a la casa para pedirle un permiso y éste a su vez se tomara su tiempo para pensar y estudiar la propuesta, una vez obtenido el anhelado permiso esperábamos a que pasaran por nosotros para ir todos juntos a la fiesta.
Esperábamos a la hora de la salida para platicar con las amigas y con paciencia de santos, esperábamos a que el vecino terminara su tarea para ir a tocar la puerta de su casa e invitarlo a salir a jugar.
Esperábamos los resultados de un examen, de un análisis, de una propuesta.
No tengo absolutamente nada en contra de la tecnología, ni de la manera en que nos comunicamos ahora, así avanza la vida y nos tenemos que adaptar para no quedarnos viendo desde la orilla del camino.
Vivimos en una época en que las pastillas nos ayudan a dormir y a despertar, una pastilla nos hace sentir calmados, felices, indiferentes, concentrados, satisfechos, hambrientos, pastillas nos dan la fertilidad y la infertilidad, energía, calma, deseo respuesta y placer sexual o todo lo contrario.
Las pastillas nos ayudan a tener más rendimiento en el deporte, a desarrollar músculos, a quemar grasa y si el ejercicio no es suficiente, siempre estará la opción del bisturí y el photoshop para disminuir, aumentar o corregir aquella parte de nuestro cuerpo que nos parece no va de acuerdo con nuestro ideal, independientemente de la naturaleza, la edad, la genética o cualquier factor.
Botones nos adelantan escenas, cláxones nos sirven para pretender que el ruido podría desbaratar el nudo de coches que está más adelante.
Nuestras amistades inician con una solicitud por Facebook y se sustentan en likes.
No puede el encargado del mostrador tardarse 10 segundos porque ya estamos desesperados tamborileando con los dedos y poniendo los ojos en blanco, no podemos esperar a que el coche de adelante trate de estacionarse porque nos enfurecemos como si lo hiciera para molestarnos.
Y la pregunta del millón es:
¿Para qué queremos ahorrar tiempo?
¿Por qué tenemos siempre tanta prisa?
¿Qué podríamos hacer mejor con el tiempo que nos ahorramos?
Vivir con tanta premura nos genera ansiedad, tal vez porque tenemos miedo al tiempo libre, a la incertidumbre de lo cierto, al silencio incómodo de nuestra propia mente.
Esta pandemia nos trajo muchas lecciones, una de las más grandes es justo ésta, volver a tener que esperar, pausar la vida, estar en silencio, volver a casa, a nosotros mismos.
Ahora que tenemos tiempo para esperar la hora de las noticias, para batir las claras de huevo, para hornear un pastel; ahora que nos vimos obligados a esperar avisos y momentos, para limpiar nuestros víveres antes de guardarlos, para cocinar sin prisas.
Puede ser que en este proceso recordemos la emoción del esfuerzo, la recompensa de la paciencia, la excitación de la incertidumbre y el ¿qué pasará?
Esperar ayuda a comprender, a ordenar las ideas, a disfrutar lo anhelado; emociona y estimula.
Esperar nos devuelve la sensación de estar vivos en el aquí y el ahora.