Por más piruetas que se hagan para justificar y minimizar lo sucedido en el Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES) con el recorte del 75 por ciento de su gasto operativo, la tragedia es evidente y de repercusiones políticas.
De un lado tenemos el austericidio en que se ha convertido la política gubernamental de austeridad, que tiene en la asfixia a varias entidades. Sabemos que todos los funcionarios que deben contender con el hachazo están padeciendo mucho. Y sabemos que por disciplina institucional y política tragan sapos.
Hay una segunda tragedia que es social y es cultural: México contaba, hasta antes de la pandemia, con una renovada movilización feminista en contra de la violencia y las estructuras misóginas y patriarcales. Y sin embargo, nada pudo hacer hasta ahora frente al desmantelamiento presupuestal del combate al feminicidio y los espacios de atención a mujeres víctimas de la violencia doméstica.
La tercera tragedia es política: con un gabinete y un Congreso paritarios, las feministas de la autopromada Cuarta Transformación no lograron parar la trituradora de la austeridad. Tampoco pudieron convencer al presidente López Obrador de que las protestas por los recortes provienen de grupos de ciudadanas políticamente emancipadas y afines a las causas de la igualdad social y la anticorrupción que él defiende.
Peor todavía, con muy contadas excepciones, las legisladoras feministas de Morena y las funcionarias han preferido asimilarse al discurso gubernamental y sostener ilusiones como esa de que todo se va seguir atendiendo bien y mejor, y que sólo se trata de hacer más con menos.
Escucharlas defender esos argumentos del neoliberalismo tacheriano es en sí mismo una tragedia para quienes seguimos al INMUJERES desde sus antecedentes con Dulce María Sauri.
Es una tragedia porque ni en los tiempos del gobierno de Viente Fox –cuando las organizaciones conservadoras y de derecha rancia y católica pretendieron hacerse de su espacio en el Instituto— las feministas encargadas de defender la agenda de la institución fueron sometidas como sucede ahora.
Y es terrible lo que está pasando porque vaya que las aliadas históricas del feminismo, desde el periodismo, sabemos del valor, los talentos políticos y la fortaleza de mujeres como Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación; Nadine Gasman, titular de INMUJERES, y la legisladora Malú Mícher de Morena y al frente de la Comisión de Igualdad en el Senado. Pero también nos resulta evidente que no lograron parar la decisión presidencial de ningunear los reclamos feministas. Porque seguramente, a su manera, en privado, lo intentaron. Y fueron arrolladas por los dogmas de Palacio Nacional.
Hay otras legisladoras de Morena como las diputadas Wendy Briceño Zuluaga, presidenta de la Comisión de Igualdad, y Lorena Villavicencio, que han elevado su voz pidiendo una rectificación. Apenas este jueves dicha Comisión, con el aval de varias de sus integrantes, que son de diversos partidos, hizo un pronunciamiento en el que piden al presidente López Obrador, al secretario de Hacienda, Arturo Herrera, y a la titular de la Segob, un llamado para que se reconsidere el recorte al presupuesto del Anexo 13.
Lo mismo hicieron la semana pasada las diputadas que conforman el Grupo de Trabajo Plural por la Igualdad Sustantiva que encabeza la presidenta de la Mesa Directiva de San Lázaro, Laura Rojas Hernández del PAN.
Y queda constancia en el debate público de los llamados cotidianos de la diputada Martha Tagle de Movimiento Ciudadano y de la red de colectivos y activistas de Nosotras tenemos otros datos.
Frente a lo sucedido en estos meses de pandemia y hachazos al presupuesto de las mujeres, lo más trágico ha sido la confirmada ruptura del movimiento institucional feminista.
Es una desgracia de la que, pienso, todavía no se están hacienda cargo sus protagonistas en el gobierno y en espacios de poder.
Lo digo porque como testigo de la evolución del INMUJERES, puedo asegurar que esta es la primera vez, en su historia, que las funcionarias y representantes de la administración federal en turno decidieron caminar en sentido contrario al de sus compañeras de lucha que, desde las trincheras legislativa y del activista, reclaman lo sucedido.
Nunca se vio tal divorcio. Nunca hubo un sentimiento de resignación en unas y abandono de las otras. No. Eso nunca lo habíamos vivido. Siempre, quienes estaban en las instancias colegiadas de INMUJERES daban la batalla por todas.
Por supuesto que las presidentas, siempre, han tenido que enfrentar a los gobiernos que imponen, recortan o minimizan. Pero, al final, las feministas unidas sacaban adelante la tarea de defender a la Institución.
Hoy, al volverse defensoras de los argumentos oficialistas, las funcionarias y representantes de la autoproclamada Cuarta Transformación han decidido prescindir de la alianza histórica de la que fueron constructoras y que tanto había enorgullecido al feminismo institucional mexicano.
Es un hecho que este giro también es síntoma del necesario relevo generacional.