“Todos quieren una mujer fuerte hasta que realmente se pone de pie y usa su voz”.
Así lo escribió este martes, en su cuenta de Twitter, la presidenta de la Cámara de Diputados, Laura Rojas Hernández.
La cita de la escritora estadounidense Ari Eastman atrapa a cualquiera. Había que seguir leyendo.
“De repente es demasiado, se ha olvidado de su lugar. Se ama a esas mujeres como idea. Pero no como seres humanos reales que amenazan con ser, incluso, mejor de lo que muchos pueden ser”. Fin de la cita.
Nunca mejor dicho. Siempre he pensado eso y lo registré por ahí, en alguna columna o reportaje, con motivo de las candidaturas políticas femeninas. Porque, en abstracto, todos hablan de lo bello que sería tener una gobernadora o una Presidenta. Pero cuando llega la campaña, también sobreviene el horror porque el machismo y la misoginia se desatan. Y se desatan en los competidores, pero igualmente en el equipo de la candidata, y en la prensa y en los asesores del partido. Me ha tocado verlo. Pero esa es otra historia.
Porque esta vez, la cita de Ari Eastman, autora de varias novelas como Todo apesta pero sigo feliz, pronunciada en el coliseo digital de Twitter y dicha en voz alta por la presidenta de San Lázaro, adquiere significado y sentido inmediato para los días rudos que a la política del PAN les ha tocado sortear.
Me refiero a la hiperreacción de representantes de Morena y del Partido del Trabajo en contra de la presidenta de la Cámara de Diputados, por haber presentado una controversia constitucional.
Es una reacción que debería prender varias alertas para todas las mujeres y los varones que creemos firmemente en la necesidad cultural, política y humana de desmontar los códigos del poder misógino y autoritario.
De entrada, deja testimonio de una regresión democrática al pretender que el Poder Legislativo se supedite acríticamente al Poder Ejecutivo, renunciando a sus atribuciones y por lo tanto a su tarea de contrapeso.
Enseguida el caso ilustra los niveles de virulencia verbal que se han alcanzado en el Congreso, dando carta de legitimidad al ruido, a la discordia, al encontronazo, a la negación del diálogo que es el sustento de la democracia.
Pero hay todavía más: la sobrerreacción descalificando a la legisladora con etiquetas de traidora, desde un clima de sorna y bullying, nos obliga a preguntarnos si la andanada habría sido igual en caso de que esa controversia la hubiera presentado un hombre.
No voy a meterme ahora a las interpretaciones a favor y en contra del derecho de la presidenta a presentar ese recurso ante la Corte. Tampoco me detendré en revisar el temor de los parlamentario del oficialismo a que los ministros revisen qué tan constitucional es el decreto del presidente López Obrador sobre la participación de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública.
Quiero limitarme a la sobre reacción, a esa manera burda en que el bloque legislativo de Morena y sus aliados se lanzó en contra de la osadía de la diputada presidenta. Y en un momento en el que la emergencia sanitaria suma pérdidas, en vez de analizar rutas de salida, ese bloque dedicó el debate de la Comisión Permanente –el día 28 de junio– para castigar verbalmente hablando a la presidenta de San Lázaro, acusándola de actuar con propósitos partidistas.
Y como si aquel juicio mediático dominical hubiera sido insuficiente, en la sesión de la Cámara de Diputados –del martes 30–, al menos una decena de diputados aprovecharon el uso de la tribuna para ensañarse en contra de la presidenta Rojas. Más que discutir el tema, buscan intimidarla, defenestrarla, quitarle autoridad moral.
A cada intervención virulenta volvía la duda: ¿le harían lo mismo a un diputado presidente?
Pregunté a mis admiradas fuentes feministas, impulsoras desde diversos frentes de la ley contra la violencia política por razones de género, si en este caso aplica el término.
Hubo quienes consideraron que la violencia política es evidente, en tanto existe un intento por evitar que la parlamentaria ejerza sus atribuciones. Pero igualmente hubo dudas de sí esa violencia política era por su condición de mujer.
Y aunque la presidenta Laura Rojas no se ha quejado del maltrato ni ha invocado este tema, su situación transcurrió mientras otras mujeres se asumían como victimas de violencia política de género por las denuncias en su contra: Yeidckol Polevnsky, expresidenta de Morena, por supuestos malos manejos con los recursos del partido, y la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, por el señalamiento de que tiene más propiedades que las registradas en su declaración patrimonial.
De manera que la coyuntura me llevó a pensar en la necesidad de una especie de Consejo de Sabias Feministas, que las hay y muchas, para valorar con la ley de la materia en la mano, cuándo una mujer candidata o en pleno ejercicio de su cargo, padece de violencia política de género. Me encantaría ver ahí a Patricia Olamendi, Sylvia Hernández, Angélica de la Peña, Malú Mícher, Maria del Carmen Alanís, Beatriz Cosío, entre un largo etcétera. Pero ya éste será asunto de otro texto.
Por lo pronto, debo subrayar que en el caso de la diputada presidenta nadie, absolutamente nadie, se paró con los tamaños requeridos para defender, desde tribuna, su derecho a la controversia. Y menos a señalar la desproporcionada virulencia política en su contra.
Es interesante, en contraste, la templanza que ha mantenido Laura Rojas, cuyo estilo escénico es ajeno a las estridencias, sin que esto signifique que sea una política débil.
Por el contrario: la hemos visto trabajar sin tregua y con firmeza en la agenda que decidió encabezar, la de la igualdad sustantiva y la del ingreso mínimo vital, una iniciativa que sumó ya a más de un centenar de diputados.
Y justo ahora, como señal de justicia acaso, esa propuesta que en San Lázaro se ha topado con la virulencia acrítica de quienes se niegan a ejercer el contrapeso legislativo, comienza a abrirse las puertas de la viabilidad en el Senado.
De manera que, pase lo que pase, con la iniciativa del ingreso mínimo vital, en el inevitable debate de las salidas a la crisis, quedará inscrito el esfuerzo de una diputada presidenta que ya comprobó cómo los códigos del machismo y la misoginia se activan cuando una mujer se pone de pie, usa su voz y demuestra que hay otra manera de ser humana, libre y fuerte.