«RIZANDO EL RIZO» Nuestra escuálida memoria - Mujer es Más -

«RIZANDO EL RIZO» Nuestra escuálida memoria

 

“Tenemos una gran capacidad de olvido 

del dolor y del terror”.

Saskia Sassen

Puede que aún sea muy pronto para imaginar el mundo del mañana. Tal vez la pandemia va a cambiarnos tanto que todavía no somos capaces de vislumbrar cuánto. La incertidumbre es el sino. De momento, los impactos pueden palparse en todos lados. En la economía, sí, pero también en las formas de trabajo y en las interacciones humanas. Puede también que no aprendamos mucho de la crisis, que finalmente nos acostumbremos a los cambios que hayan tenido que hacerse en el marco de la contingencia y que los integremos a una versión remendada de la cotidianidad de antes, y se mantenga la imposibilidad de aprender de lo vivido. 

Para la socióloga Saskia Sassen, esto será probablemente lo que sucederá. Nuestra capacidad de olvidar hasta los traumas esconderá pronto esta gran etapa de nuestras preocupaciones. No importa que dure dos años ni todo lo que en ella perdamos. No sé si tal predicción sea propiamente optimista o si venga de un realismo doloroso, pero se antoja suscribirla. ¿Por qué este sí sería el parteaguas que cambiaría la ruta de la humanidad? ¿Solo porque los países del llamado “primer mundo” también fueron afectados por la crisis? 

Sin embargo, lo que la autora de ¿Perdiendo el control? La soberanía en la era de la globalización señala que no se trata de animar ni de hacer el entusiasmo decaer, sino de subrayar que —tan pronto como superemos esta amenaza— tendremos que enfrentar una larga lista de otras variadas y complejas. Muchas ni siquiera se esperarán a que la pandemia pueda declararse superada de algún modo, sea mediante tratamientos o vacunas. Otras tantas, incluso, han surgido o repuntado ya con todo su esplendor, sin esperar siquiera a que todos los países terminen sus primeras cuarentenas. 

La más evidente de estas amenazas, que asomó el rostro bestial hace unas semanas, fue, a todas luces, el racismo mezclado con la brutalidad policial. La llama se encendió en Estados Unidos, en un marco de indignación frente a los repetidos traspiés de Trump y una huella de racismo que décadas de tibiezas no logran borrar. La indignación se expandió rápidamente, y es que tal vez ningún país pueda preciarse de haber erradicado ya la discriminación por color de piel, origen o nacionalidad. 

Las protestas se vivieron en todo el mundo. Cada región, cada país, ha cobijado con impunidad sus propias formas de racismo y discriminación, en un problema que se hace cada vez más evidente, quizá, porque en algunas partes se agudiza, mientras que en otras mantiene sus niveles alarmantes. El punto es que el fenómeno ya no puede esconderse debajo de la alfombra. Y no solo porque los medios digitales le den visibilidad, sino porque se ha vuelto un problema global que alcanza cada vez proporciones más descabelladas. 

De las palabras de Yuval Noah Harari también podemos inferir otra de nuestras futuras amenazas, una que ya está pisándonos los talones y que se antoja más presente que venidera. El historiador dijo en días pasados que esta crisis se enfrentaría mediante la unión de los pueblos del mundo o, de lo contrario, acentuaría rupturas ya presentes. Está claro que el escenario brillante ocurrió solo en modesta medida. La cooperación sirvió para que algunos países aportaran recursos a otros para enfrentar la pandemia, para que se compartieran conocimientos, pero las diferencias siguen ahí latentes y se hicieron palpables cuando Trump hizo que Estados Unidos dejara la OMS, por poner un ejemplo.

Vienen, sin embargo, momentos difíciles que pondrán a prueba esta cooperación. Cuando las vacunas o tratamientos contra el COVID-19 empiecen a circular, cada gobierno, como se dice popularmente, “sacará el cobre”.

La amenaza de la que habla Saskia Sassen se encuentra también ya presente, creciendo en las entrañas del sistema. La ganadora del premio Príncipe de Asturias 2013 ha advertido que en el futuro la principal amenaza no será este virus sino las grandes empresas. Su capacidad de fagocitar a las pequeñas iniciativas hará que, de uno u otro modo, todos terminemos trabajando para ellas. La imagen luce distópica: un mundo donde los grandes corporativos tienen tanto poder como el Estado y donde su capacidad de control del individuo parece ilimitada. Luce distópica, sí, pero no tan lejana. 

El peligro para Sassen es que la lógica extractiva lo acabe devorando todo, que los pequeños negocios locales acaben por quebrar frente a las prácticas exportadas por Estados Unidos. Las grandes empresas, dice la autora, “no buscan generar condiciones que permitan a las clases modestas tener una mejor vida […] Quieren logar la plusvalía, es todo lo que importa”. 

Lamentablemente, para enfrentar esta amenaza se necesita mucho más que la buena intención del individuo de consumir lo local. Claro que esto ayuda, pues es mediante la solidaridad que enfrentamos las crisis, pero no será suficiente. Si el mundo no enfrenta esta amenaza mejor que como ha encarado el virus, este escenario tendrá, sin duda, el mejor  sitio en los que apuestan a nuestra escuálida memoria.

Ilustración. Diana Olvera

Manchamanteles

Hablando de amenazas, la de un nuevo mandato de Trump frente a la Casa Blanca empieza a eclipsarse. Según una encuesta de The New York Times, Joe Biden, el probable candidato demócrata a la presidencia, lleva la delantera rumbo a las elecciones de este año, con más del 50 por ciento de puntos en su favor. El mal manejo de la crisis y sus nulos intentos por hacer crecer su base electoral, estarían llevando a Trump al ocaso. ¿Será este el inicio del final de la pesadilla trumpiana en el Despacho Oval? 

Narciso el obsceno

Durante muchos años nos vendieron el mito del ser moderno. Este se determinaba por ser disímil y plural, pero al mismo tiempo era egocéntrico, particularista y sensualista; vivía intensamente el presente y, al despreciar el pasado y no ocuparse del futuro, olvidaba las lecciones de la historia por mirarse en un espejo que todos los días cambia y lo transfigura; es decir: no había consecuencia. Este es un síntoma más del narcisismo de nuestros días.

 

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