- Evocación al pulque, bebida de los dioses
- Para Ian, ¿a quién si no?
Con el hígado y tripas a punto de salírsele por el cogote, los ojos igual que un sapo y el pulso parecido al de la abuela de Pepito (luego les cuento el chiste), Benito, “El tambora” y Apolinar “El bebé llorón”, defendieron a rajatabla la propuesta de visitar “La Carreta” para mitigar la cruda. Insistiendo que allí el “cara blanca” era de primera.
Da igual, para eso vamos más cerca, dónde Chencho, dijo “Beto pelotas”. Recordó que el viejo pulquero, era un mago en eso de “torear” (combinar y vender clandestinamente el demandado licor). Según sus palabras, el “caldo de gorila” de don Cresencio era del que pintaba alacrán en el piso; de ahí el crédito ganado en su changarro muy visitado en las faldas del Cerro de la Estrella, en Iztapalapa.
Pero Daniel, “El cebollín”, insistió que la mejor opción era “La Carreta”, y su argumento fue que allí vendían el pulque blanco (natural) o “curado” (combinado con frutas o verduras), con la ventaja de que casi siempre se encontraba en dicho local “El toques”; individuo con una caja de madera y metal, dos menudos tubos por donde los parroquianos recibían pequeñas descargas eléctricas, a manera de reto para la resaca.
Por fin hubo acuerdo y caminaron por la calzada Ermita Iztapalapa rumbo a Cárcel de Mujeres. Después de casi 40 minutos, con el rostro desencajado y apagado y los labios resecos, muestra evidente de la borrachera del día anterior, finalmente estaban frente al ansiado manantial, cuyo anuncio en la entrada prometía casi el paraíso: Pulques Finos “La Carreta”.
A un lado de la barra, sobre una media pared de azulejo amarillo y verde, en un cartel se leía: Pida su Tornillo, Cacariza o Chivo, nombre de los envases donde se sirve el pulque según su decorado externo. Curados de: avena, limón y jitomate. Todos estuvieron en favor de este último, está dos tres y es buenísimo pa´l desarrollo, aseguró el responsable de la barra o jicarero, como era más conocido.
Poco después de la tercera ronda de haberle torcido el pescuezo a cinco litros de suculento babadray, servido en una jarra de barro, el alegato comenzó a ponerse espeso; no obstante, se empezaron a escuchar risas y parecía que el rosado neutle mitigaba el color y el calor.
De pronto, apareció frente a la tropa un orgulloso representante de nuestra raza. Chaparrón, regordete y prieto como piano. “El toques”, quien parecía caminar con dificultad, quizá debido a sus roídos tenis, tan largos como los de un payaso. Lo cual no impedía golpear entre sí los dos pequeños rodillos de metal, cuyo sonido era la invitación para quienes se arriesgaban probar su resistencia a las descargas eléctricas.
Y era en “La Carreta” donde este prócer de la tensión se sentía como pez en el agua, entre otras razones porque el “curado” de jitomate era su debilidad; de modo que no tuvo demora para chuparse una “cacariza”, dos, tres…a cambio del préstamo de la cajita repleta de voltaje, que iba y venía por toda la pulcata, entre manos y risotadas de felices parroquianos.
Todo parecía bien hasta que alguien señaló a “El toques” dormido en una esquina del local y más de tres corriendo a al rescate de “El tambora”, quien se retorcía pujando a un lado de una mesa. Tenía las manos firmemente pegadas a los conductos del susodicho estuche, registrando éste en su improvisado voltímetro la máxima potencia. Desde entonces, cuando alguien invita a Benito a “La carreta”, el gordo se lleva un dedo a los labios en señal de silencio.