¿No será que nos encanta ver la paja en el ojo ajeno?
Imposible hablar por todos, bajo ninguna circunstancia podría nadie generalizar.
En un tema tan delicado, es difícil opinar sin caer en la incongruencia.
Sin duda cada quien tiene sus propios enojos, sus dolores y resentimientos restringidos y ocultos. Solo hizo falta un empujoncito para salir a la calle como cohetes a gritar y pedir justicia.
¿Por qué?
Por lo que sea, por lo que le pasó a George Floyd o por lo que nos pasó a alguno de nosotros en cualquier momento de nuestras vidas, o por lo que tenemos en el alma y no sabemos cómo llamar, pero que ya no soportamos y no nos deja respirar.
Por eso se volvió un desgarrador grito de guerra:
¡I can’t Breath! ¡No puedo respirar!
Porque al ver el dolor ajeno dolieron dentro de cada quien todos los rechazos y las ofensas de las que hemos sido víctimas, pero suelen también todas las agresiones que hemos hecho.
Y no digo que todos seamos unos hipócritas, sin duda hay quien en verdad se duele y siente como propia la violencia ejercida deliberadamente a un hombre afrodescendiente que fue detenido y asesinado en plena vía publica, frente a la presciencia de un montón de testigos que si pudieron tomar video, pero no hicieron nada por detener la agresión.
George intentó pagar con un billete falso y por eso mereció la muerte, es una historia que me suena a siglos y siglos de antigüedad.
El problema es que George era negro, pero también pudo ser Latino u homosexual o cualquier otra minoría que lo haga ciudadano de segunda, por decirlo de alguna manera.
Indignados cientos de miles de estadounidenses ignoraron la pandemia y la alerta sanitaria, y salieron a la calle furiosos a demostrar su coraje contra el gobierno y contra siglos de racismo y desigualdad.
En México, como supongo en el resto del mundo, éste ha sido tema de conversación, pusimos nuestros perfiles en negro para demostrar solidaridad o compartimos frases y fotos sobre igualdad racial en nuestras redes sociales.
¿Pero… si lo sentimos de verdad?
Sin generalizar jamás, observo a muchísima gente que hace poco más de un año estaba furiosa por el paso de los migrantes procedentes de Honduras por el territorio nacional, la mayoría preferimos cualquier indulto antes de ser llamados indios o nacos o cualquier adjetivo que haga referencia a la insinuación más mínima de sangre indígena en nuestras venas.
Nos desgarramos las vestiduras frente a las marchas del orgullo LGBTTI y bajo ninguna circunstancia estamos convencidos de apoyarlos y aceptar que tienen el mismo derecho de contraer matrimonio y de adoptar hijos que las parejas heterosexuales. Disfrazamos nuestra discriminación con títulos como “Marcha por la familia”, “Con mis hijos no te metas”, cuando el Estado pretende normalizar y educar a los niños en una cultura de igualdad y equidad.
¡A mis hijos no les hagas creer que los gays son gente normal! ¿Cómo van a adoptar niños? ¿Qué valores les van a enseñar?
-Que los migrantes centroamericanos se regresen a su país aunque los maten, que no ensucien nuestras calles-
Y eso por no ahondar en numerar los miles y miles de casos de racismo y segregación que se viven en todas las ciudades, en donde por el simple hecho de no ser blanco o descendiente de europeos o hijo de papás divorciados o simplemente no encajar en el estereotipo que la sociedad mexicana reconoce como digna de pertenecer, somos víctimas de todo tipo de discriminación, insultos y rechazos.
En México discriminamos y nos discriminan, es un círculo vicioso e interminable, pareciera que solo estamos esperando encontrar a alguien de un escalón que consideremos inferior para descargar toda nuestra rabia, mientras hacemos lo imposible por pertenecer al siguiente nivel.
Pero mientras hacemos fila para que nuestros hijos estudien en escuelas clasistas, mientras nos burlamos de la actriz oaxaqueña de origen indígena, aclarando que no tenemos nada que ver con ella: mientras hacemos marchas para que se cierren las fronteras y nos ofendemos porque se les da de comer y se les ofrece un lugar para dormir a los migrantes que vienem caminando desde sus países huyendo de la guerra y con las manos vacías, mientras renegamos que se dé ayuda a adultos mayores y a madres solteras. Al mismo tiempo mostramos solidaridad con el caso George Floyd.
Honestamente, a veces pienso que muy lejos del hashtag #TodosSomosGeorgeFloyd estamos más cerca de ser los dueños del celular que filmó su asesinato y no hizo nada.