Llegó la hora de las feministas de la autoproclamada Cuarta Transformación, pensé ese día en que el presidente López Obrador negó que el confinamiento se haya traducido en mayor violencia doméstica contra las mujeres. Era 6 de mayo.
Y aunque las funcionarias del gobierno ya habían dado muestras de disciplina política cuando en las movilizaciones de marzo se sumaron a los señalamientos complotistas del mandatario, creí que ahora, justamente porque no había protestas de por medio, ellas podrían pedirle que cuidara sus declaraciones sobre la fraternidad de las familias mexicanas.
Ellas, pronostiqué, tendrán la fuerza, la energía, el tiempo, la disposición, la necesidad ética de explicarle al Presidente de la República que minimizar el problema de las violencias de género es una forma de normalizarlas.
Me equivoqué. Nadie desde el gobierno quiso contradecir las declaraciones de Palacio Nacional.
Surgió entonces, desde los diversos frentes del potente, diversificado y siempre aguerrido movimiento feminista, la campaña Nosotras tenemos otros datos y una carta que dirigida a López Obrador, daba cuenta del alza en la llamadas de auxilio, el aumento en las carpetas de investigación por denuncias relativas a la violencia doméstica y los números escalofriantes de feminicidios.
Pero nadie en Palacio Nacional les envió un acuse de recibo. Tampoco hubo convocatorias formales en la Secretaría de Gobernación o en Inmujeres para darles una respuesta institucional.
El 15 de mayo, otra vez en la conferencia mañanera, el presidente López Obrador encaró los argumentos de las feministas alegando que el 90 por ciento de las llamadas al 911 eran falsas y que había confirmado con las titulares de Segob, la ministra Olga Sánchez Cordero, y de Inmujeres, Nadine Gasman, que efectivamente no había cifras que confirmaran que la violencia doméstica iba a la alza. Y repitió el alegato de que en México hay fraternidad familiar y que aquí las cosas no eran como en otros países.
De nueva cuenta hubo protestas de las organizaciones feministas que, en las voces de Patricia Olamendi, Martha Tagle, Yndira Sandoval, Wendy Escobedo, entre un larguísimo etcétera, reclamaron que esa negación de la realidad empodera a los agresores e invisibiliza a las víctimas. Y algo peor: que el discurso presidencial deslegitima y destruye el sistema de protección que con tanto esfuerzo se ha venido construyendo.
Fue entones que se hizo realidad la advertencia de un querido observador de las transformaciones que estamos viviendo: “Es más fácil que el Presidente convenza a sus funcionarias de que las feministas son unas exageradas a que ellas intenten acercarlo al feminismo”.
Y así sucedió. A partir de que López Obrador redujo las llamadas de auxilio a un problema de mal uso del 911, como si al final todo quedara en un asunto de bromas y falsos lloriqueos, las funcionarias feministas, mujeres con trayectorias comprometidas, verdaderas luchadoras sociales y activistas en el entendimiento de la desigualdad y en la agenda de la equidad sustantiva, comenzaron a dar auténticas maromas para justificar los dichos presidenciales.
Es que sí subieron las llamadas, pero no todas por maltrato doméstico, que si no hay denuncias, entonces el Presidente tiene toda la razón y que es cierto lo que él dice, pero que además es un hombres comprometido con la igualdad, que así lo demuestra el gabinete paritario, que la derecha quiere aprovecharse de blablablablabla…
Ese fue el caso de la secretaria Sánchez Cordero, de la titular de Inmujeres y de Candelaria Ochoa, al frente de la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violenica contra las Mujeres (Conavim).
En el plano legislativo también se observó la disciplina política de las feministas de Morena con los dichos presidenciales. Así, Malú Mícher, presidenta de la Comisión de Igualdad en el Senado, hasta ahora no convocó a un pronunciamiento institucional al respecto. Por su parte, Wendy Briseño, con ese mismo cargo en la Cámara de Diputados, cabildeó la formal petición de que la conferencia mañanera incluyera información sobre las violencias que afrontan las mujeres y que se le pidiera al Ejecutivo una rectificación. Esa solicitud fue firmada por representantes de todos los partidos. Pero tampoco prosperó.
Y si bien la diputada Lorena Villavicencio ha sido parte activa de la ola Nosotras tenemos otros datos, se trata de una excepción, porque la norma tanto en el gobierno como en el Congreso es la actitud morenista acrítica frente a la reiterada trivialización que del feminismo y sus banderas hace el Presidente.
Sea por temor a desafiarlo, por el culto al personaje, por la fe ciega en sus actos, por lealtad política, ellas han decidido replegarse.
Y en el colmo de la narrativa de Palacio en contra de las premisas del movimiento de mujeres, este martes 25 de mayo, el vocero presidencial, Jesús Ramírez Cuevas, presentó la campaña “Cuenta hasta 10”, consistente en promocionales de radio y televisión que aconsejan aplicar ese recurso y “sacar la bandera blanca de la paz” frente a las emociones y las pasiones que se presentan en las familias, comentó el funcionario.
Ya corrió mucha tinta cuestionando la ausencia de visión de género que esos spots tienen, su carácter machista y el refrito que al final ha sido de una publicidad de Televisa de los años 80.
Lo significativo de la presentación de los promocionales fue que tanto Sánchez Cordero como Candelaria Ochoa, presentes en la conferencia de prensa virtual, aplaudieron la campaña, confirmando la disciplina de las feministas del gobierno ante las directrices de Palacio.
También fue muy relevante el discurso del vocero al explicar el sentido de la campaña. Y es que si bien reconoció que hay un problema con las violencias de género, al igual que las funcionarias fue insistente en que las respuestas del Estado existen y son suficientes.
E hizo Ramírez Cuevas, además, una enfática defensa de la narrativa presidencial de que el confinamiento le ha permitido a las familias y a las comunidades vecinales fortalecer sus lazos afectivos e incluso habló de reconciliaciones.
Al respecto, el vocero presidencial fue enfático en señalar que existen encuestas que así lo documentan.
Concluido ese evento, asumí que el Presidente de la República había ganado la batalla de la post verdad de que la violencia contra las mujeres no creció en la pandemia y que, por el contrario, ahora tenemos familias más felices y armónicas, aun en medio de la incertidumbre.
¿Por qué López Obrador le dio la espalda a los reclamos feministas?
Es misógino y machista como todos los políticos de su generación, me han respondido algunas activistas.
Pero esa respuesta me parece insuficiente.
¿Es que acaso el Presidente intuye, como el gran animal político que es, que ahí, en el feminismo, está una semilla de organización alternativa en contra del poder sin contrapesos?
¿Logrará López Obrador acallar ese movimiento que ahora pierde la batalla del confinamiento?
Por supuesto que el Presidente mexicano es un líder social que marcará historia y un ícono de la izquierda en el mundo. Y sin embargo, como en el caso de Bolsonaro en Brazil, parece tener entre sus adversarios a los contingentes de las mujeres organizadas.
¿Tendrá el feminismo mexicano el empuje de sobreponerse a la propaganda gubernamental que ahora coptó a sus aliadas de otros tiempos?
Mientras llegan las respuestas, contemos hasta 10…