“¿Nueva normalidad?” “¿Regreso a la nueva normalidad?” ¿De veras? ¿Cómo calificar de novedad lo normal, lo usual, lo cotidiano? O ¿cómo calificar lo nuevo como lo nuevo? ¿Cómo regresar a lo nuevo, a lo que no existía?
Imagine usted un día “normal” (de los nuevos) en la Ciudad de México o en cualquier otra ciudad del país, en las que se concentran la mayoría de los casi 130 millones de mexicanos, después de levantar el confinamiento obligado por la pandemia de COVID 19.
Esos millones de mexicanos, como siempre, se levantarán temprano para ir a su empleo (los que lo tienen, ya sea formal o informal); su pareja se quedará tronándose los dedos pensando en a dónde ir a solicitar trabajo que perdió en las semanas recientes porque fue “descansado” por la contingencia. Sus hijos no irán a clases ni tampoco podrán acceder a la enseñanza virtual porque no tienen acceso a Internet y tampoco una computadora o una tablet.
Como siempre (como antes) no habrá que desayunar, así que sale en ayunas. Camina tres o cuatro cuadras para esperar el transporte colectivo, atestado como siempre, ¿cuál sana distancia? Ahí el 90 por ciento de los usuarios no usan cubre bocas, que es “obligatorio”, pues porque no tienen dinero para comprarlos o, si lo tienen, no los hay en ninguna parte. Y eso se repetirá en el Metro o en el Metrobús o en cualquiera como se llame otro sistema de trasporte público en cualquier ciudad del país.
Antes, como siempre, hubo de suplir el desayuno. Lo más fácil y barato: una “guajolota” (tamal en bolillo) y un atole o un tamal simple con atole o unos tacos o una torta o un pan de dulce con atole o un huevo duro con un café o lo que corresponda en la ciudad correspondiente. Los vendedores, aunque lo quieran, tampoco llevarán cubre bocas ni guantes ni tendrán gel para desinfectarse después de recibir monedas y billetes… no les sale, dirán, con justa razón. Ahí, los “comensales” rodeando el bote, el anafre, el puesto; ¿sana distancia? ¿cómo?
Luego, otra vez al transporte colectivo que sea: ahora más masivo. Y llegar a la empresa, al taller, al edificio en construcción, a la tienda departamental, a la oficina burocrática, a la farmacia, a la tlapalería. ¿Habrá sana distancia? Peor, imagine a los vendedores ambulantes y a los tianguistas y a sus compradores, entre ellos los ancianos solitarios o abandonados que deberán dejar su confinamiento porque deben, si tienen recursos, comprar sus más indispensables víveres y medicinas.
Después, imagine la hora de la comida (no, no piense en restaurantes, cómo) de esos millones de mexicanos en dónde puedan y si no desayunaron en casa mucho menos llevarán sus loncheras, y el regreso a sus casas, donde su pareja los espera para decirles que no encontró trabajo…
Imagine a otros miles o cientos de miles que tenían empleo y fueron, así les dijeron, “descansados” sin goce de sueldo por la contingencia y ahora ya no tienen empleo; o a otros tantos miles pequeños y medianos empresarios que daban empleo a uno o 10 o 20 trabajadores y que han tenido que despedir a sus empleados y cerrar sus “emprendimientos” (empresas explotadoras les llaman desde el gobierno), pues porque no tenían ni tienen ingresos. (El dato oficial más reciente es que en las semanas pasadas 6,700 “patrones” se dieron de baja en el IMSS).
No piense en los días de compras del “mandado”, ni en la necesidad de recurrir a los hospitales públicos, ni en nada de la vida cotidiana, la de siempre.
Esto, amargamente, será parte de la “nueva normalidad”, concepto demagógico, que –ya se verá— intenta que los ciudadanos crean que el gobierno no es responsable de lo que es su responsabilidad primigenia y única: la seguridad (en todos los sentidos) de los gobernados.
Por supuesto que un gobierno no es responsable de la pandemia del COVID 19, pero sí (y totalmente) de las decisiones que se asumió para hacerle frente.
Y al final otra pregunta amarga: ¿Para cuándo prevé la “nueva normalidad” la reanudación de las giras político-electorales del señor presidente de la República? Sin ellas, al parecer, “el regreso a la nueva normalidad” estará incompleta. Lo demás, qué.