Les voy a contar algo que pasó cuando estaban tomadas las instalaciones de la Preparatoria 6 “Antonio Caso”.
Pocos días antes de que tuviéramos que encerrarnos en nuestras casas por la emergencia sanitaria del COVID 19 y se tuvieran de cualquier manera entregar las instalaciones que llevaban tomadas por los alumnos, más o menos una cuarentena, sin poder llegar a un arreglo con los directores, alumnos y sobre todo alumnas llevaban mes y medio acuartelados dentro de las instalaciones, exigiendo atención a su reclamo por problemas de violencia sexual y acoso dentro del campus.
Días enteros con sus noches este grupo de jóvenes, muchas veces subestimados y muchas más señalados como revoltosos, cuidaron las puertas de la institución para no permitir el acceso a nadie hasta que se prestara atención a su denuncia y fuera recibido su pliego petitorio.
Una noche las cosas se pusieron feas, por la fuerza un grupo de padres y maestros ingresaron a la preparatoria y los jóvenes acorralados entraron en crisis y pánico.
Mi hijo a sabiendas que soy simpatizante del movimiento, que conozco casi desde que se originó pues varios de sus amigos y amigas forman parte del comité de huelga, me pidió que acudiera a apoyar aunque fuera solamente de manera presencial para evitar falsas declaraciones y atestiguar en caso de violencia contra los estudiantes.
Allí estaba yo, en esa noche fresca y a la vez tormentosa de principios de marzo, con mi celular activado en modo video y atenta a todo lo que sucedía.
Siendo testigo de la desesperación de los estudiantes y de la angustia que sentían por tener que soltar el movimiento que significaba tantos meses de lucha sin obtener ninguna solución a cambio.
De todo hubo, ofensas, agresiones, insultos por parte de los dos bandos y nada parecía resolverse nunca. De repente, una de las estudiantes que se encontraba adentro tomó la palabra. Estaba encapuchada, con un trapo negro el rededor de la cabeza, de no más de 17 años y 45 kilos de peso o tal vez menos -después de tantos días comiendo lo que hubiera-, los pantalones se le caían, aun así, su frágil figura se agarró fuertemente de las rejas y asida como podía irrumpió el ambiente con una voz que no parecía salir de una persona tan pequeña, a gritos y con lágrimas que se ahogaban en su garganta.
No pidió comida, ni dinero ni cámaras de televisión, solo pidió justicia y comprensión, comprensión para todos los que estaban en este movimiento.
Con una increíble elocuencia narró lo que había significado estar haciendo guardia durante casi seis semanas, sin ver a sus familias ni amigos, sin salir a divertirse, comiendo lo que les regalaran los que a veces se acordaban que estaban allí, durmiendo en colchonetas inflables, pasando frío y soledad, muchas veces alegrándose solo con alguna guitarra o la presencia de sus compañeros del otro lado de la reja y todo por una sola causa, que no hubiera nunca más abusos en contra de las estudiantes, para poder ir al colegio sintiéndose seguras. Habló del infinito amor que sienten todos por la institución y de lo terrible que es ser acosadas e ignoradas después por las autoridades.
Cuando se hizo el silencio, después de su improvisado discurso, se levantó de entre el grupo de padres que estábamos afuera una mano, era su madre, su madre que le gritaba que estaba orgullosa de ella. Como pudimos le abrimos paso, formamos un túnel para que se acercara a la reja y pudieran, aunque por fuera, tocarse las manos y hablar, nadie me lo contó, yo estaba ahí al lado de ellas y en silencio y con todo respeto escuché lo que se decían.
La chica le pedía perdón a su mamá por todas las preocupaciones que los hacía pasar y por llevar un mes y medio fuera de su casa, en este momento sus lágrimas ya eran incontrolables y los sollozos casi le impedían hablar. Su madre, una mujer joven bastante bien vestida y de tipo más bien intelectual le decía, que no tenía nada que perdonarle, que estaba profundamente orgullosa de ella y que por mujeres como ella México era un país en el que vale la pena vivir, que estaba allí para apoyarla y que jamás dejaría de hacerlo. La joven rebelde le preguntó por su hermanita, supuse yo que tenía una hermanita menor a la que no había visto en semanas y seguramente extrañaba mucho, la madre le contestó que estaba bien y en casa, y que gracias a ella cuando creciera iba a ser una mujer libre.
¿Yo? Yo solo veía y guardaba en mi memoria ese momento inolvidable, como afortunadamente no soy llorona no hice el oso de aderezar el momento con mi escenita de llanto también, me traje la imagen a mi casa y hoy a más de 80 días después se las comparto.
Esa es mi imagen del día de la madre.
Un ejemplo de vida, una madre que a pesar de su preocupación al no tener a todos sus pollitos debajo del ala, apoya y entiende la importancia de hablar y de luchar por la justicia; una madre que enseñó a su hija a saber vivir con dignidad, a exhibir respeto, que creyó en sus palabras y que la apoya incondicionalmente.
Una joven que sabe desde que era una bebé que merece ser tratada con respeto y vivir libre, que está dispuesta a luchar por todas las mujeres y que sabe de dignidad porque esa es la única forma que conoció en su casa.
Feliz Día de la Madre, un día atípico en la historia de nuestro país, un día sin festejos, comidas ni flores, sin visitas y sin regalos. Pero así tocó, este es un hecho histórico y nosotros tenemos que entenderlo así y enfrentar la adversidad con valor y optimismo.
Finalmente ser madre y tener una, es la bendición más hermosa de la vida y no nos llena de alegría un día al año sino todos y cada uno.