Amor, si me llamas amor,
si me dejas amarte, mi bien,
yo te voy a adorar.
Alfonso Arau y Leo Brouwer
El confinamiento causado por COVID-19 lo ha cimbrado todo. No hablo solo de las calles sino también de la vida, que ahora tiene lugar entre cuatro paredes. Las situaciones varían: hay quienes están encerrados solos, quienes no están encerrados, quienes están con la familia extendida y quienes están en pareja. Para cada escenario hay altibajos. Los bemoles que hoy me ocupan son los de la vida con “la otra mitad” de la que los dioses nos separaron, según Platón, y con la que intentamos construir, cada día desde cero, como Sísifo, el presente en el que finalmente volvemos a ser uno.
Dijo Jacques Lacan (1901-1981) que “no hay relación sexual”, pero ¿qué significa el aforismo? ¿Nos condenó el psicoanalista francés a una vida sin goce? Esta sentencia nos muestra una realidad apabullante, pero no por eso menos certera: el amor y la sexualidad son un imaginario que se construye cuando cargamos a nuestras espaldas, como si fuera un costal de papas, al ser del que nos enamoramos. Y en ese costal vamos poniendo nuestros deseos y nuestras necesidades tanto sexuales como emocionales.
El imaginario se nos revela cuando sale a la superficie una de las frases más temidas en el seno de una pareja: “Estoy decepcionado de ti”. La respuesta a semejante revés está en Lacan: ¿cómo no ibas a estarlo si fuiste tú quien construyó mi imagen? ¿Cómo pedirle al imaginario que se adapte a la realidad? Pero, más aún, ¿cómo pedirle a la realidad que imite al imaginario, sobre todo, cuando éste —inmerso en la sociedad de consumo y en el capitalismo voraz— es cada vez más inalcanzable?
Los tiempos de confinamiento pueden ser también de decepción entre las parejas. Pero esto no se debe a que nuestro acompañante sea una especie de monstruo inhumano y acabemos de darnos cuenta (no siempre, al menos). Se debe a que las imágenes a las que queremos que nuestra pareja se ajuste se antojan cada vez más olímpicas.
Son muchas las imposiciones que se han construido en torno a ese imaginario del sexo y del amor del que hablaba Lacan y que ahora ha retomado con mucha fuerza Slavoj Žižek (1949), las cuales están profundamente influidas por el sistema de consumo, por el sistema económico y por los medios de comunicación masiva. Nadie puede cumplir con ellas cabalmente, pues incluso los modelos que parecen hacerlo necesitan ayuda del retoque, de la luz, para fingir que lo hacen. ¿Cómo podrían cumplir esas exigencias nuestras parejas? Y es entonces cuando resuena la condena: no hay relación sexual; ergo, tampoco hay goce.
El amor platónico es el primer gran imaginario, el que construyen en nuestro interior un montón de estímulos mediados para dictarnos que siempre hay que tirar más alto, que el próximo amor siempre será el verdadero, que el placer de hoy nunca es tan grande como el que está por venir. Es en la persecución de ese amor platónico que se desarrollan nuestras vidas sexual y romántica, las reales, las que no pueden corregirse mediante la edición ni con una luz más favorable.
El amor que tengamos enfrente sea quien sea, siempre será nada más que las sombras de lo que imaginamos. Y, así, el amor es a veces sombras y a veces realidad, pero es la condena a concentrarnos en las sombras lo que nos lleva a la insatisfacción. Habría que ser sensibles a este contraste permanente para aprender a valorar la realidad por encima del eco apabullante del mundo platónico en eso que ahora todos llaman como agua del día “sistema mundo”.
La decepción que hoy pueden estar experimentando las parejas es mucho más un síntoma social, que un síntoma de la salud de su propia relación. El imaginario del sexo y el amor que han construido la pornografía virtual, los estímulos instantáneos mediante las aplicaciones y las figuras inalcanzables de los medios nos seguirán haciendo más y más insatisfechos con la realidad. La gran sexualidad de nuestros días, la que se vende como tal, se eleva cada vez más a niveles que ningún humano parece estar cerca de tocar.
Esto tendría que ser una señal de alarma. El sexo es fundamental para nuestras vidas, y cuando no existe, o su realidad simplemente no contenta al sujeto, se produce la neurosis. Un imaginario tan distante de lo real no hará más que sumergir al sujeto en la miseria. Pero ¿cómo resistirse a esta construcción? ¿Cómo derribarla desde dentro?
Tenemos que rescatar al amor del imaginario inalcanzable. Tenemos que rescatarlo como este tejido social, cultural, que se erige como el más grande camino hacia nuestros ideales. Hay que recordar que el amor es un puente que hilamos como una araña teje su propia tela, mientras se envuelve en ella. Socialmente, nos hemos envuelto en los n significados que atribuimos al amor, y nuestras vidas son su reflejo. Quizá podamos ser sujetos sexuados en la armonía de lo cotidiano, que es nuestra realidad. Pero en neurosis se rompen géneros. Usted tiene la ultima palabra; solo sea consecuente.
Manchamanteles
El 4 de mayo de 1938 nació Carlos Monsiváis. Hombre sinigual, lejano a las exigencias de la academia e interesado por el conocimiento en sí, no desdeñó ningún tema y describió nuestra cultura con una creatividad y precisión igualables. Era un provocador, un hombre de debate. Le importaba poco la corrección política y sabía burlarse hasta de sí mismo. Se lo ha definido como crítico, periodista y artista; no le interesaba demasiado la etiqueta que le fuera puesta siempre que pudiera ejercer su actitud crítica. Defendió los derechos de la diversidad sexual y de todas las minorías sociales que se le pusieran enfrente. Monsiváis amaba a los animales, luchó contra la tauromaquia y vivió con más de diez gatos. El hombre irreverente y brillante que se fue el 19 de junio de 2010 fue recordado con el hashtag #MonsiMiAmor, muestra de que es símbolo vivo de la juventud.
Narciso el obsceno
Uno de los mayores signos de narcisismo es la autoproclamación de un dolor y sufrimiento inigualables que nadie puede comprender ni experimentar. El otro es en extremo sensible, débil y patético, pues solo el narcisista enfrenta el verdadero dolor. El narcisista no puede mirar más allá de su reflejo en el agua.