Esta emergencia nos ha obligado, de golpe, a fusionar en nuestra vida cotidiana lo importante con lo urgente, preservando la vida y la salud, adaptándonos a laborar desde nuestras casas, mientras impulsamos la reproducción doméstica.
Y, en el caso de nuestro trabajo periodístico, esta vez, lo urgente, que es el bienestar de la gente, la voz de la gente, las historias de la gente por superar este momento, han tomando la importancia que nunca debieron perder en los medios.
Hoy la noticia está ahí donde se están salvando vidas, donde las iniciativas civiles suman a biomédicos con tecnólogos para diseñar respiradores, en los trabajadores indispensables que no pueden quedarse en casa y cuidan la limpieza de las ciudades y los signos vitales de los enfermos y operan el transporte.
Así que está repentina y obligada pérdida de normalidad nos ha devuelto, en muchos sentidos, a los valores básicos e incluso a la reivindicación del periodismo. Valores y reivindicación que deberíamos preservar como cimientos de las relaciones que necesitamos construir para una futura normalidad que incluya los aprendizajes de hoy.
Me refiero al valor básico, por ejemplo, del registro de los hechos y, por lo tanto, de la constatación de los dichos de los gobernantes con la realidad. Estamos llamado a contar hoy, más que las declaraciones del poder, el impacto que sus decisiones tienen en la vida de las personas. Personas con nombre y apellido, personas con familias, con historias.
Es una tarea que va más allá de verificar o desechar fake news. Se trata, en tiempos de posverdad, de retratar la realidad y de contrastarla con la propaganda política que nos invade a nivel global incluso.
Así que de entrada, creo que la futura normalidad debe quedarse con estas lecciones y con la reciente y actual reivindicación del periodismo como una tarea sustantiva y sustancial para la democracia e incluso para superar una emergencia, en tanto su papel vigilante permite la rendición de cuentas. No en balde, ya algunos estudios apuntan que en medio del coranavirus los medios tradicionales lograron regresar como referentes de información confiable.
El periodismo está vivo. Pero garantizar su vigencia y su vitalidad deberían ser una tarea imprescindible para la futura normalidad. Y esa tarea implica reconocer límites y empujar cambios.
LA PACIENCIA DEL DEBATE
Este foro de hoy y los diversos debates que, desde mi experiencia directa, hemos seguido en las últimas cinco semanas, a iniciativa de diputados y senadores, es una respuesta a la pausa obligada que nos hemos tomado con el quédate en casa.
Esta pausa anormal, obligada, también nos deja una lección que deberíamos retomar para el regreso a la normalidad: darnos el tiempo para el diálogo, para la revisión de lo importante y hacer que esto se vuelva urgente, como ha sucedido con la agenda feminista y el tema siempre postergado de la economía de los cuidados.
Es un hecho que las redes sociales y la polarización que marca la vida política pública hoy a nivel global, se ha traducido en la ausencia del debate. Lo que hay es una fragmentación de la conversación: los afines se dan like y retuit. Y lanzan descalificaciones a sus antagónicos.
En medio de la prisa, estábamos perdiendo el tiempo en la estigmatización y en el prejuicio. Seguimos en lo mismo.
Pero hay una novedad:
Esta emergencia ha forzado la discusión. Quizá todavía se encuentra limitada entre los afines en torno a ideas y causas. Pero es un buen inicio. Y creo que esta experiencia que está caracterizando a la clase política también es un insumo del debate público que el periodismo debe registrar y promover.
Recuperar la capacidad del diálogo es imprescindible para la construcción de bienes colectivos, sea para la sustentabilidad del medio ambiente, para la igualdad sustantiva de género, o para la reconstrucción de un sistema de salud equitativo y viable y universal.
Es un diálogo a través de estas aplicaciones que, como ya se ha documentado con suficiencia, tiene en el centro de la trama a la ciencia y la posibilidad de sus respuestas.
Este resurgimiento de la valoración social, comunitaria, política, del quehacer científico y tecnológico y médico, también debe quedarse como parte de la futura y nueva normalidad.
La agenda científica debe ser entonces parte de la agenda política y de la agenda del periodismo, al igual que la agenda de la nueva economía y el trabajo auxiliado por la tecnología.
Y concluyo con otra lección de esta anormalidad que debe darnos rumbo para el futuro: la globalización de lo local.
Porque desde nuestra casa estamos experimentado el impacto que lo planetario tiene en nuestro ámbito inmediato.
Un claro ejemplo es el foro convocado por la Senadora Verónica Delgadillo, que reunió a mujeres de distintos ámbitos de la vida nacional para debatir “¿Volver a la normalidad o construir una nueva?”.