Son muy pequeños aún y ya han vivido dos episodios históricos, un terremoto de consecuencias catastróficas en el que muchos perdieron sus casas, escuelas, amigos y vieron a sus familiares ir a ayudar a los centros de acopio, juntar comida, elaborar despensas o tal vez recibir a algún familiar sin hogar.
Hoy, los niños de México se topan nuevamente con una situación de la que los libros de historia hablarán y quedará para siempre en sus memorias.
Cuando platiquen a sus hijos y a sus nietos sobre estos meses, ellos recordarán cada día del encierro y sus sentimientos volverán a sus memorias.
Muchos niños están en casa con sus familias, para la gran mayoría no debe ser fácil -por muy bonita casa que tengan- la privación de la libertad de salir a la calle, de visitar a sus familiares y de ir a la escuela o hacer las actividades a los que estaban acostumbrados, es un reto con el que luchamos todos cada día.
Si la gran mayoría de los adultos sufrimos episodios de ansiedad y mal humor, obviamente naturales y justificados, pues estamos realmente apesadumbrados por el futuro que nos espera a mediano y largo plazo, no me puedo imaginar lo que pasa por la mente de los niños.
Imaginemos por un momento lo que un niño en las mejores condiciones está viviendo, a pesar de que su casa sea confortable y su familia esté sana, ellos escuchan lo que nosotros hablamos, las noticias que repetimos, nuestras opiniones a veces correctas y muchas veces sustentadas en la angustia y la desinformación.
¿Qué sentirá un Niño que escucha a sus papás decir 20 veces al día que esto es el fin del mundo? ¿Que no habrá dinero para nada? ¿Que todos terminaremos muertos o en la calle?
Ahora imagínense a los niños que además de este escenario de desesperanza y estrés, viven en medio de un ambiente de violencia y hostilidad.
Antes de que el tema del Coronavirus se volviera la principal preocupación a nivel mundial, el tema sobre el que más se discutía era la violencia doméstica, sería irrisorio pensar que un problema dejó lugar a otro.
La violencia en casa sigue siendo un tema tan o más alarmante que la epidemia en sí.
Miles de familias se encuentran compartiendo reducidos espacios y siendo víctimas de la neurosis y frustración de los adultos que no tienen la habilidad de manejar sus emociones.
Los niños están viviendo en peligro tanto dentro de sus casas como fuera de éstas; los niños en situación de calle, los que son explotados para trabajar jornadas interminables, tanto en el campo como en la ciudad, son los más expuestos al contagio y al maltrato de los adultos frustrados y desesperados por la situación.
Los niños aguantan esta emergencia sanitaria con incertidumbre pero con mucho valor, tal vez más que el de nosotros los adultos; ellos también extrañan la calle, extrañan salir a jugar, ver a sus amigos, a sus abuelos, estar tranquilos, ellos se preocupan por lo que escuchan y lo único que pueden hacer es permanecer callados y lo más quietos posible para no aumentar el estrés que hay en las familias.
Ellos no entienden de tiempos, para ellos un mes, dos meses, son toda una vida, una vida que están viendo pasar a través de sus ventanas.
Ahora se enfrentan con el reto de tomar clases en línea, esperamos que sean capaces de concentrarse durante horas frente a su computadora o teléfono celular sin distraerse absolutamente con nada, que entiendan todo lo que les enseñen.
Los padres somos ahora más exigentes y demandantes que nunca, egocéntricos y muy poco empáticos con las necesidades y situaciones de los niños.
Nuestro egoísmo no nos deja ver que además de nuestras preocupaciones están en casa nuestros hijos, escuchando razones que a su corta edad no son capaces de discernir y que pueden resultar traumáticas para sus inocentes mentalidades.
Hoy como nunca tenemos que apoyar a la niñez, a la que está lejos de nosotros por medio de empatía y apoyos sociales y a la que está en nuestras propias casas.
Algún día va a pasar todo esto y de cómo sepamos manejar la contingencia de manera individual dependerán muchas cosas en el futuro, los recuerdos y sentimientos que desarrollen nuestros niños en estos meses serán claves para forjar su carácter en la edad adulta.
No olvidemos pensar antes de hablar, contar hasta mil si es necesario y no descargar nuestra furia en quienes menos culpa tienen.
Enseñarles resiliencia, cultivar la paciencia y la voluntad, respetar sus tiempos y sus espacios, no interrumpir sus clases ni quitarles formalidad, no hablar frente a ellos de temas que puedan resultar perturbadores para su joven entendimiento, no pelear frente a ellos y, mucho menos, hacerlos sentir culpables ni víctimas de esto que nos tocó vivir.
Tal vez no podamos llevarlos a festejar al parque o al cine, pero éste puede ser un Día del Niño inolvidable también, si dedicamos el día a hacer actividades que les gusten, si les damos gusto, los consentimos con su comida favorita, revisamos álbumes familiares juntos o les hablamos de nuestra propia niñez.
Cada familia sabe qué hacer para pasar un día especial y hay muchas formas creativas de demostrar a nuestros niños cuanto los queremos y lo orgullosos que estamos de lo bien que se han portado en estos días que en los calendarios futuros se llamarán: “Los tiempos del Coronavirus”.