«TENGO ALGO QUE DECIRTE» Todo cambia - Mujer es Más -

«TENGO ALGO QUE DECIRTE» Todo cambia

Ilustración 'Abrazo virtual' / María Merino

 

– Uyyy, mijito… ¿qué fue lo que cambió? Todo, y a todos nos cambió la vida. Para empezar, nos abrió los ojos para darnos cuenta que lo que tomamos como un hecho, no lo es; que la vida se va no importa cómo ni cuándo, y que le sucede a cualquiera, sin importar quién eres, de dónde vienes ni cuánto tienes. 

– Eso lo entiendo abue… lo veo en los videos de esos años. Sé que muchos murieron y rápidamente, que los números crecían todos los días. Lo que me interesa saber es sobre el cambio en las personas.

– Pues a ver si puedo explicarte… primero, pásame el jitomate para ir preparando la ensalada. Para empezar, tuvimos que entender la palabra privilegio.

– ¿De qué hablas?

– De que habemos muchos que teníamos el privilegio de tener un techo dónde vivir, alimentos que comer, y un sueldo, que aún cuando nos lo redujeron, nos permitía seguir adelante trabajando a distancia. Algunos estudiantes podían tener el recurso inmediato para continuar su escuela. Eran pocos que podían presumir en sus redes un aislamiento en sus mansiones, con albercas, bosques, etc… viviendo como si fueran vacaciones, lo que a mi, en lo personal, me resultaba molesto. Mientras tanto, lo más importante era entender que ese tipo de privilegio no lo tienen todos, en especial aquellos que viven al día, el taquero, la señora de la tiendita, el artista, el campesino, el obrero, una gran mayoría. Eso fue lo más difícil. Queríamos ayudar y a veces no sabíamos cómo ni tampoco podíamos hacerlo al estar aislados.

– Pero abue, el mayor privilegio es vivir.

– Si amor, pero no todos pudieron porque a veces les faltó para lograr aislarse y protegerse. Murieron muchos. En nuestro encierro, esperábamos con nervio alguna señal de humo que nos dijera que nuestros seres queridos estaban vivos. Lo qué hay que recordar, es que esto le pegó a todos, inclusive a los que tenían más privilegios.

– Entonces, ¿se encerraron?

– Si. Tuvimos que hacerlo muchos meses y aprender a que se vive un día a la vez y que quienes estábamos juntos, teníamos que darnos nuestros espacios, tener paciencia y respirar profundo de vez en cuando, aprendiendo a convivir entre nosotros. Tu papá era quien ayudaba llevando comida y lo necesario a casa de tus bisabuelos. Esperamos 20 días sin ver a nadie del exterior, ni salir de casa para poder estar con ellos.

– ¡20 días!

– Y fueron muchos más aislados. No se podían hacer planes pues todos los que se tenían, ya estaban rotos. Era como si el calendario estuviera colgado de hilitos, y estuvieras viendo cómo algunos de ellos se hacían más fuertes y otros se rompían de la nada. Yo tenía que cuidarme para hacerlo con tus bisabuelos, tu papá y tu tía. No se podía pensar mucho en el mañana, porque no sabías qué podía pasar.

– ¿Y mi papá y mi tía? ¿Qué hacían?

– Ellos también tuvieron que aislarse de todos sus amigos y su vida cotidiana. Aunque las herramientas tecnológicas permitían estar en contacto con sus amigos, no era lo mismo. No hay nada más bello que un buen abrazo y beso de alguien que se quiere, y no se podía. Lo que te puedo asegurar es que la vida cambió tanto que a partir de ese momento, no sería igual.

– ¿Explícame por favor?

– Pásame la lechuga. Mira, el sólo hecho de no salir con los amigos, ir al cine, un concierto o a una fiesta, marcó la vida de todos. En mi opinión, le pegó más duro a los adolescentes que de la noche a la mañana, no pudieron disfrutar esas hormonas sociales y tuvieron que limitarse a las pantallas de celulares. Tu papá y tu tía, ya habían pasado por eso, pero aún así, estaban en ese momento de inicio pleno de adultez que también se vio limitada. No sabes lo triste que era pensar que no podían hacer su vida con gente, como lo que fue normal en la mía. Pero lo que más dolía, era pensar en esos adolescentes como tú que apenas empezaban, querían descubrir el mundo y sensaciones y que tenían que hacerlo a través de su celular o computadora.

– Pero después pudieron hacerlo y ya…

– No amor, ya no fue igual. Ese virus llegó para quedarse. Su amenaza fue constante. Recuerda que estamos hablando de casi un año de limitaciones. Después de la pandemia, conforme iban permitiendo que saliéramos a la calle, lo hacíamos con miedo y con la duda de que la persona desconocida frente a ti pudiera estar infectada.

– ¡Ay abue! Pero eso es demasiada paranoia…

– No mijito, fue la realidad. El miedo a tener el virus sin síntomas y ser quien pudiera contagiar a otros era aún peor. Te digo, la cantidad de enfermos y muertos que hubo fue terrible. Tardaron nueve meses en tener el medicamento para curarlo y casi dos años en tener la vacuna. Y de repente, te avisaban que el pinche bicho ya se había mutado y volvía a empezar todo de nuevo con respectivos cuidados. Ayúdame a poner la mesa. Ya no fue igual. De la nada, la tecnología se apropió de nuestras vidas para que por lo menos, pudiéramos tener contacto con seres queridos.

– ¿Vivir con miedo?

– Así es… con ese miedo que te hace cuidarte lo máximo posible y que por más que quieras olvidar, está latente. Para muchos no fue así, muchos dijeron en un principio que no pasaría nada, había quienes creían que el virus no existía y había que darse besos y abrazos… a lo mejor hay quienes hoy aún lo creen. Pero, los números no mienten.

– Abue, me lo pintas demasiado feo…

– Ya vamos a comer… es que así fue… lo qué hay que aprender es que la vida vale mucho, y que hay que vivirla intensamente cada día. Míranos ahora, soy la abuela más feliz del mundo contigo a mi lado y espero que aprendas con el paso del tiempo, que lo importante es amar tanto, que la vida te llene siempre.

– Y yo, tengo el privilegio de estar contigo y de quererte como a nadie en el mundo aunque todo cambió…

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