La crisis sanitaria generada por el COVID-19, nos ha puesto en jaque como humanidad. Nos muestra rostros que muchos y muchas simplemente no habían querido ver del modelo económico y político que predomina. Uno de esos rostros es el de la segregación mezquina, depredadora y hetero-patriarca que ha insistido en determinar la organización del mundo como lo habitamos. Modelo cuya editorial ha sido la desigualdad y la explotación.
Hoy la incertidumbre nos hace sentir como caminar en la oscuridad, pero hay de oscuridades a oscuridades. Las condiciones sociales de algunos grupos vulnerados, aumentan todavía más la opacidad de sus días. Hay otro tipo de oscuridad que probablemente se siente más bien como un “eventual apagón”, me refiero a la que hoy se vive desde algunos privilegios de clase, de género y de raza.
Hay oscuridades que se sienten verdaderamente huecas e interminables, que experimentan sólo determinados cuerpos cuyas especificidades parecen motivos para despojarles, discriminarles y subordinarles.
Así, caemos en la cuenta de que a la “certeza” en algún momento también la privatizaron.
Mientras vemos a unas cuantas personas teniendo dudas respecto a qué hacer con sus grandes capitales, o si cocinar la pasta o pedirla a domicilio; otras –las mayorías– se preguntan si habrá capital suficiente para saciar el hambre de los siguientes días. Peor aún, otras se preguntan si su agresor –confinado en la misma casa– les privará de la esperanza ya de por sí escasa.
Probablemente estamos tocando un límite que ya estaba anticipado, el colapso de un patrón de existencia, de organización, de ideologías y prácticas, que atentan contra la vida y dignidad humanas. Un modelo que se suscribe en la injusticia. El mismo que nos entrena para “tener más y más” a costa de otros cuerpos, otras existencias –humanas y no humanas– y muchas veces de la propia vida.
Modelo que pretende determinar cuáles cuerpos son dignos, y cuáles no; y en esta pandemia, cuáles sobreviven y cuáles no.
No es tiempo de citar abstracciones que nos restan margen de oportunidad, tenemos que reconocer que al neoliberalismo y todos sus ejercicios, son creadas, sostenidas y reproducidas por mentes humanas. Así que si de responsabilidades y reacomodos se especula, quizá es buen momento, o el único que tenemos, para movernos hacia otras formas. Para organizarnos desde otros criterios y conducirnos hacia otros objetivos: podríamos apostarle a la colectividad y caminar en conjunto hacia la igualdad y la justicia. Podríamos abandonar “la normalidad” que conocemos, y generar otra que nos beneficie a todos y todas; que contribuya a erradicar la desigualdad, la precariedad, y las violencias.
Sólo así sería posible configurar éticas de horizontalidad y solidaridad, así como la demanda efectiva a los gobiernos, que condujera a la reivindicación del curso de nuestra vida en sociedad.
¿Seremos capaces de crear otra “normalidad”, de abandonar el individualismo, de ver más allá de nuestra propia subjetividad?