“…Les recuerdo que el libro está libre de coronavirus porque está freído a altas temperaturas y el fuego todo lo purifica, lo dijo San Agustín”. Carlos Velázquez
Quizá en estos tiempos virulientos, no faltará una mente diabólica que se invente una buena historia chacotera sobre pandemias y enfermedades del fin del mundo. Que es una estrategia de las buenas costumbres para dejar de consumir las cerbatanas de levadura bien muertas; que es una distracción del gobierno para anunciar la estrepitosa caída del oro negro mexicano que entrega al poderoso país del norte envuelto en barriles o que finalmente el reptiliano de Orson Welles no estaba muerto y que desde su hogar en Andrómeda perfeccionó un virus para apoderarse del mundo.
Lo cierto es que hay que tomar muy en serio la pandemia que nos aqueja en estos lares y en tiempos de cuarentena nada mejor que entretenerse con la narrativa de Carlos Velázquez (Torreón, 1978), cuya pluma desquiciada pudo retomar el mito largamente explotado, sobajado, mallugado, sobre la muerte y suplantación de Paul McCartney, el “Beatle fresa”, para convertirlo en un cuento magistralmente retorcido.
La leyenda negra dice que, en 1966, McCartney tuvo un accidente automovilístico del que no salió bien librado y que el Cuarteto Liverpool decidió encubrir a su fanaticada la muerte de su bajista con un remplazo para no interrumpir el ascenso estrepitoso de la banda.
Y si de cachirules se trata en esta maraña de suplantaciones por qué no habría de ser uno de ellos un singular mexicano que, enchalecado con la beatlemanía, decide incumplir un contrato y reelegirse para otro periodo como Sir Paul McCartney. Veneno mata veneno, dice el refrán, y que mejor que otro mexicano, un detective exiliado, para desenmascarar y comprobar que al impostor le corre por las venas savia de nopal.
Los otros cuentos se titulan Desnucadero, en el que asistimos al lugar no tan común del tiro por la culata de un lover godinezco, fanático de los rompimientos amorosos en las cadenas de comida rápida del Coronel Sanders. O La vaquerobvia del apocalipsis (Cagona Star), una chica trans que pierde su principal herramienta de trabajo (se los dejo a su imaginación) por llevar en el apodo la penitencia.
Schade deconstruido, es el cuarto cuento de la publicación. Un director de orquesta lleva su fetichismo a tal límite que desquicia hasta al borde de la locura a un pueblo completo y a su sinfónica. Una crítica a la moralina copetuda del poderoso y del influyente en la representación de un director de la “música culta” que gusta del voyerismo y del cosplay.
El último cuento de esta serie, Despachador de pollo frito, es un reflejo de lo que Velázquez ha visto y experimentado en carne propia. En su adolescencia también fue un despachador de pollo frito en su natal Coahuila. El relato aborda la historia de un joven obeso, Mr. Bimbo, que es víctima de bullying por su forma de comer. Es la lucha épica contra el gerente de la tienda que le impide a placer degustar las sobras de pollo y pellejo frito que hurta de forma desmedida. Al final este prófugo de la receta secreta termina en un giro inesperado siendo adorado por las huestes del veganismo.
La creatividad y la imaginación son los principales recursos de Carlos Velázquez. Su materia prima es el vulgo, el pelo, el medio pelo y el terciopelo, individuos de carne y hueso que habitan el norte pero también el centro del país. A Velázquez solo le basta con salir a la esquina de la calle y observar al transeúnte, al faquir o el emperifollado, para sucumbir ante la perturbadora narrativa social que alimenta sus crónicas y relatos. Un libro netamente musical, nótese el personaje de la portada: Buzz Osborne, líder y vocalista de los Melvins.