Tenía que enseñarle a pensar en el amor como un estado de gracia
que no era un medio para nada, sino un origen y un fin en sí mismo
Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera
El COVID-19 ha llegado a cuestionarlo todo. La nueva pandemia está removiendo las aguas y reconfigurando todos los escenarios. Y no me refiero solamente a los aspectos político y económico, donde sin duda tendrá un impacto enorme, sino también a los terrenos personales, donde esta enfermedad meterá sus narices sin permiso. La verdad es que todos estamos cansados de la tensión, de los números poco alentadores y de las muchas preocupaciones que en torno a esto se desatan, así que, por hoy, quiero enfocarme en otra arista del fenómeno. Hoy quiero hablar de la poesía y de los lazos humanos que se atan y se desatan cuando las pandemias andan sueltas. Hoy quiero hablar del amor en los tiempos del COVID-19.
Dijo García Márquez, en su célebre obra El amor en los tiempos del cólera, que “el amor se hace más grande y noble en la calamidad”. De eso no cabe la menor duda, y el COVID-19 no será la excepción entre esas calamidades. En nuestro contexto, en esta tierra de temblores e incertidumbre, hemos aprendido a construirnos una seguridad: la que nos otorgan los lazos solidarios, la que nos brinda el cariño de quienes queremos, que tan apresuradamente acuden a ayudar al otro frente a la adversidad.
Pero ¿qué tan débil se vuelve el aforismo de Gabo cuando los tiempos no son solo de la pandemia sino también del amor líquido? Los vínculos sólidos que nuestros antepasados construyeron y que, para bien y para mal, duraban toda la vida, son cada vez menos promovidos por el sistema de consumo. Este apunta en el sentido contrario: nos pide que cambiemos de uno a otro afecto como lo hacemos de celular, lo que nos lleva a entender la totalidad del mundo como un jardín de juegos donde cada objeto y persona existe solo para satisfacer nuestros deseos más inmediatos y ser desechada después.
El aislamiento casi inminente que se aproxima hará más visibles las formas en que hoy por hoy nos relacionamos. Claro que algunos vínculos se fortalecerán, como posiblemente otros acabarán por quebrarse. No necesito creerme vidente para pensarlo; basta con conocer un poco de la psique. Lo que sigue es un reto para nuestras relaciones con los otros y la forma como lo enfrentemos posiblemente direccionará alguna parte de nuestro futuro.
Pero no solo es un reto para nuestros vínculos con otros, sino también para la relación con uno mismo. Inmersos en un sistema que nos invita diariamente a escapar de nosotros mismos, la peor pesadilla de muchos parece ser tener que pasar tiempo a solas, escuchando los propios pensamientos.
Porque sí, la preocupación de muchos, más allá de la economía, más allá de los daños que sufran los dueños de los negocios, es tener que pasar tiempo a solas, en el propio cerebro. ¿Cómo sobrevivir al encierro cuando se está acostumbrado a escapar semanalmente a través de cualquier estimulante? ¿Cómo sobrevivir sin las compras, sin las personas que tratamos como desechables, sin el ruido que nos impide escuchar nuestra cabeza? El reto va más allá del virus; impacta también nuestras emociones y nos invita a evaluar qué tanto hemos resuelto nuestros problemas internos y qué tanto hemos escapado de ellos.
En la época de las aplicaciones de ligue para smartphones, me cuesta imaginar un amor como el de Fermina Daza y Florentino Ariza, al menos para quienes han nacido bajo el esquema de conexión-desconexión y relaciones desechables. Para quienes han construido su vida afectiva a través de estas redes también significará un enorme reto. Muchas de estas apps han emitido recomendaciones frente al COVID-19 en otros países, recordando las medidas de distanciamiento social y su efectividad. ¿Pero cómo vivirán el distanciamiento de estas apps quienes han delegado su vida afectiva y sexual a estos canales?
El COVID-19 no habla solo del sistema de salud, sino también de la postmodernidad. Quizás el distanciamiento social nos enseñe el valor de cultivar vínculos y amistades que se queden más que para pasar el rato. Quizá nos muestre que el tiempo que llamamos “libre” no solo está ahí para alienarnos, sino que puede —de hecho— ser una ruta para el enriquecimiento del espíritu.
No, estas no serán vacaciones, pero definitivamente tendremos tiempo con el que no sabremos qué hacer. ¿Cuántas veces no lo hemos deseado, ese tiempo extra? Tal vez sea el momento para construirnos hacia dentro, hacia nuestras comunidades, y distanciarnos un poco de la alienación que nos impide acceder al oráculo de Delfos.
Expresó García Márquez que “la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artilugio logramos sobrellevar el pasado”. A lo mejor esta es nuestra oportunidad de construir esa memoria desde el amor propio, desde la gente que, por una razón u otra, nos acompaña, y de quitarle el monopolio de los recuerdos felices al sistema de consumo. Fermina Daza pregunto con cierta desesperación: “- ¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? -le preguntó. Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches. -Toda la vida -dijo”. Cada uno mantiene sus imaginarios más en momentos de crisis.
Manchamanteles
Expuso Emilio Rodrigué, en su cardinal biografía Sigmund Freud, el siglo del psicoanálisis (1995), que la revolución cartesiana fue la fuente del reparto entre razón y sinrazón. Para Michel Foucault (1926-1984) uno de los genios de la duda, “ese fue el preciso momento en que la razón produjo la locura”. El loco se hace visible gracias a la racionalidad cartesiana, apunta Rodrigué, y Descartes es la contraparte del neurótico de hoy, un fruto más del panteón freudiano. ¿Qué nos dice hoy esta liturgia, en tiempo de pandemias? El inconsciente tiene permiso.
Narciso el Obsceno
“Yo nunca me arrepiento de nada”. Jean-Charles Bouchoux propuso que el “perverso narcisista” es alguien que no soporta sus propios conflictos internos y se los endosa a otro. O resolvemos esta figura o terminará por cambiarles el sentido a nuestras propias vidas por los mecanismos del ego magnificado.