“Abrió los ojos,
se echó un vestido,
se fue despacio a la cocina.
Estaba oscuro,
sin hacer ruido
prendió la estufa y a la rutina.
Sintió el silencio como un apuro…”
(Canción interpretada por Amparo Ochoa).
Justo como señala la canción de León Chávez Teixeiro, popularizada en los 80 por Amparo Ochoa, para millones de mexicanas “todo comienza en el desayuno”, día tras día, todos los días de su vida.
Millones de “amas de casa” que laboran sin horario ni salario para mantener aceitado el engranaje del trabajo reproductivo “abren los ojos, se echan un vestido y van a la cocina. Prenden la estufa y también la rutina”. Ese trabajo en el que nadie repara y que se da por sentado es un “asunto de mujeres”. Siempre infravalorado y absolutamente indispensable.
Sí. Todo comienza en el desayuno con la preparación de alimentos, refrigerios y el servicio de mesa. Su día se va en escombrar cuartos, lavar ropa, barrer y trapear, ir al mandado, preparar la comida, ir por tortillas, servir la mesa, lavar trastos. Doblar ropa, planchar, checar tareas, atender a los hijos, a un familiar enfermo o adulto mayor.
Preparar la merienda y servirla. Lavar trastos. Limpiar la cocina. Alistar uniformes. Y al final, dormir y soñar con una vida que no se trate sólo de vivir para los demás.
Por supuesto me refiero a la rutina de las mujeres urbanas o semiurbanas que cuentan con el mínimo de bienestar social. Imaginemos por un segundo cómo será la rutina doméstica de una mujer rural que vive en condiciones de pobreza. Terrible, ¿verdad?
Aunque han pasado casi 45 años desde que fue escrita la canción interpretada por Amparo Ochoa y en el mismo periodo también millones de mujeres ingresaron al mercado laboral formal (o informal) para aportar ingresos al hogar, aún prevalece la percepción de que las mujeres tenemos mayor responsabilidad en el quehacer doméstico.
Algunas encuestas señalan que justo estas últimas décadas, también el porcentaje de hombres que asumen o comparten las labores del hogar aumentó y hoy alcanza un 15 por ciento de la población urbana, pero su aportación todavía se percibe como una “ayuda” y no como una responsabilidad, aunque ambas partes de la pareja abonen a la economía del hogar.
Y ¿qué pasa con las mujeres jefas de hogar? Pues que cumplen con una doble jornada todavía más pesada que las que tienen pareja, sobre todo en el tema del cuidado de los hijos, salvo que cuenten con el apoyo de una red familiar amplia o, en el mejor de los casos, puedan pagar guarderías vespertinas o ayuda en casa.
En cualquiera de los escenarios, el trabajo reproductivo es una angustia constante para las mujeres que laboramos fuera del hogar porque “se espera que las mujeres se ocupen de los hijos como si no trabajaran y que trabajen como sino tuvieran hijos”. ¿Cuántos “permisos” habré pedido en mis 23 años como madre para firmar boletas, recoger hijos enfermos, hacer un trámite, etcétera? Muchas. ¿Cuántas veces habré negociado con una ayudanta doméstica, maestra, doctor, vecinos, parientes por razones de cuidado infantil? Muchísimas más. A pesar de mi estrés o cansancio laboral la voz de la doble exigencia siempre estaba ahí, susurrándome: “debes ser una buena madre, debes ser una buena madre, debes ser una buena madre”.
¿Qué pasará el #9M cuando todas las mujeres detengamos el engranaje doméstico? ¿Quién asumirá esa rutina con la que se nos va la vida “como la mugre en el lavadero”? ¿Cuál será el costo económico de nuestra huelga?
De acuerdo con datos publicados por el INEGI en 2017, el trabajo reproductivo genera alrededor del 24.4 del PIB total, lo que equivale a 4 billones 400 mil millones de pesos. Así, el trabajo doméstico de las mujeres tiene un costo cercano a los 50 mil pesos al año, por lo que una ama de casa debería recibir por lo menos alrededor de 4 mil 132 pesos mensuales.
En mayo del 2019, la CONASAMI propuso fijar el salario mínimo para las trabajadoras domésticas en 248.72 pesos diarios. Pero, si tomamos en cuenta que en la actualidad algunos hogares empleadores de clase media pagan entre 350 y 600 pesos diarios, el salario mensual remunerado de una empleada doméstica ascendería a unos 7 mil pesos mensuales.
Pero el 9 de marzo nadie se mueve. Es #UnDíaSinNosotras y por eso sellaremos la estufa, la lavadora y la licuadora. Colgaremos la jerga, el trapo y la manta de las tortillas en señal de huelga.
Y no, no se nos va a antojar lavar los trastos, como dijo la señora Eréndira Sandoval, titular de la SFP. Tampoco nos vamos a poner a arreglar “cosas”. Pero ojalá por fin podamos terminar esa novela que lleva meses en la mesita de noche o platicar largo con nuestros hijos sobre sus necesidades más allá de la escuela.
Tal vez por fin el silencio no sea un apuro y seamos capaces de preguntarnos: ¿Quién soy yo? ¿Qué quiero YO? ¿Qué necesito YO?