La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en 2016 da cuenta de cómo 43.9% de las mujeres de 15 años o más ha sufrido algún tipo de violencia por parte de sus parejas a lo largo de sus relaciones. La más común de estas agresiones es la violencia emocional (40.1%), seguida de la violencia económica (20.9%), la física (17.9%) y la sexual (6.5%).
A pesar de ello, las denuncias discrepan enormemente. En el plano de las víctimas de agresión física y/o sexual, 78.6% decidió no pedir apoyo ni presentar una denuncia. De este porcentaje, 28.8% no lo hizo porque consideró que se trató de algo sin importancia; 19.8% fue por temor; 17.3% por vergüenza; 14.8% porque dijo que no sabían cómo ni dónde denunciar; 11.4% por sus hijos y 10.3% porque no quería que su familia se enterara.
En México, los agresores de mujeres son varones con una edad promedio de 36 años, con estudios de secundaria y mayormente pertenecientes al círculo familiar, de acuerdo con las estadísticas que presentó el Banco Nacional de Datos e Información sobre casos de Violencia contra las mujeres (Banavim) en 2019, a cargo de la Secretaría de Gobernación (Segob), mediante la Subsecretaría de Derechos Humanos, Población y Migración.
Asimismo, se dio a conocer que 93% de las agresiones se dan en el ámbito familiar sin importar el nivel de escolaridad. No obstante, aumenta de manera significativa cuando las mujeres pertenecen a alguna comunidad indígena.
Y a pesar que que existen perfiles delimitados e información, el Estado y la sociedad fallan en dar herramientas de prevención a las víctimas de violencia familiar y se limitan a tratar de dar acciones correctivas. Se buscan nuevas legislaciones y penas para el feminicidio, pero no acciones para prevenirlo. Para Isabel Agatón, jurista y escritora colombiana, “si las leyes de violencia contra las mujeres hubieran sido eficaces, si los jueces y políticos hubieran adquirido realmente un compromiso con la eliminación del feminicidio, si pusiéramos en marcha dispositivos sociales y culturales pendientes de prevenir, seguramente no estaríamos legislando para penalizar el feminicidio”.
No se pueden separar la lucha contra el feminicidio de la batalla contra la violencia familiar. Para María Salguero, creadora del mapa nacional de los feminicidios en México, éstos se explican por diversas causas, siendo una de ellas la violencia intrafamiliar.
Para Marisol Zúñiga, activista mexicana, en entrevista con Reporte Índigo, la relación entre ambos delitos parte de un constructo cultural. “Tiene que ver la concepción del amor romántico, tiene que ver que el amor es sufrir.
Romantizamos el dolor, si no se priva nuestra decisión, si no hay sacrificio, no es amor. Toda esa concepción tiene que ver con esto”, dice. A veces se sufre tanto que se muere.
Por ello no sólo es a nivel Estado que esto tiene que cambiar. Sí son necesarias las marchas –como las reactivadas la semana pasada por el caso de Ingrid Escamilla– y la exigencia al gobierno para mejor prevención, erradicación y sanción contra la violencia. Y no sólo decálogos insulsos llenos de lugares comunes.
Pero la sociedad tampoco está exenta de responsabilidades. Urge educar a las nuevas generaciones con ideas de igualdad y equidad en los roles de género. El concientizar a la sociedad de que la violencia que sufren las mujeres no sólo es en la calle, sino en las casas. Que nadie sufre por gusto ni permanece con su agresor por amor. Que urge apostar por la salud mental de las agredidas, de entender señales de alerta y usar nuestras voces llenas de privilegios por las que ya han sido eclipsadas aun en vida. Que los amores no matan.