¿Es neta? Fue lo primero que expresó mi hija al enterarse de la nueva ocurrencia mañanera de Andrés Manuel López Obrador.
Como usted sabe, este miércoles 5 de febrero, en el marco de la celebración del Aniversario de la Promulgación de la Constitución, el presidente anunció que propondrá cambios al calendario escolar para omitir los puentes o fines de semana largos vigentes desde la reforma al artículo 74 de la Ley Federal del Trabajo en diciembre de 2005.
El argumento es que los niños ya no saben qué se celebra esos días que no van a la escuela, pues lo único que conocen son los puentes. Según López Obrador, lo más importante debería ser la conmemoración de las fechas y de los hechos alusivos al natalicio de don Benito Juárez, la Revolución o a la Carta Magna.
Quiero creer que fue una ocurrencia teñida de purismo e ingenuidad. No quisiera pensar en vendetas o malos pagos políticos.
Quizás el presidente cree que el calendario actual con días feriados el lunes inmediato anterior a la fecha histórica específica de celebración, sólo beneficia a los empresarios de la industria del entretenimiento y el turismo.
Ha de pensar que no está nada padre que a costa de Benito Juárez, Emiliano Zapata y Venustiano Carranza, y a expensas del pueblo bueno robotizado e ignorante de los momentos cruciales de nuestra historia independentista y democrática, los ricos más ricos del país sigan llenándose los bolsillos.
Obviamente la reacción de los empresarios hoteleros no se hizo esperar y el mismo día enviaron una misiva dirigida al Secretario de Turismo, Miguel Torruco, en la que rechazan la propuesta del presidente y exigen el freno a la propuesta de modificación a la ley.
Lo cierto es que las cifras que la propia Asociación Nacional de Cadenas Hoteleras asienta en la carta dirigida a Torruco, hablan en voz alta, pues indican que tan sólo en este puente del 31 de enero al 3 de febrero “saldrían de viaje alrededor de un millón 600 mil vacacionistas”, lo que a su vez dejaría una derrama económica cercana a los ¡4 mil millones de pesos!
La asociación hace énfasis en que en estos fines de semana largos la ocupación hotelera y restaurantera se eleva hasta en 90 o 100 por ciento.
En diciembre pasado estuve tres días en San Miguel de Allende, Guanajuato, un periodo equivalente a un fin de semana largo, y vaya que sí me gasté mis ahorritos en un santiamén.
Porque mire usted, siendo una simple ciudadana de a pie, con mi viaje exprés apoyé el salario de los siguientes empleados del sector turístico: conductor del autobús ADO de la Ciudad de México a San Miguel, taxista de la terminal al hotel, guía que nos hizo el recorrido en un viñedo, sommelier que nos ofreció la cata en el restaurante del viñedo, cuenta-historias del turibús que bordeó las calles de San Miguel señalándonos sus edificios más icónicos, artesana a la que compré un suéter tejido que cómo me han chuleado desde que lo estrené y no se diga del apoyo que ofrecí a todos los meseros de los cafés, bares y restaurantes y a los que dejé como propina al menos 10 por ciento del consumo total. Claro que quizás también enriquecí al dueño de mi hotel boutique o al gringo propietario del restaurante donde cené por mi aniversario de bodas y que aparece en todas las guías de los mejores de San Miguel de Allende y México… pero así es esto del capitalismo.
Por cierto, esos tres días de paseo con mi pareja nos permitieron reconectar y afianzar nuestra relación. Igualito como imagino les pasa a las familias que aprovechan los puentes largos para pasear y visitar a sus seres queridos.
Ah! Y mi hija también me dijo: “Mamá, ¡que anacrónica esa propuesta! Además, México en uno de los países con menos vacaciones en el mundo”.
No invalido la importancia del civismo, pero eso de querer conmemorar las fechas históricas a la antigua me parece que no es nada más que un nacionalismo ramplón.
Por eso yo exclamo, ¡vivan los puentes o fines de semana largos!