Las redes sociales los encueran. Son famosos los casos de ladies y lords y sus arranques de prepotencia, ya sea bajo los demonios del alcohol o porque sencillamente así nos ha formado nuestra cultura de sometimiento que cuando nos sentimos con algo de poder -insisto- ya sea por estar borrachos o llevados al límite por el enojo- nos sale la “hija del general” o el “qué te pasa pinche naco, gordo, feo, indio, pendejo….” –ponga usted su calificativo preferido- o porque al menor puestecito gubernamental –huesito diría Fernández Noroña- afloran los complejos de superioridad, especialmente cuando por alguna palanca o práctica lambiscona se llegó a ese lugar. Sí, la prepotencia puede estallar en cualquier momento.
¿Qué es la prepotencia? La definición más sencilla nos dice que es el acto por el cual un individuo “impone su poder o autoridad sobre otros sujetos para sacar un provecho o para ostentarlo”. Y se ve en todos los niveles.
Recuerdo hace un par de meses estar en mi auto con las luces intermitentes esperando a una persona frente a un gimnasio. En cosas de segundos me apareció un policía que frente a mi parabrisas me dijo “salte y enséñame tus papeles”. La sola frase bastó para sentir la sangre agolpar mi cara. Le dije y “¿porqué me habla así. Ya está aquí la persona a la que iba a recoger”. Demasiado tarde. El policía ya había llamado a su compañero quien había colocado la araña en las llantas. Admito que no había puesto las monedas en el parquímetro porque justamente iba a tardar unos minutos en recoger a una persona. Pero el policía comenzó a hablarme de tu: “ ándale, ahí esta un Seven. Ahí paga”. Fui corriendo, no había línea para hacer el pago y desesperada porque además tenía que llegar a trabajar y no quería que se llevaran mi auto al corralón. Le dije ¿qué hago? “Es tu problema sino hay línea para pagar la multa”.
Por fortuna una persona del gimnasio que me vio en el tormento fue a mi auxilio y pagó la multa en el internet de su computadora. Con esta anécdota lo que quiero decir es que la prepotencia no solo puede venir del poderoso frente al débil. Puede partir de la superioridad económica, el influyentismo, pero también de un pequeño rango de autoridad, como el caso del policía. Nuestros complejos, pues.
El caso de #LadyHijaDeGeneral llenó de indignación hasta el personaje de cómico de Márgara Francisca –que ya es decir demasiado- por las groserías e insultos contra un policía militar y Antonio López, un ex compañero reportero, en el estacionamiento del Hospital Central Militar de la CDMX. Todos estos insultos por conseguir un lugar para estacionarse porque “soy la hija del general”.
Ya el domingo, la mujer que se identificó con Brenda Ayala ofreció disculpas públicas a través de un video.
En su perfil de Facebook, Antonio López escribió textual:
“Lamentable que el nombre de un militar que pasó su vida trabajando por el bien de México, se vea manchado por la prepotencia de su hija. Y es que Brenda Berenice Ayala Marroquín, mejor conocida como #LadyHijaDeGeneral, es hija del general brigadier en retiro, Raúl Ayala Arámbula, quien, entre otros méritos, fue director de la Escuela Militar de Ingenieros… En tanto, la Sedena ya se puso en contacto conmigo y están dando toda la atención al caso”.
Las ladys y los lords exhibidos en redes en su mayoría son ciudadanos comunes y corrientes. La prepotencia está por todos lados. Ni qué decir de los funcionarios y funcionarias a quienes “las críticas les hacen lo que el viento a Juárez, o los que a los “ chillidos de marranos, oídos de chicharroneros”. La prepotencia es un mal extendido en este país. ¡Gracias redes sociales por existir”.