PRIMERA DE DOS PARTES
En pleno inicio de la década que comenzó, la de 2020, la irremediable manía de revisar las efemérides de todo tipo, llevó a quien suscribe este texto a evocar el apelativo con el que el mismo decenio, pero del siglo pasado, fue bautizado en Estados Unidos y en parte del mundo occidental como: “Los locos años veinte” o “los felices veintes”.
Esa década fue, en parte, legendaria por su herencia en la cultura popular de occidente, y esto puede apreciarse en la actualidad gracias a los testimonios que dejaron la cinematografía, la literatura, la moda y la historiografía de la época, disciplinas en la que esos años fueron descritos, y a veces idealizados, como una era de cierta jauja económica, aderezada con un feliz relajamiento moral, que tristemente eclipsaría con la llegada, en 1929, del crack de la bolsa de Wall Street, acompañado de su consecuente depresión financiera y social.
Previamente, el 17 de enero de 1920, se promulgó en Estados Unidos la polémica Ley Seca, establecida constitucionalmente a través de la enmienda XVIII, una medida impulsada desde el siglo diecinueve por el ultraconservador Movimiento por la Templanza, que, a través de su brazo político, la Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza, pugnaba por reformas sociales de largo plazo, estas estaban basadas en un protestantismo fundamentalista para vigilar e impulsar ciertos comportamientos en las familias estadunidenses y de otros países.
Paradójicamente, entre los logros de esta asociación está el sufragio femenino, aprobado ese mismo año en la enmienda XIX, que estipula que ni los estados de Estados Unidos, ni el gobierno federal pueden denegarle a un ciudadano el derecho de voto a causa de su sexo. Sin embargo, el proyecto y aplicación de la Ley Seca, tendría una eficacia débil, debido a que dicha medida, alentó el contrabando de alcohol y fortaleció a las bandas criminales que controlaban la producción y el tráfico ilegal de bebidas, además de continuar con el manejo de sus negocios tradicionales, tales como las apuestas, el tráfico de drogas y la prostitución.
En ese contexto, también se desarrolló una gran oportunidad de negocios que rebasaba todos los límites de la legalidad, sin embargo, la generación de millones de dólares, producto del contrabando, alimentaron el sueño americano de algunos de los inmigrantes que se enrolaron en la industria del crimen organizado para salir de sus ghettos y miseria, la mayoría de las veces con la complicidad con las autoridades estadunidenses.
De esa época proviene el folklore de las primeras películas de la mafia, y a su vez la mitificación de figuras del hampa como Al Capone, Charles “Lucky” Luciano, Arthur Flegenheimer, alías “Dutch Schultz”, George “Baby Face” Nelson, Ellsworth Raymond “Bumpy” Johnson, Benjamin “Bugsy” Siegel, John Dillinger, George “Machine Gun” Kelly, y la pareja de Bonnie Parker y Clyde Barrow, mejor conocidos como “Bonnie & Clyde”, entre otros famosos criminales.
No obstante, las mujeres, que estrenaban su flamante derecho al voto, también participaban de las actividades del bajo mundo estadunidense, figuras como la afroestadunidense, Stephanie St. Clair, conocida en Harlem como “Queenie”, Mary “The washingwomen” O’Dare, Arlyne Weiss-Brickman, Blanche Barrow, la célebre Kate “Ma” Barker, y Helen “Buda” Godman, además también era común que las parejas de los líderes mafiosos participaran de sus andanzas, como el caso de la esposa del escurridizo Dillinger, Evelyn “Billie” Frechette, Virgina “The Flamingo” Hill, novia de Bugsy, y Mae Capone, pareja del Al, entre otras.
Pero no solo la década de 1920 influyó en el crecimiento de una economía criminal en Estados Unidos y parte del mundo, también el papel social de las mujeres trabajadoras se vio favorecido, debido a que el nuevo rol al que se dedicaron fue aderezado por una vida llena de actividades diferentes a los años previos a la Primera Guerra Mundial, tiempos en los que asumieron un papel protagónico en el proceso productivo mientras sus padres, hermanos y maridos luchaban en Europa.
También se dedicaron a manejar autos con desenvoltura, desarrollaron sus inquietudes artísticas y afianzaron el consumo de tabaco en público, además de abordar con interés los temas de conversación antes prohibidos, como la sexualidad libre, el lesbianismo, las prácticas sociales interraciales y el consumo de drogas, entre otras perversiones, de acuerdo a las buenas conciencias de entonces.
En los salones de baile, las mujeres igualmente fueron entusiastas admiradoras de los nuevos y atrevidos ritmos de la época, como el jazz, fox trot, charleston, cheeck to cheeck, y el black bottom, además, para asumir sus nuevas conductas transformaron la moda y abandonaron los incómodos peinados abultados, se quitaron la lencería abultada, los corsés de hierro, y eliminaron sus largas faldas y sombreros altos que fueron muy populares entre las clases altas durante la Belle Époque.
Aunque estas mujeres no poseían sueldos atractivos o semejantes a los de los hombres, se enlistaron y afianzaron en la fuerza de trabajo y, en consecuencia, a la cultura del consumo, lo que las liberó relativamente en lo económico, mientras la revolución de la información provocada por el surgimiento de la radio permitió que una nueva cultura urbana centrada en la juventud se extendiera por Estados Unidos y el mundo.
A estas nuevas mujeres se les llamó Flappers, aunque no está claro el origen del vocablo, algunos historiadores afirman dicha palabra provenía del cockney británico, que solía usarse de manera despectiva para definir a las mujeres desaliñadas y poco femeninas. Las flappers solían portar las medias de color carne enrolladas a la altura de las rodillas, se ceñían los pechos y desterraron el talle al estilo de reloj de arena, además eliminaron las enaguas acompañadas de blusas con encajes.
Pronto descartaron todos los adornos de la era burguesa, y se erigieron como una nueva mujer liberada de pies a cabeza, se les veía con varios kilos menos y ejercitando movimientos sueltos, aderezados con una nueva moral, que remataba con su estilo confeccionado en la peluquería, donde abandonaron sus cabelleras provenientes de las cortes europeas y dieron vida a un nuevo peinado, el Bob.
El pelo corto, era lo que rigurosamente se portaba sobre los hombros, este corte iba sin tocados y sin el porte de sombreros de altas florituras, también dejaron de usar peinetas y diademas, asimismo, la flapper, para rematar su estilo, se cubría con un sombrero de punto, encasquetado en la cabeza hasta los ojos, del que sólo escapaba algún mechón de pelo, ejemplo perfecto de ello es la legendaria artista francesa Alice Ernestine Prin, mejor conocida como Kiki des Montparnasse.
MAÑANA SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE
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