Julián entró a rastras de la mano de su madre, Lucía. Tuvo que dejar de jugar con el perro para que le cortaran el cabello, así que no paraba de gritar y berrear mientras el animal lo veía también con tristeza desde la ventana del auto que estacionaron frente al salón.
Naty, una de las estilistas, cariñosa, se acercó e intentó hablar con el niño, pero él la alejó a puñetazos y patadas. Lucía le plantó dos nalgadas, lo cargó y lo sentó en la silla giratoria que encontró a su paso. El niño, más sorprendido que molesto, calló y lagrimeó en silencio, con la cabeza agachada, mirando sus tenis con suela de foquitos que prendían y se apagaban sobre el asiento.
-Ay-lamentó, sofocada la madre-disculpen, por favor. Ya saben como son los niños.
-No se preocupe-dijo otra clienta, Gaby-así son. Si usted viera a mi hijo, el suyo es un angelito-y rieron como si ya hubieran visto en acción al niño-demonio.
Naty resopló con fastidio. Fue al almacén y regresó con un perro de peluche que ofreció a Julián.
-Mira, te presento a Fido. Con él puedes platicar como con… ¿cómo se llama tu perro?
-Pulgas-respondió el niño entre gemidos.
-Como con Pulgas. De hecho, los perros están conectados siempre, así que lo que le platiques a Fido, Pulgas lo va a saber de inmediato-aseguró la estilista.
El niño abrió los ojos y sonrió.
-Ay, inocentes, todo se creen, ¿verdad?-dijo en tono empalagoso Gaby.
-Quién como ellos-secundó Lucía-siempre tan ingenuos, con cualquier cosa se conforman.
Naty sintió como si le hubieran dado una patada en el estómago. Miró a Julián. Había dejado de llorar y platicaba alegremente con Fido. Su melena oscura y brillante estaba hecha un lío luego de tanta corretiza. Así era Fabiola, su muñeca. Sí, quién como ellos, tan libres, tan honestos.
-Es que uno tiene que madurar. Ni modo que a estas alturas te des por bien servida con cualquier cosa-continuaron hablando las mujeres.
-¿Qué corte va a querer?-preguntó Naty a Lucía y Julián interrumpió su plática con Fido.
-No quiero-dijo con firmeza.
-Cómo de que no-intervino la madre-no puedes andar por ahí con esas greñas. Tú qué vas a saber.
-Sí, mijito-se metió Gaby, otra vez con su tono empalagoso-hazle caso a tu madre, te vas a ver muy bien.
Julián la miró con enojo y se volteó hacia el otro lado. Lucía se acercó y le dijo que, si no se portaba bien, se llevaría a Pulgas a otro lado para que ya nunca lo viera.
A Naty se le erizó la piel. ¿Cómo se atrevía a decirle eso? El niño empezó a llorar de nuevo y la madre amenazó con quitarle a Fido. Julián le sacó la lengua.
-Rápelo-ordenó la madre y ya no le importó que el niño gritara y pataleara.
-Pues, ni modo-apoyó Gaby-para qué hacen berrinches. Le hizo señas a Julia y la invitó a tomar el café que les habían servido en el sillón que se encontraba al otro lado-Déjalo, a ver cuánto le dura el llanto.
A Naty le duró para siempre. “Aquí te quedas hasta que aprendas”, le dijo a su pequeña Fabiola. Se fue a comprar el jamón sin perderla de vista. Tomó el primer paquete que vio y cuando volteó, la niña ya no estaba.
El llanto era desgarrador. “¡No!, ¡rapado, no!”, le decía a Fido mientras lo abrazaba. Pulgas, desde el auto, seguía atento e inquieto todos los movimientos de su amigo en el salón.
Naty se tragó las lágrimas. Bola de urracas. ¿Por qué siempre infundiendo temor? ¿Por qué tanta crueldad?
Se puso en cuclillas para hablar con Julián:
-Vamos a hacer una cosa. ¿Te gusta el fútbol?
-Sí-respondió apenas el niño.
-Los futbolistas tienen un corte a todo dar, ¿lo has visto? Es rapado de los lados y una melena en la parte de arriba. ¿Qué te parece? ¿Quieres verte como ellos?
El niño otra vez abrió los ojos llenos de esperanza.
-Dile a Fido nuestro plan.
Y le levantó la oreja de peluche y le contó el secreto. Se reía con él. Naty, sabiéndose observada por la madre, comenzó a rapar a los lados. Julia dejó de prestar atención cuando vio que la estilista obedecía y se concentró en la plática con su amiga.
-¡Listo!-sonrió Naty, satisfecha con su trabajo. A Julián también se le iluminó el rostro cuando se vio un copete moderno peinado hacia atrás. Naty le enseñó que también lo podía peinar hacia adelante y le puso gel en las manos para que probara a hacerlo él mismo. Se embarró gel por todos lados y hasta a Fido le tocó un poco en la frente.
Lucía se acercó.
-¿Qué pasa aquí?
-Mira, mamá-el niño le enseñó las formas que el copete podía tomar.
-Esto no fue en lo que quedamos, Naty-reprochó sin mucha fuerza porque Julián estaba feliz y se veía bien.
-Bueno, este es el corte de moda-justificó. Notó la molestia. No era que el corte no hubiera quedado bien, sino que no se hubiera hecho su voluntad-Tome en cuenta-se atrevió a agregar -que en la escuela se pueden burlar del niño si llega rapado.
-Ay, qué hermoso-interrumpió la de la voz melosa sin darse cuenta de que le restaba autoridad a la amiga-te ves divino.
Lucía no tuvo más remedio que aceptar.
-Dale el perro a Natalia-ordenó a su hijo.
-No se preocupe-respondió la aludida-se lo puede llevar.
-No sé si regresemos pronto-reviró-mejor quédese el perro porque si no, no lo va a volver a ver.
No, no la volvió a ver. No pudo contener las lágrimas. Gaby y Lucía se miraron entre sí, sin poder creer el berrinche de la estilista. No pudieron esconder las risitas burlonas. Naty las miró sin poder detener el llanto, muda. No supo cuántas veces recorrió cada uno de los pasillos del súper, sola y luego con la policía. Ni rastro de Fabiola.
Sintió un tirón en la pierna. Era Julián, ofreciéndole a Fido. “Platica con él, yo tengo a Pulgas”, le dijo antes de que su madre lo sacara a rastras.