El pasado 1 de enero entró en vigor la ley aprobada en mayo de 2019 por el Congreso de la Ciudad de México, con la cual “queda prohibida la comercialización, distribución y entrega de bolsas de plástico al consumidor, en los puntos de venta de bienes o productos”.
Una iniciativa de ley propuesta por el PVEM y aprobada por el pleno del Congreso para que a partir de este año sólo se usen bolsas hechas con material biodegradable y, paulatinamente, se elimine también el uso de platos, popotes, vasos, charolas, palillos removedores y cubiertos fabricados con plástico.
Imagínese usted qué gran reto representa esta prohibición para la industria alimentaria y las empresas “fast food” que lo envuelven todo. Qué cambio de chip para los más jóvenes que crecieron con el “boom” de lo desechable y el “Thank you next”. Qué monserga para los más comodinos y los “siempre ocupados”. Qué ventana de oportunidad para los empresarios “eco friendly”. Qué crisis para los comerciantes y locatarios de artículos desechables. Qué triste para los adultos mayores que laboran en los supermercados.
Una vez que la prohibición se hizo una realidad, salieron a la luz sus bondades y complicaciones. Y es que vivir sin plásticos –de un día para otro– parece una misión imposible; sin embargo, nos guste o no, indudablemente tenemos que subirnos a la ola verde y esta ley nos permitirá sumarnos al cuidado mundial del medio ambiente, paso a pasito.
Por lo pronto, debemos empezar por acatar la ley haciendo la compra del mandado al estilo retro, tal y como la hacían nuestros padres y abuelos. Primero habrá que hacerse de suficientes bolsas. De acuerdo con los productores de “bolsas ecológicas” o “verdes” elaboradas a base de prolipropileno y que son las que están vendiendo los supermercados, éstas tienen una vida útil de hasta dos años o 50 cargas.
De camino a las cajas imploré a mi gurú espiritual que mi marido –obsesivo del orden y la clasificación– no se convirtiera en Hulk con los adultos mayores que ahora están aprendiendo a embolsar en otros formatos. Por fortuna, la pareja que nos tocó logró acomodar todos los conjuntos de nuestra despensa en bolsas separadas, de tal forma que, por ejemplo, todos los implementos de limpieza del hogar cupieron en una sola bolsa.
Por fortuna, también llevé una bolsa mediana de tela más resistente, donde logré acomodar las baguettes para el recalentado, la caja de huevo, una botella de vino y unos chocolates.
La descarga en la cajuela fue muy rápida y, al llegar a casa, llevar las bolsas desde la entrada hasta la cocina fue menos pesado. Lo único malo es que mis aguacates estaban hechos guacamole, pues los pusieron debajo de los plátanos. Por lo menos Hulk pudo desahogarse en privado.
Pero no le pidamos peras al olmo si para todos los implicados esta nueva ley significará un cambio de chip, un aprendizaje y la adquisición obligada de una cultura ecológica que buena falta nos hace.
Todavía no he ido al mercado, pero cuando lo haga empezaré por comprarme mi bolsa de mandado retro, de esas de nylon a rayas. De hecho, ya las están vendiendo con diseños muy “hippie chic”. Seguramente las locatarias de verduras me pondrán el jitomate y los limones en un cucurucho de papel periódico. Siempre me compro un higo cristalizado para comérmelo mientras visito los puestos y quizás ahora me lo sirvan en un papel de estrasa. Será muy divertido.
No desesperemos, porque los grandes cambios comienzan con pequeños actos. Y hacer el mandado sin plásticos nos llevará a un mundo más sostenible.
Feliz y verde 2020.