El día de ayer, 6 de enero de 2020, murió el escritor y filólogo Sergio Fernández. Además de profesor emérito de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM —especialista en el siglo de oro español y el barroco novohispano—, Sergio fue un destacado novelista —sensible, demoníaco, seductor—, autor de obras esenciales para las letras mexicanas, como Los peces (1968). Entre otras distinciones, Sergio obtuvo los dos premios literarios más importantes de México: el Xavier Villaurrutia, en 1980 (por la novela Segundo sueño), y el Nacional de Lingüística y Literatura, en 2007 (por su trayectoria). Mucho me honra haber sido alumno y amigo suyo —privilegio que me heredó mi padre, Ignacio Osorio. Descanse en paz Sergio Fernández.
La siguiente entrevista fue publicada originalmente en el Boletín de la Facultad de Filosofía y Letras, en el ya lejano año de 1994.
- Usted ha sido no sólo un escritor, humanista, maestro de múltiples generaciones de la Facultad de Filosofía y Letras, sino también maestro lúdico y contestatario. Se salió de los cánones acartonados de un México que empezaba a pensar, cuando usted ya actuaba. Usted convirtió su vida y su literatura en un acto existencial: conjuntó su pasión, su honestidad, su consecuencia. ¿Me podría comentar cuáles han sido los precios que ha pagado por esta trayectoria y cuáles las satisfacciones?
“He pagado un alto precio: la soledad, la cual ha sido positiva y negativa. La soledad no es la desolación: la desolación es un espectro maldito, pero a cambio de la soledad obtienes un mundo propio donde la creatividad te visita cotidianamente. Yo tuve como elección una vocación: la literatura. Ésta es como un amante: no te deja tener una compañía; te vuelve impaciente, intransigente; te reduce a ella misma; no te deja tener un ser amado”. De pronto Sergio Fernández se ríe y reflexiona. “Por cierto, ¿qué es el ser amado?, ¿cuál es la concepción del ser amado? La literatura te reduce a ella misma. Te conviertes en un ser de papel”.
- Los títulos, los reconocimientos, los premios no lo han envejecido ni acartonado ni solemnizado, como en casos que ya conocemos. ¿Por qué usted ha podido escapar del pedestal mortuorio que implica cosificarse en títulos y premios?
En primer lugar, Sergio dice en un tono irónico: “No he tenido tantos porque no los busco, no me interesan, aunque creo que, así como un libro da otro libro, un premio se convierte en otro premio. Cuando uno hace literatura, hay que ponerse en el tablero de los acontecimientos. La literatura no es una pantalla de televisión: es una actividad íntima”. A Sergio Fernández no lo problematiza ni le interesa pertenecer a la Academia Mexicana de la Lengua ni ser Premio Nacional: le interesan sus novelas cortas, lo íntimo, lo lúdico. “La literatura es un acto vital. El escritor se desenamora pasionalmente en un divorcio que a uno lo lleva a la creación auténtica, lejos de estructuras ya andadas, caminos transitados, como lo hacen otros tantos. La literatura no es un modelo: el escritor crea mundos distintos y posibles. La literatura nace del escritor y no nace para el reconocimiento”.
- ¿Qué ha sido la academia para Sergio Fernández?
“Es un reto”. Hay que discernir, de ese mundo, entre un académico de esos de tomo y lomo y Sergio Fernández. Para Sergio, la academia tiene dos grandes vetas: la posibilidad de la creación y la transmisión del conocimiento literario. “Pero también la academia es el camino tenue que limita el tránsito de los conocimientos”. Para Sergio Fernández existen conexiones internas entre el creador y el académico; su reto consiste en romper con los cánones establecidos de una academia de cartón, de un academicismo hueco, para plantearse el placer del conocimiento como un acto transferencial y por ello cambiante. “La transferencia del conocimiento es la gran oportunidad de aprender, de una manera nueva de construir. Prefiero ser un creador que un académico”.
- La Facultad de Filosofía y Letras ha sido para usted su segunda casa. Usted la forjó, la vio crecer y decrecer, le inyecta vida, salud, jovialidad. Verlo transitar por el “Aeropuerto”, polemizar con sus alumnos y convivir cotidianamente es el garante del alto nivel académico que conserva la Facultad. ¿Cómo se ha sentido en ésa, su casa, desde que se inició como profesor infatigable, combativo, disidente, en ese espacio que le pertenece?
“La Facultad ha sido lo mejor de mi vida: en ella he encontrado a mis amigos, mis amores y amoríos, el amor a los objetos, a la cultura. Tuve grandes maestros y he formado también a grandes profesores, herederos de mi espectro lúdico, sin que por ello el aspecto académico se pierda. La Facultad es, para mí, respirar aire puro”. La Facultad de Filosofía y Letras es para Sergio Fernández ponerse su propia ropa. “La Facultad me ha formado y la formo. Nunca ha sido una obligación dar clases, sino un placer. Alguna vez, Juliana [González] me comentó que la Facultad me pertenecía más a mí que a ella, y, aunque sé que el mío es un gesto de vanidad, es cierto. Lo siento así: la Facultad me pertenece, como también yo a ella”.
- Como hombre versátil y polifacético, usted participó políticamente en la Facultad de Filosofía y Letras. ¿Qué experiencia guarda de eso?
Sergio Fernández reconoce que su participación política es poco conocida y que algún día escribirá esta experiencia. Comienza con el movimiento de 1968, cuando él era un joven profesor. Recuerda cómo, una tarde, conversando con Arturo Cantú, vieron los camiones del ejército e intuyó que pronto invadirían Ciudad Universitaria; recuerda su cercanía con Roberto Escudero, Gilberto Guevara y José Revueltas. Y cuenta cómo encontró asilo para Pepe Revueltas en casa de Arturo Cantú. Después, cuando Revueltas estuvo preso, Sergio le envió una máquina de escribir, la cual Revueltas nunca recibió, pero supo que la había enviado. Al pasar los días, después de que habían salido de la cárcel los perseguidos por el gobierno de Díaz Ordaz, una noche se reunieron, en la casa de Sergio Femández, José Revueltas, Roberto Escudero, Josefina Vincens y algunos otros participantes del movimiento del 68. Sergio, inquisitivo, le preguntaba a Revueltas qué había pasado: “Revueltas”, rememora Sergio, “planteó esa noche todas sus dudas alrededor del socialismo, del comunismo, del anticomunismo, de los errores del movimiento del 68, y, con lágrimas en los ojos, ansioso me dijo: «Mi reino no es de este mundo»”. Hoy, a 26 años, Sergio guarda celosa y melancólicamente tres cartas en las cuales Revueltas le cuenta el tortuoso laberinto que evitó que la máquina de escribir llegara a sus manos.
Desde entonces hasta nuestros días, Sergio Fernández mantiene la misma postura: “Siempre estaré a favor de los movimientos estudiantiles: me lastima que no sean escuchados”. También asume otra posición política: la defensa de las humanidades: “México es un país donde las humanidades son de primera; la sensibilidad del mexicano está a flor de piel. Tenemos que retomar, revitalizar el valor de las humanidades, defender la mayor aportación de los mexicanos, sobre todo si entendemos que las humanidades han sido el pilar sobre el cual se ha sostenido la cultura mexicana. Pensemos, por citar dos ejemplos, en su pintura y su literatura. Las humanidades son un camino que no puede ser interrumpido”.
- Su conocimiento de la cábala y el tarot marca su literatura, la cual conduce a abismos del conocimiento difíciles de seguir para el pensamiento racionalista heredado del racionalismo alemán, al que Freud contestó tan tajantemente. ¿Usted nos podría contar de qué manera la cábala y el tarot influyen en su vida y en su obra?
Para Sergio Fernández, la cábala, el tarot, las ciencias ocultas, el esoterismo y la alquimia “son elementos para jugar con la vida con más pinzas, para que no se asfixie el conocimiento de la literatura y su crítica. No se puede comprender La Celestina sin saber cómo se hace un brebaje, así como no se puede entender la literatura medieval o la literatura de Gorostiza y Owen sin revisar el sentido que tienen el esoterismo y la brujería”. Alguna vez, recuerda Sergio, revisando un poema de Owen descubrió que le sonaba conocido. De pronto reconoció la similitud entre esos versos y el I Ching. De esta manera, Sergio Fernández ejemplifica cómo la literatura no se nutre del racionalismo, sino de conocimientos alternos que amplían la crítica y la creación. Así, afirma que “Sor Juana tenía amplios conocimientos de la cábala. De la misma manera, la cultura y la literatura se replantean desde un espectro más amplio que evoca todos los ángulos cuando intervienen las ciencias ocultas. Es lo mismo que sucede con la pintura: hay que conocer la intimidad, la profundidad de lo oculto, para entender al Bosco o a Goya”.
- Cuando yo era un niño asistí a la puesta en escena de Son, con Dámaso Pérez Prado; terminaron bailando todos los presentes (entre ellos mis padres). ¿Nos podría describir qué significó para usted la frescura y la jovialidad del mambo, al cual su literatura no se resistió?
“Significó encontrar un yo lúdico que es fácil perder. Juan lbáñez me invitó a hacer el argumento de Son. Me divertí mucho; ha sido una de las experiencias más gratas de mi vida. Mi literatura es lúdica y sensual. Yo pertenezco a la generación que bailaba mambo”.
- Leer Los peces es sentir la singularidad de una pulsión erótica que no concluye en momento alguno. Es una obra sensorial por excelencia, que involucra al autor. ¿De qué manera? ¿Qué piensa usted de eso?
“No quisiera confundirme con la voz narrativa de Los peces, con la voz lírica, que es una mujer, y yo no soy una mujer. La diferencia entre el escritor y el narrador es un abismo, pero la voz narrativa de Los peces es poética, metáfora del amor, a diferencia de la novela que hoy terminé de escribir, Por lo que toca a una mujer, donde el personaje es femenino. El escritor debe dejar salir su sensibilidad, salirse de sí mismo. En todo ser humano habita la androginia, y un escritor, al salirse de sí mismo, puede presentar ambas caras del personaje; por ejemplo, en El amante de Lady Chaterley, donde la relación sexual está marcada desde la femineidad”.
- ¿Qué es el placer para Sergio Fernández?
“En esta sociedad occidental, judeo-cristiana, siempre vivir lo prohibido. Si del alma hablamos, la mía es pagana: no hay códigos morales estructurados por la religión o por un país. Hay que marginar los cánones del pensamiento occidental para ser un ser independiente. Detesto a la gente que está en la vitrina. Placer es comunicación: si el placer no se comunica, se destroza; al ser comunicado, se incrementa. A diferencia del dolor, el placer que se comunica se expande. Lamento el advenimiento de la cultura judaica y de Jesucristo. La mía es una sensibilidad muy arcaica. Prefiero a Homero o a Virgilio que la sensibilidad cristiana de Calvino. Un poema no es católico ni protestante. La Divina Comedia, de Dante, no es católica: es un poema que trasciende la religión. La sensibilidad se impone de la misma manera que en El Paraíso perdido, de Milton. El placer”, concluye Sergio Fernández, “a diferencia del dolor, debe ser comunicado, transmitido, realizado y defendido”.
- Mi padre me contó una vez que usted decía que “amigo” era “quien enterraba al muerto que mató el amigo sin preguntar nada”. Hablemos pues de eso que usted ha practicado con tanta devoción: la amistad.
“La amistad es una forma de invención y de creación: uno construye un amor, lo inventa, lo crea y lo cultiva. Por eso a la amistad y al amor hay que perpetuarlos: porque son construcciones, creaciones de uno mismo. Sería desastroso destruir la invención de uno mismo. La amistad hay que perpetuarla. Toda amistad es un riesgo, un peligro”.