Sus nombres son ficticios. Distintas profesiones y estilos de vida. Distintas edades, pero al fin mujeres con una historia en común: haber vivido algún tipo de violencia de parejas “aparentemente” normales; hombres con cierto grado de inteligencia y preparación. Y algo también en común: no haber advertido algunas señales que surgían de lo que al principio, era propio de una historia idílica de pareja.
Marina es una joven y exitosa psicóloga con una alta preparación académica. Cuando se reencontró con un amigo de la infancia, nunca pensó que podría convertirse en su futuro esposo. Roberto es un hombre dedicado a la robótica también con altos grados académicos, políglota y con la experiencia de haber vivido en distintas partes del mundo. Apenas comenzaron a salir y Roberto dio muestra de excesivo interés en Marina. La colmó de regalos desde el principio, salidas a restaurantes y viajes por todos lados. Por si fuera poco, de buenos modales, cooperativo en las labores de casa. La relación iba tan bien que de pronto comenzaron a vivir juntos, sin sobresaltos ni nada que impidiera disfrutar de esa nueva vida para ambos. Ya con fecha próxima para boda y anillo incluido, de un día a otro y después de un año de relación, Roberto dio un cambio brusco de personalidad. Del hombre buena onda, se convirtió en un celoso, grosero y distante. A la mínima discusión explotaba y daba portazos, dejaba de hablar y colgaba el celular. Gracias a su profesión de psicóloga, Marina dio por terminada la relación de un tajo. Su instinto le había advertido que la violencia iba subiendo de tono.
Pasaron cinco años de la viudez de Guadalupe cuando de pronto en Facebook encontró lo que a simple vista parecía un buen prospecto. Un hombre de negocios, trabajador y de buenos modales. Se conocieron en un click, comenzaron la relación y un año después terminó en boda. Ambos pertenecientes a familias conocidas del norte del país. Casi el paraíso se abría con la convivencia diaria. Eran una pareja envidiada. Al año y medio de matrimonio, Guillermo comenzó a discutir por nimiedades. No insultaba, no decía nada, solo dejaba de hablarle. Los silencios se prolongaban por horas, luego por días. Guadalupe siempre terminaba implorándole a él que le hablara y le explicara al menos cuál era la razón de esa actitud. La respuesta era la misma: silencio y la mirada del lado. Nunca un grito, nunca un golpe, pero sí un silencio desquiciante y desolador. Así hasta que Guadalupe ya no pudo más. Un día se armó de valor y dejó la casa. Cuando algún familiar le preguntó por qué la separación y ella explicaba los motivos –el silencio por días- no faltó quien le dijera ¿Y eso… qué tiene de malo?
Beatriz llevaba varios años separada de un marido misógino y grosero, cuando después de varias relaciones fallidas, encontró lo que apuntaba a ser la media naranja: un destacado doctor en derecho, risueño y bailador, también divorciado. El intercambio de plática entre ambos era envidiable porque Beatriz también era una destacada comunicóloga. Hubo acercamiento en las familias de ambos, después pláticas de política, cine y libros. Beatriz pensaba que al fin había encontrado a la persona ideal, porque además era generoso, compartido en los gastos y en las labores domésticas. Todo iba muy bien, hasta que en una noche de copas, él comenzó a dejarle de hablar, pese a la insistencia de ella. ¿Qué te enojó? ¿Qué pasa? Él simplemente se encerró en su cuarto. Al otro día, Ricardo estaba como si nada, buena onda y agradable. Beatriz pensaba que todo había sido producto de la borrachera y que lo había malinterpretado. Así lo justificó por un año, hasta que un día ella dejó de acompañarlo en los tragos y lo dejaba tomar solo, se dio cuenta de que los repentinos cambios de humor no eran producto del vino, eran producto de su doble personalidad.
Marina, Guadalupe y Beatriz, son tres mujeres de carácter. Tuvieron la fortuna de cortar relaciones donde la violencia estaba presente, no en golpes ni insultos. Es la violencia de la que poco se habla, de la que mucho se tolera y la que casi siempre se justifica. La violencia invisible. “No es mala persona…. Simplemente es muy inteligente y tiene un carácter especial”…. “Es muy respetado en su gremio, solo que es distinto….”
Los testimonios de estas tres mujeres salieron en una tarde de amigos y donde el caso del asesinato de Abril Pérez Sagaón surgió en la mesa. Ahí pronto se dieron cuenta de que muchas habían sufrido algún tipo de violencia con parejas aparentemente normales y hasta exitosas, que tal vez de haber proseguido, no podrían haberla contado….