- Inés Arredondo, encarnación definitiva del cuento del Medio Siglo Mexicano.
El pecado de exceso es sagrado y es lo que inflama hasta la enormidad al grano, en apariencia inocente, que produce la tragedia. Eso me consuela un poco, deja un hueco para la explicación, aunque no seguramente para la simpatía.
I.A.
El periodo de la cultura mexicana denominado “Medio siglo”, que abarcó de 1940 a 1968, sentó las bases para la definición de la identidad de un país que arribaba a la modernidad tras las guerras intestinas que lo asolaron desde 1910, en esta etapa, la generación de creadores que surgió, luchó literalmente por una extrapolación de la vieja problemática rural, social y nacionalista como tema fundamental del arte nacional, a otro estadio más vanguardista, al de la exploración y desarrollo de una temática urbana con aspiraciones cosmopolitas y más íntimas.
Esta trasmutación de los valores artísticos, de la mano de un auge económico, transformó discursivamente a todas las expresiones de la vasta geografía cultural mexicana, de tal manera que, la pintura, la música, el cine, las letras y otras disciplinas, se vieron nutridas por este cambio y se sumaron a la visión de un México nuevo, al tiempo que el mundo occidental experimentaba una recuperación paulatina tras la convalecencia de la Segunda Guerra Mundial y se enfrentaba de manera política e ideológica en la Guerra Fría.
Y fue a principios de la década de 1950, que la Ciudad de México se convirtió en el epicentro de la modernidad económica y cultural del país, y de acuerdo a Carlos Monsiváis, las calles de su Centro Histórico se consolidaron como la “geografía del intelecto” mexicano, ya que en esa metrópoli se ubicaban galerías, librerías, cafés, instituciones y recintos destinados al cultivo de saberes y quehaceres artísticos e intelectuales que a la postre sentarían la base de nuestra cultura actual.
Para entonces, el movimiento muralista, cuya retórica era abiertamente socialista y nacionalista, ya se había debilitado y pasó de ser el arte oficial postrevolucionario a una estética meramente decorativa, su inercia y burocratización lo habían transformado en una iconografía de la nostálgica escuela política militar revolucionaria, en contraste con el surgimiento de la nueva hegemonía de los gobiernos civiles y una nueva ideología, en la que la cultura y su modernización era parte fundamental del proyecto de Estado.
En respuesta al avejentado muralismo y los dogmas de sus sabios exponentes (Rivera, Orozco y Siueiros), surgió una contracorriente dentro de la Escuela mexicana de pintura, liderada por Rufino Tamayo, esta vertiente estética criticaba el “conformismo académico” del muralismo revolucionario y buscaba nuevas formas de expresión a través de la universalidad en tanto a las formas y a los contenidos de la plástica, en palabras de Tamayo, esta generación de pintores estaba en oposición “a una receta que les pareció eficaz y la usan hasta el infinito”.
En torno a las tesis de Tamayo, escribió el crítico Armando Pereira en su ensayo sobre la generación de Medio siglo, “cerrarían filas un nutrido grupo de pintores: primero, Carlos Mérida, Juan Soriano, Pedro Coronel, Corzas y Alfonso Michel y, más tarde, los más jóvenes como José Luis Cuevas, Vicente Rojo, Manuel Felguérez, Lilia Carrillo, Alberto Gironella, Fernando García Ponce y Arnaldo Coen. Fue gracias a ellos que se revaloró la obra de artistas como Gunther Gerszo y Leonora Carrington, entre otros, que, de haberse guiado bajo el predominio tiránico del muralismo, habrían permanecido en el olvido”. (https://bit.ly/2qVmwBa).
De esta transformación en la plástica mexicana se consolidó la corriente de la Ruptura, bautizada así por la crítica de arte Teresa del Conde y paralelamente abrió paso a los Informalistas, entre los que figuraban, entre otros, Juan Luis Buñuel, Alvar Carrillo Gil, Juan José Gurrola, Ricardo Rocha, Antonio Saura, Antoni Tàpies, y Beatriz Zamora, cuyo estilo figurativo logró la internacionalización de su escuela, asentándose fundamentalmente en México y España.
De la misma manera, la música experimentó una mudanza de las formas establecidas en el período postrevolucionario y abrió paso a nuevas experimentaciones, compositores como Raúl Cosío, Julio Estrada, Manuel Enríquez, Joaquín Gutiérrez Heras, Juan José Gurrola en su faceta de músico experimental, el español exiliado Rodolfo Halffter, quien introdujo la dodecafonía, Carlos Jiménez Mabarak, quien compuso la primera pieza de música experimental, Armando Lavalle, Mario Lavista, Ana Lara, Eduardo Mata, Paco Núñez, Hilda Paredes Héctor Quintanar, precursor de la música electroacústica ,Víctor Rasgado, Marcela Rodríguez, Jorge Torres y Alicia Urreta, desplazaron a los clásicos nacionalistas representados por el poderoso Carlos, Chávez, Pablo Moncayo y Silvestre Revueltas, quienes musicalizaron la épica de un México heroico con evocaciones prehispánicas y notas de carácter puramente vernáculo.
En el cine, el discurso de los dramas nacionales y rancheros de la época de oro, dio un giro hacia temas de la gran urbe, de los charros cantores acompañados de sus interminables juergas y kermeses, se pasó a las temáticas urbanas que dibujaban los bajos fondos y las vicisitudes de sus antihéroes, figuras como las bailarinas exóticas de cabaret, el peladito, encarnado por Cantinflas, el pachuco, interpretado por Tin tán, transformaron la industria cinematográfica, algunos realizadores de este periodo como Roberto Gavaldón, Ismael Rodríguez y Alejandro Galindo, fueron notablemente influidos por otros lenguajes introducidos a nuestro cine por el director avecindado en México, Luis Buñuel, además de guionistas como Mauricio Magdaleno y José Revueltas.
Más tarde aparecería el Grupo Nuevo Cine, que inspirado en la famosa revista francesa Cahiers du Cinéma, ejerció desde la escritura una crítica de la industria cinematográfica y sentó las bases de la renovación del cine nacional. El grupo apadrinado por Buñuel, estuvo integrado por José de la Colina, Rafael Corkidi, Salvador Elizondo, José Miguel García Ascot, Emilio García Riera, José Luis González de León, Heriberto Lafranchi, Carlos Monsiváis, Julio Pliego, Gabriel Ramírez, José María Sbert y Luis Vicens.
A pesar de su efímera existencia, apunta Gabriela Martínez, “el Grupo Nuevo Cine y su revista sembraron la idea de que el cine mexicano podría hacer algo diferente. Así, en 1964, el Sindicato de Trabajadores de Producción de Cine convoca el Primer Concurso de Cine Experimental que premió obras como “La fórmula secreta” (1965) de Rubén Gámez y “En este pueblo no hay ladrones” de Alberto Isaac (1965). En 1967 se organizó un segundo concurso que permitió el debut de cineastas como Juan Ibáñez, Carlos Enrique Taboada y Sergio Véjar, quienes desarrollarían su carrera en las siguientes décadas, durante los años del estreno cinematográfico, la segunda gran época del cine mexicano”. (https://bit.ly/379JFjZ)
Durante esa década, apuntó Aranzubia Anzier, “la aventura editorial de Nuevo Cine…servirá para aglutinar a una serie de personas que, una vez disuelto el grupo, desempeñarán papeles decisivos a lo largo de esa década y las siguientes, sobre todo en el ámbito de la crítica y la historiografía cinematográfica, pero también en el de las artes y la cultura mexicana en general”,(https://bit.ly/2XfAbiy), además también influyó en la creación de la Filmoteca y el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM, y abrió paso al cine experimental mexicano cuyos frutos más relevantes se verían durante la década de 1960 y 1970.
Pero en la literatura, es hasta 1943, con la publicación de la novela de José Revueltas, El luto Humano, y Al Filo del agua, de Agustín Yáñez (1947) que emerge la narrativa mexicana contemporánea, ésta ya alejada de los temas propios del período revolucionario, y es durante la segunda mitad de la década de 1950 que un grupo de escritores con una nueva visión en el orden de las cosas, irrumpe para competir con la institucionalizada y avejentada generación antecesora.
Es esta época, como reitera Armando Pereira, “el ámbito literario fue tal vez, junto con el cine, el más reticente en asumir los cambios que ya venían produciéndose en otras esferas, especialmente en las artes plásticas y en la música. Durante los cuarenta, siguió todavía la controversia que había recorrido el siglo entre la literatura de contenido social, heredera en buena medida de la novela de la Revolución Mexicana y con una fuerte influencia del realismo-socialista soviético, y las corrientes de vanguardia, inauguradas por el Estridentismo y el grupo de Contemporáneos, que ya habían producido lo mejor de su obra durante las décadas anteriores”. (https://bit.ly/2qVmwBa).
Asimismo, a la nueva escena literaria arribaron un emergente grupo de escritores y artistas, continúa Pereira, a los que “se les conoció más tarde como la Generación de la Casa del Lago, aunque Huberto Batis prefiere llamarla la Generación de la Insolencia. Muchos de ellos venían de provincia –Batis y Carlos Valdés de Guadalajara, Inés Arredondo de Sinaloa, Juan Vicente Melo y Sergio Pitol de Veracruz, Jorge Ibargüengoitia de Guanajuato, Juan García Ponce de Yucatán–, buscando tal vez, en la ciudad de México, un horizonte más amplio para desplegar sus inquietudes literarias”. (https://bit.ly/2qVmwBa).
Pero esta generación, que se distinguía en múltiples disciplinas artísticas y humanísticas, también fue bautizada por el historiador Wigberto Jiménez Moreno, como la de “Medio Siglo”, aunque esa nomenclatura ya había sido utilizada como nombre para una revista de izquierda publicada en la Facultad de Derecho de la UNAM, en la que colaboraron Víctor Flores Olea, Carlos Fuentes, Porfirio Muñoz Ledo, Rafael Ruiz Harrell, y Javier Wimer Zambrano entre otros. (https://bit.ly/2XgZRva).
A esta nueva pléyade de medio siglo, pertenecieron entre otros, Inés Arredondo, Héctor Azar, Huberto Bátiz, Rubén Bonifaz Nuño, Julieta Campos, Emilio Carballido, Emmanuel Carballo, Rosario Castellanos, José De la Colina Amparo Dávila, Salvador Elizondo, Sergio Fernández, Isabel Fraire, Carlos Fuentes, Sergio Galindo, Juan García Ponce, Jaime García Terrés, Ricardo Garibay, Margo Glantz, Enrique González Casanova, Arturo González Cosío, Ulalume González de León, Miguel Guardia, Juan José Gurrola, Luisa Josefina Hernández, Jorge Hernández Campos, Jorge Ibargüengoitia, Vicente Leñero, Eduardo Lizalde, Jorge López Páez, Sergio Magaña, Ernesto Mejía Sánchez, Juan Vicente Melo, María Luisa Mendoza, Marco Antonio Montes de Oca, Luis Guillermo Piazza, Sergio Pitol, Alejandro Rossi, Luis Rius , Jaime Sabines, Tomás Segovia, Edmundo Valadés y Gabriel Zaid.
Aunque algunos de esos escritores fueron pieza clave de los grupos de la Revista Mexicana de Literatura, Casa del Lago y Poesía en Voz Alta (estos dos últimos fundados a mediados de los cincuenta y auspiciados por la Dirección de Difusión Cultural de la UNAM, encabezada por Jaime García Terrés) su libertad creativa y variedad de temas era patente, pronto, actores, dramaturgos, poetas y escenógrafos, así como pintores y cineastas, fueron protagonistas de una época semejante a la del renacimiento, un renacimiento mexicano, en el que la cultura, a través de la creación de revistas literarias, editoriales, grupos teatrales y corrientes plásticas, entonaban con el ritmo de las grandes metrópolis culturales del mundo como Nueva York, Londres o París.
De tal manera, los vientos libertarios de los años sesenta, en muchos sentidos incluyendo la vida nocturna y la apertura sexual, acariciaban una sensación de modernidad nunca antes vista en las otrora tierras revolucionarias y en ese tiempo, país de un solo partido y un solo hombre, el presidente de la República. Aunque la generación de Medio Siglo fue un grupo hegemónico, ésta no se salvó de señalamientos y críticas que la tildaban de “Mafia Literaria”, liderada por Fernando Benítez, Emanuel Carballo y Carlos Fuentes, debido al gran apoyo institucional a través de la UNAM, la Revista Universidad de México, la editorial Siglo XXI, el Fondo de Cultura Económica y la Universidad Veracruzana.
Pero del amplio espectro artístico de la generación de Medio Siglo, de mayoría tradicionalmente masculina, sobresalió la escritora Inés Amelia Camelo Arredondo, (Culiacán, Sinaloa 1928), quien fue alumna, entre 1936 y 1944, del Colegio de monjas Montferrant en Culiacán, y más tarde realizó estudios de preparatoria en Guadalajara, hasta que en 1947 ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y aunque se alega que sufrió una supuesta crisis existencial causada por las lecturas de Søren Kierkegaard y Friedrich Nietzsche, finalmente se cambió en 1948 a la carrera de Letras Hispánicas.
Arredondo tan solo publicó tres antologías de cuentos: La señal, (1965), Río subterráneo (1979) con el que obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia y Los Espejos (1988), su obra cuenta tan solo con 34 relatos, sobre su literatura, a veces de carácter autobiográfico, Arredondo apuntaba,“elegir la infancia es, en nuestra época” una manera de buscar la verdad, por lo menos una verdad parcial. Ya no orientamos nuestras vidas al merecimiento de un paraíso trascendente, son que damos trascendencia a nuestro pasado personal y buscamos en él los signos de nuestro destino. Es evidente la pobreza relativa de esta aventura enmarcada sin remedio dentro de las limitaciones de cada uno y de la infancia misma; salta también a los ojos la nueva limitación que le impone la moda del análisis psicológico, pero a pesar de todo, al interpretar, inventar y mitificar nuestra infancia hacemos un esfuerzo, entre los posibles, para comprender el mundo en que habitamos y buscar un orden dentro del cual acomodar nuestra historia y nuestras vivencias”. (https://bit.ly/379JuoY).
Poseedora de una escritura impecable, la obra de Arredondo es a menudo un diálogo consigo misma, en ella sus personajes elucubran y disertan sobre la banalidad y el desencanto, la asfixia provocada por un mundo falocéntrico y violentamente masculino revolotea las páginas de sus cuentos.
“Pero yo no pude ser la que fui. Ahora la vileza y la malicia brillan en los ojos de los hombres que me miran y yo me siento ocasión de pecado para todos, peor que la más abyecta de las prostitutas. Sola, pecadora, consumida totalmente por la llama implacable que nos envuelve a todos como hormigas, habitamos este verano cruel que no termina nunca” Fragmento de la Sunamita. (https://bit.ly/2q7C1pW)
Pero la única manera de escapar de la violencia masculina, apunta Didier Manchillot, “no parece ser otra que el amor que, aunque es escaso, es aun así capaz de romper la soledad siempre que es recíproco. A pesar de esto, por lo general, el destino de las mujeres enamoradas en la obra de Arredondo es el abandono, el sufrimiento, la locura o incluso el mal, ya que, mientras que el hombre tiene el poder de imponer su visión de sí mismo para convertirse, como destaca Pierre Bourdieu en un “sujeto absoluto” (Bourdieu, 2007, p.89), la mujer termina siempre perjudicada. Al final, no se reconoce a sí misma en la mirada del hombre, la realidad en la que vive es, para citar a Arredondo, amorfa y se siente “rota”. (shorturl.at/yWYZ4)
La escritura de Arredondo, según Beatriz Espejo, posee “las frases necesarias, el precipicio del pensamiento y el empeño de que hurguemos dentro de nosotros mismos y enfrentemos pasiones soterradas, la ambigüedad sentimental, las anomalías…Reclama y encuentra la complicidad de los lectores para comprender enigmas y reacciones que al principio nos dejan perplejos”. (https://bit.ly/35fPTgL)
En la obra de Arredondo confluyen diversos temas de la sexualidad, la violencia, los triángulos amorosos, las pulsiones hacia la transgresión y la animalidad, discurso muy en sintonía con las teorías del erotismo de Georges Bataille, entretejido con un estilo mistérico y asociado al horror gótico victoriano, en esencia algo muy innovador para su tiempo, ya que entrelíneas dejaba observar paisajes y situaciones meramente naturalistas, lo que le permitió esculpir un universo propio y angustiante, introspectivo pero humano, y como Albert Camusen muchas de sus narraciones, el agobio por calor y los espacios abiertos estaban en contraposición a su dialogo interno, casi existencial.
Este año, la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana publicó un volumen no venal con algunos cuentos de Arredondo para conmemorar el día internacional del libro, prologado por Jorge Volpi, la edición busca recuperar la presencia y legado para las nuevas generaciones de quien sin duda es, de acuerdo a Volpi, “la mayor cuentista hombre o mujer del siglo XX mexicano”.