Sentir confianza es una necesidad en la lucha feminista, que incluso supera al término de sororidad.
Asegurar esto no es fácil, pero si es producto de la realidad que viven muchas mujeres, que no precisamente son las victimas de la violencia de género en contra de ellas. Sino que son aquellas que se dedican a la defensa, al cuidado, a activar los mecanismos de protección, a tejer redes de ayuda, a ser las brujas del sistema que grita alerta.
Sororidad es solidaridad, término que viene del latín soror, que significa hermana. Por tanto, en casos extremos como los que viven muchas, miles, millones de mujeres, sororidad significa tener hermanas, que entienden por lo que pasas. Que saldrán a gritar y a luchar por ti, como verdaderas hermanas de sangre no solo de causa, por cierto de la más cruda causa: mantenerse vivas.
Affidamento, por su parte es algo mucho más bello: es la confianza con la que acudes a otra similar a ti, es la fe con la que abres las puertas de tu hogar para generar seguridad, es la fidelidad de poner tú vida y la de tus hijos e hijas en las manos de aquella que con sus gestiones te defenderá contra todo y todos.
La terminología no importaría, cuando de apoyar y acompañar a la otra se trata. Pero se hace vital conocer los conceptos para saber qué estamos dando y qué estamos recibiendo.
Como mujeres ya sea desde el espacio público o del privado, vivimos y luchamos distintas batallas. Unas propias y otras ajenas, pero al final también propias. Casi siempre son batallas que se vuelven guerras por visibilizar desigualdades y falta de oportunidades, en el mejor de los casos, en los demás es por mantenerse vivas.
Justo en el marco del 25 aniversario del nacimiento de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Contra la Mujer, Belém do Pará, en México, se han reunido tres mujeres involucradas en la redacción de esta convención: Zelmira Regazzoli, Elsa Georgina Leiro y Linda Poole. En esta visita se han encontrado con mujeres que han decidido convertirse en defensoras de derechos de otras, las han apoyado en diversas actividades públicas como cuando han determinado participar en procesos electivos en sus comunidades, municipios o entidades. Pero también apoyan a otras en procesos de su vida privada, cuando son violentadas en sus hogares.
Las Brujas Mayores, como se definieron en ese encuentro, han relatado la violencia que vivieron por dedicarse desde hace décadas a defender a otras, a luchar por las demás, a abrir camino, hacer surcos, para que otras podamos acceder a educación, puestos públicos, cargos de elección popular, o simplemente para que existan mecanismos que nos busquen en casos de desapariciones forzadas o cuando en casa se vive violencia extrema.
Sus relatos permiten ver que más que sororidad, existe affidamento, porque es con fe, a través de la confianza y con una carga extrema de fidelidad a lo que se ama que, algunas hacen de todo por defender a la otra, por acompañarle y sobre todo por protegerle.
La semilla sembrada hace 25 años, ha dado frutos, pero no los suficientes como para vivir en paz, salir a la calle y sentirse segura, o peor aún, estar en casa y precisamente, estar en tranquilidad y protegida.
Ya sea por sororidad o por affidamento, lo cierto es que las mujeres nos agrupamos y nos identificamos, ahora falta que nos reconozcamos íntegramente y juntas caminemos, para seguir con el propósito que hace 25 años ha dado uno de los mejores frutos: la convención para luchar contra la violencia hacia las mujeres por el simple hecho de ser mujer.
Cariñosamente para el aquelarre: Elizabeth, Gretel, Nancy, Adriana, Julia, Lety, Maricruz, Aurora, Erica, Amalia, Magda y muchas, muchas más, al grito de: ¡Alerta, alerta. Alerta que camina. La lucha feminista por América Latina. Y tiemblen, tiemblen. Y tiemblen los machistas, que América Latina será toda feminista!