No es difícil decidirse a entrar, lo desconocido siempre guarda cierto misterio, la incertidumbre te empuja y la oscuridad de su interior te posee, no hay más que un silencio ensordecedor, la ansiedad que provoca enfrentarte a la magia.
El Minotauro está ahí, desde siempre, esperando por ti, hambriento de ti, deseoso de ti.
Él te conoce, sabe tu historia, huele tu miedo pero también te teme, el laberinto es un encuentro para los dos, ninguno volverá a ser el mismo.
Lo difícil no es entrar, a los insensatos nos encanta jugarnos el resto.
Lo difícil es salir, luminosa la salida está siempre ahí, alcanzable, a pocos pasos.
Eres tú quien prefiere no verla, cerrar los ojos y darle la espalda, fingir que estás perdida, atrapada, que el Minotauro no te deja escapar.
¿Qué será de ti afuera? ¿Después? ¿Sin él?
¿Qué será de él sin ti?
No hay nada más difícil que separarse, que elegir seguir, que no voltear atrás, que volver a la luz cuando sabes que lo tuyo es la oscuridad.
Tu Minotauro, su cálido abrazo, su olor, el consuelo de saberte su presa.
Horrible será seguir la vida sin él, para qué te sirve la luz si él está en la oscuridad.