A la memoria de Ignacio Osorio Romero, mi padre.
Boris Berenzon Gorn
El día de ayer, 8 de octubre de 2019, el Senado de la República anunció que la Medalla Belisario Domínguez sería otorgada este año a la ciudadana María del Rosario Ibarra de la Garza, “por su incansable lucha y activismo de más de cuatro décadas en favor de los presos, desaparecidos y exiliados políticos”. Para las lectoras y los lectores más jóvenes quizá su nombre resulte desconocido. Por ello —y como un merecido homenaje—, quise dedicar esta entrega especial de mi columna a una de las figuras políticas más importantes de México en la segunda mitad del siglo XX.
La carrera política de Rosario Ibarra no se limitó al activismo en favor de las víctimas: en 1982 se convirtió en la primera mujer que contendió a la presidencia de la República. Lo hizo representando al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), donde (lo puedo presumir con orgullo) conoció a mi padre: el filólogo y luchador social Ignacio Osorio Romero. Fue diputada federal por el PRT de 1985 a 1988 y, en este mismo año, nuevamente fue candidata presidencial y, meses más tarde, protestó contra el fraude electoral a Cuauhtémoc Cárdenas (como protestaría también, 18 años después, contra el fraude de 2006 a Andrés Manuel López Obrador, hoy presidente de México). Defensora incansable de los desprotegidos, en 1994, siendo diputada federal por el PRD, apoyó al EZLN y la Convención Nacional Democrática promovida por éste. De 2006 a 2012 fue senadora, elegida como candidata externa por la Coalición por el Bien de Todos (formada por el PRD, el PT y Convergencia). Como senadora, presidió la Comisión de Derechos Humanos de su cámara y logró que el Congreso de la Unión aprobara una importante reforma constitucional en esta materia. Asimismo, en 2008 formó parte del grupo de senadores que tomó la tribuna durante varios días para impedir la privatización del petróleo.
A mi juicio, el gran mérito de Rosario Ibarra es haber transformado —con fortaleza, templanza y generosidad— el dolor particular de una madre por su hijo en sendas conquistas para todo el pueblo de México: mayor atención a los derechos humanos (mediante la protesta) y a los derechos de las mujeres (mediante la praxis). Acaso no haya palabras más adecuadas para expresar la lucha de Rosario Ibarra que las suyas propias: “Primero fui la hija del ingeniero Ibarra, después fui la esposa del doctor Piedra, luego fui la madre de Jesús Piedra —el guerrillero— y ahora soy Rosario, Rosario Ibarra. Hablé ya con mi marido y le dije: «Oye, papito, ya no voy a poner en la campaña [de 1988] que soy Rosario Ibarra de Piedra: voy a poner solamente Rosario Ibarra. ¿No te molesta?». Y él me dijo: «No hay problema, si en realidad yo debería ser Jesús Piedra de Rosario»”.