El pasado sábado murió el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein, uno de los más importantes pensadores del siglo XX. Wallerstein era hijo de un matrimonio de judíos polacos que emigraron a Nueva York a causa de la Primera Guerra Mundial. Obtuvo sus tres grados (licenciatura, maestría y doctorado) en la Universidad de Columbia. No obstante, hizo también estancias académicas en otras importantes universidades, como la de Oxford, la Libre de Bruselas, la Denis Diderot de París y la UNAM.
Wallerstein comenzó estudiando África y llegó a ser presidente, en 1973, de la Asociación de Estudios Africanos. Más tarde, trabajando ya para la Universidad de Binghamton, estuvo al frente del Centro Fernand Braudel para el Estudio de la Economía, los Sistemas Históricos y la Civilización, lo que le permitió ampliar notablemente sus intereses académicos y convertirse en un teórico e historiador de la economía capitalista global. Wallerstein trabajó en Binghamton hasta 1999, año en que se jubiló. Durante ese período, fue profesor visitante en la Universidad China de Hong Kong, en la Universidad de Columbia Británica, en la de Ámsterdam y en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, en París. Asimismo, fue presidente de la Asociación Internacional de Sociología. Tras su jubilación (y hasta su muerte), siguió trabajando como investigador senior en la Universidad de Yale.
La obra central de Wallerstein es, sin lugar a dudas, El moderno sistema mundial (The Modern World-System), publicada en cuatro tomos entre 1974 y 2011: La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI (1974), El mercantilismo y la consolidación de la economía-mundo europea, 1600-1750 (1980), La segunda era de gran expansión de la economía-mundo capitalista, 1730-1850 (1989) y El liberalismo centrista triunfante, 1789-1914 (2011). El texto ha sido íntegramente traducido al español y publicado por Siglo XXI Editores. En el primer tomo, Wallerstein define el concepto de economía-mundo a partir de la división del trabajo y la extinción del modo de producción feudal, fenómenos que se desarrollaron en Europa entre 1450 y 1640. En el segundo, niega que la crisis del siglo XVII haya tenido un carácter feudal y muestra cómo, aunque hay algunas semejanzas y continuidades entre los últimos años de la Edad Media y los primeros de la Edad Moderna, la economía-mundo europea de este período presenta rasgos definitivamente capitalistas. El tercer tomo se centra sobre todo en la revolución industrial inglesa y la descolonización americana, procesos históricos fundamentales para la consolidación del sistema capitalista mundial, en el cual disminuye el poder de las fuerzas populares y la burguesía se fortalece. En el cuarto, Wallerstein explora finalmente las consecuencias de la Revolución Francesa, como el concepto de ciudadanía, la soberanía popular, el feminismo y la lucha contra el racismo.
Algunas de las más importantes influencias en el pensamiento de Wallerstein (reconocidas por él mismo y evidentes tanto en El moderno sistema mundial como en sus otras obras) son Marx, la teoría de la dependencia y pensadores del siglo XX tan heterogéneos como el historiador francés Fernand Braudel, el psiquiatra franco-antillano Frantz Fanon y el químico ruso (nacionalizado belga) Ilya Prigogine.
Pero la obra de Wallerstein no se ciñe exclusivamente al ámbito académico: fue también un animoso activista contra los fenómenos socioeconómicos que él mismo estudiaba con tanta agudeza y erudición en sus textos. Siendo un joven profesor, apoyó el movimiento estudiantil de 1968 y, desde entonces, no dejó de repetir que esa revolución había marcado el fin del liberalismo como una ideología viable en el sistema mundial moderno. Años más tarde, Wallerstein fue (junto con Noam Chomsky y Pierre Bourdieu) una de las figuras más destacadas del movimiento antiglobalista y participó con frecuencia en el Foro Social Mundial.
Tras la caída del bloque comunista y el fin de la Guerra Fría, Wallerstein señaló que esto de ninguna manera significaba el triunfo del liberalismo, sino el inicio de su fase final (el neoliberalismo), y que Estados Unidos era a todas luces una potencia en declive (“a hegemon in decline”); como Marx, consideraba que, tarde o temprano, el capitalismo sería reemplazado por una economía socialista. Quizá la derecha de nuestro tiempo (tan ineficaz, tan ridícula, tan carente de argumentos y, por lo tanto, brutal) sea justamente el preámbulo del orden social previsto por Wallerstein.
Manchamanteles
¿Reificados? Ludolfo Paramio entrevistó a Wallerstein en el diario El País el 19 de septiembre de 1980 entre muchos de los temas hablo de la división del poder mundial y dijo: “Estoy de acuerdo con Anderson en un 80 por ciento de lo que dice, especialmente en cuestiones de detalle. Pero, personalmente, pienso que Anderson parte del deseo de explicar la revolución rusa como algo que no puede ni tiene por qué suceder en Occidente, y para ello trata de demostrar que, en Rusia, en 1917, existía feudalismo. De esta forma concluye que el absolutismo es esencialmente feudal, un reforzamiento del feudalismo, mientras que yo pienso que constituye una creación del capitalismo. Pero los dos estamos de acuerdo en que el Estado absolutista es una respuesta de las clases dominantes frente a la lucha y la fuerza creciente de los campesinos. Otra diferencia es que, para Anderson, la unidad de análisis son los Estados nacionales, mientras que, para mí, estos Estados son creaciones del capitalismo. y no deben ser reificados. “
Narciso el Obsceno
Soledad era tan Narcisa, que con solo ver su sombra quedaba estigmatizada por ella misma. como asombrada de lo que no era y creía ser.